SANTIAGO.- Ni muerto Michael Jackson deja de ser aquello que fue mientras estuvo vivo: más que un supuesto pedófilo que tapó sus fechorías poniendo encima un cerro de plata o un ser humano negro con aparentes problemas para vivir dentro de su piel oscura, un auténtico ídolo de masas.
Michael Jackson, de 49 años, el rostro mediático y tributario de las tecnologías heredadas del siglo XX, fue capaz de romper y recrear los códigos de la cultura pop varias veces. Y hoy mismo, que ya sólo es un cuerpo inerte dentro de un ataúd, ha vuelto a hacerlo: batió otro récord. El de la audiencia planetaria.
Desde su sorpresiva muerte, que golpeó al mundo occidental el jueves 25 junio, Jackson tenía al mundo de los medios –fueran ellos twitter o la CNN- de cabeza. Y esta mañana, mientras la polémica familia que rodeó al rey del pop daba curso a su funeral, en el cementerio Forest Lawn primero y el Staples Center de Los Angeles después, televisoras y sitios web del orbe apuntaban que ni siquiera Lady D, la célebre princesa Diana, que perdió trágicamente la vida en 1997, ha convocado tal dosis de fervor.
Corren en favor de Jackson estos tiempos: hoy, a diferencia de cuando la señora de Gales chocó a bordo de un auto en un túnel de París, Michael tiene a la internet: ese mundo aún insospechado que todo lo agiganta, ha sido su mejor aliado. En especial cuando lo que vale son el voz a voz y las páginas que no dependen de probar su rigor para existir, como Facebook.
Gracias a Jackson la web está viviendo dos fenómenos relevantes. Uno: el mundillo farandulero tiene en el sitio TMZ.com, que golpeó con su fallecimiento, al nuevo monarca de la información sobre celebridades. Y dos: precisamente gracias a TMZ.com comienza a hacerse cierta aquella afirmación sobre que en la red de redes está el futuro, porque ese portal dedicado al “gossip” no necesita de otro soporte que no sea la propia intentet para sobrevivir.
Veranito de San Juan
También gracias a Jacko, la alicaída industria del disco vive un veranito de San Juan: sus álbumes, ese material del pasado que está en retirada por culpa del mp3, están agotados.
Tras su muerte además hemos visto a sus hijos. Y no sólo eso, los hemos escuchado: al final de la ceremonia fúnebre de esta mañana, Paris, la niña que creció con el rostro tapado y arrancando de los paparazzi al lado de su progenitor, nos contó que él “ha sido el mejor padre que uno podría imaginar”.
Todo, ya se ve, es digno recuento para un súper rostro de la cultura pop: a gran escala, superlativo, multitudinario. Pero tiene al menos un problema, y es algo que tal vez habrá que valorar cuando esta realidad que les habla a miles de millones de personas al unísono sea la única que exista.
Hoy, mientras las rosas rojas tapaban el ataúd de Michael y su hermano Jermaine hacía llorar a los televidentes, nadie quiso recordar aquello que Jackson también fue: además de un ídolo de masas, un supuesto pedófilo que tapó sus fechorías poniendo encima un cerro de plata y un ser humano negro con tales problemas para vivir dentro de su piel oscura que buscó blanquearse incluso a costa de la propia salud.
El gran homenaje planetario puso por delante lo que brilla —el dolor de sus cercanos, el vigor de su música, la lucidez de su talento— y opacó lo demás, como esos años que Jacko vivió en el ostracismo y la locura que lo llevó a lucir siempre enmascarado.
Problema grave será si, pasada la borrachera de esta despedida, esos otros datos, los más turbios, caen en el olvido para siempre. Porque para que una memoria y su soporte sean fuertes y realmente válidos se necesitan todos los matices. Incluso si son tan oscuros como los del rey del pop.