Miércoles 2 de septiembre de 2015
Según los modelos cosmológicos más modernos, nuestra galaxia se formó a través de la aglutinación jerárquica de galaxias enanas, en un proceso prolongado que sigue hasta el presente. Pero ¿qué forma asumió la Vía Láctea, pasados ya unos 13,5 mil millones de años desde que empezó a formarse?
Mientras más en detalle miramos los datos a nuestra disposición, más compleja resulta la respuesta a esa pregunta. En términos generales, según el esquema propuesto por Edwin Hubble en 1926, la Vía Láctea aparece clasificada como una galaxia de tipo Sb o Sbc –es decir, una espiral cuyos "brazos" se encuentran bastante bien desarrollados–. Esos brazos espirales están localizados sobre un disco de gas y polvo bastante delgado, lugar donde se forma la mayoría de las estrellas jóvenes de nuestra galaxia. De hecho, el Sistema Solar se encuentra ubicado sobre uno de esos brazos –aunque, por cierto, no uno de los más prominentes–, a unos 26 mil años luz del centro de la Vía Láctea.
En esas regiones más centrales, también se encuentra el bulbo, una estructura muy antigua y luminosa, de forma aproximadamente esferoidal. Circundando esas componentes existe una estructura adicional, el llamado halo. Al igual que el bulbo, el halo también es esferoidal, pero menos luminoso aunque muchísimo más extendido, y está compuesto de estrellas sumamente viejas. La estructura del halo está lejos de ser homogénea, y la presencia de sus subestructuras nos ha ayudado a entender cómo se han formado galaxias como la nuestra. Además, es en el halo dónde reside la llamada "materia oscura" de nuestra galaxia, en una componente adicional llamada, justamente, halo oscuro.
De a poco, los astrónomos hemos descubierto que no sólo el halo, sino también las regiones más centrales de la Vía Láctea tienen formas complejas. En el centro mismo, hay un agujero negro supermasivo, alrededor del cual existe intensa actividad de formación de estrellas. A escalas espaciales bastante más grandes aparece, además, una barra muy marcada y extendida. La presencia de esa barra, que fue descubierta sólo a fines del siglo pasado, cambió en forma notable la posición de la Vía Láctea en la secuencia de Hubble mencionada anteriormente, ingresándola, justamente, a la clase de las galaxias espirales barradas.
Pero la Vía Láctea nos reservaba todavía más sorpresas, y el destino asignaría a Chile un rol protagónico en los descubrimientos siguientes.
Tanto es así que, hace sólo cinco años, Manuela Zoccali, académica del Instituto de Astrofísica UC e investigadora del MAS, descubrió, junto con Andy McWilliam, de los Observatorios Carnegie, en EE.UU., que el centro de nuestra galaxia tiene una estructura todavía más compleja, la que, dependiendo del ángulo de visión, conformaría una gigantesca X, o incluso la forma de un descomunal maní. Ese importante descubrimiento, confirmado por todos los trabajos subsiguientes, gatilló una gran cantidad de estudios que buscan explicar cómo estructuras tan complejas –las que también se han observado en algunas otras galaxias– se formaron y mantuvieron en el tiempo.
Actualmente, con el proyecto Vista Variables in the Vía Láctea (VVV), estamos realizando un mapeo sin precedentes de las regiones más internas de la Vía Láctea. Con ello, tratamos de responder otras preguntas importantes sobre su estructura, como por ejemplo, ¿hasta dónde llega el disco de nuestra galaxia en sus regiones más internas? Si la historia reciente sirve como guía, nuevas sorpresas surgirán en el camino –pero esta vez, ya nadie se sorprenderá si las encontramos desde aquí mismo en Chile.