Miércoles 27 de enero de 2016
Un hombre y un harén de mujeres por él seleccionadas. La primera de la lista, su nana. Su tarea: analizar en forma meticulosa una gran cantidad de placas fotográficas, obtenidas por astrónomos. Ése es el guión de uno de los capítulos más peculiares e importantes de la historia de la astronomía.
Según los historiadores, Edward Pickering, director del Observatorio Astronómico de la Universidad de Harvard desde 1877, estaba muy frustrado con sus asistentes –todos del género masculino–. Los consideraba poco eficientes en una labor que exigía cada vez más dedicación y tenacidad. Con la invención de la placa fotográfica, la cantidad de datos que requería análisis crecía con una rapidez mucho más allá de la capacidad del staff del observatorio. Impresionado con el desempeño de su nana en ejecutar sus labores domésticas, se le ocurrió que ella podría ser capaz de hacer esa parte "dura" en forma eficiente. Su función sería decodificar imágenes grabadas en placas fotográficas hacia tablas de datos que los astrónomos pudiesen utilizar. Surgía así la primera de las famosas "computadoras (humanas) de Harvard". Su nombre: Williamina Fleming.
Las expectativas de Pickering se confirmaron. Fleming, una joven inmigrante escocesa abandonada por su esposo al llegar a Boston con su bebé recién nacido, probó ser una eximia "computadora". Quizás su principal contribución científica haya sido una propuesta de clasificación sistemática de las estrellas, según los patrones observados en sus espectros. También notó por primera vez la forma curiosa de la "Nebulosa de la Cabeza del Caballo" en una de las placas fotográficas. Su gran desempeño fue clave para convencer a Pickering que un "ejército femenino" sería la mejor manera de procesar las placas fotográficas. Nacía así su "harén".
Fleming fue solo la primera de más de 80 mujeres que se desempeñaron, durante la dirección de Pickering y hasta su muerte (en 1919), como "computadoras". Aunque éstas trabajaban más y mejor que sus pares hombres, recibían sueldos muy inferiores. Pero algunas de esas mujeres, como la misma Fleming, se transformarían en verdaderas leyendas de la astronomía.
Es así que una joven con deficiencia auditiva nacida en Massachussets, Henrietta Leavitt, realizó un gran estudio de variabilidad de estrellas en las Nubes de Magallanes. Al estudiar el brillo y los períodos de variabilidad de las estrellas tipo cefeidas, Leavitt se dio cuenta que, mientras más largos sus períodos, más luminosas eran éstas. Nacía así la relación período-luminosidad (Ley de Leavitt) de las estrellas cefeidas, publicada por Pickering y Leavitt en 1908, y que es característica de estrellas cuyos cambios en el brillo se deben a pulsaciones.
El poder de la Ley de Leavitt consiste en la posibilidad de determinar el brillo intrínseco de una cefeida al medirse únicamente su período de variabilidad. Al compararse ese brillo intrínseco con el brillo aparente, se puede determinar directamente la distancia. Eso ha sido clave para establecer la existencia de otras galaxias similares a la Vía Láctea y medir sus distancias. También fue el pilar básico en la determinación de la tasa de expansión del universo (Ley de Hubble).
En 1925, llegaría a la dirección de Leavitt una carta desde Suecia, firmada por el distinguido matemático Gösta Mittag-Leffler, informándola de sus planes de nominarla al Premio Nobel de Física de 1926. Pero Leavitt jamás se enteraría de la misiva: cuatro años antes, a los 53 años de edad, y sin que el académico sueco lo supiera, ella había fallecido víctima de un cáncer. El justo homenaje a esta gran pionera jamás se lograría concretar.