Miércoles 29 de octubre de 2014
Es un hecho incómodo, pero no por eso deja de ser un hecho: nuestro planeta tiene fecha de vencimiento, y no hay nada que podamos hacer al respecto.
Para entender ese concepto, recordemos que las condiciones en la Tierra dependen de lo que pasa en el Sol. Es la energía recibida desde el astro rey la que, hoy en día, brinda a nuestro planeta la posibilidad de albergar vida.
El Sol posee temperaturas muy altas en su centro –del orden de 15 millones de grados– lo que permite que ahí ocurran reacciones nucleares. Como en una descomunal planta nuclear, nuestra estrella transforma su hidrógeno en helio, lenta pero inexorablemente. Los astrofísicos calculamos que el proceso ha estado ocurriendo desde hace al menos unos 4.500 millones de años.
Con eso, las propiedades del Sol van cambiando lentamente: la temperatura en su superficie—cuando todavía tenía todo el hidrógeno a su disposición— era unos 200 grados menor, y su luminosidad cerca de 30% inferior, comparada con los valores actuales. Incluso su diámetro, al nacer, era ligeramente inferior al actual.
Eventualmente, cuando se agote completamente el hidrógeno en el núcleo del Sol, la conversión de hidrógeno a helio seguirá ocurriendo, pero ya no en el centro mismo, sino en una especie de "cascarón" alrededor suyo. Éste será aún más caliente, por lo que la energía liberada por las reacciones nucleares aumentará, y con ello el tamaño y luminosidad de nuestra estrella.
En la jerga astronómica, el Sol dejará de ser una enana para transformarse en una gigante. Las estrellas enanas, normalmente menores y menos luminosas, queman hidrógeno en su centro, mientras las gigantes no lo hacen. Una de las estrellas gigantes más famosas en el cielo es Betelgeuse, en la constelación de Orión. Las detecciones recientes de partículas emitidas directamente en el proceso principal de fusión del hidrógeno en el interior solar confirman que ese escenario es correcto.
Cálculos recientes indican que, en su máximo, la luminosidad del Sol aumentará más de 2.500 veces, y su diámetro alcanzará hasta unas 250 veces su valor actual. Como eso es muy similar a la distancia promedio entre la Tierra el Sol, se concluye que, eventualmente, nuestro planeta será tragado por el Sol. Si estuviera Betelgeuse en su lugar, ¡incluso Marte y Júpiter serían tragados!
Existe una pequeña posibilidad de que nuestro planeta se salve, pero el escenario no es muy animador. Es más: mucho antes de transformarse en gigante, los océanos ya se habrán evaporado y la atmósfera se habrá perdido hacia el espacio. De hecho, es suficiente que la luminosidad del Sol aumente un poco más del 10% de su valor actual para que eso ocurra. Así, es la mismísima estrella que hoy día nos permite existir la que eventualmente nos quitará toda posibilidad de seguir haciéndolo.
La buena noticia es que todavía nos quedan algunos miles de millones de años hasta que eso ocurra. Por ejemplo, tardarán unos 1.500 millones de años para que la luminosidad del Sol se torne un 10% superior a la actual, y unos 7.500 millones de años hasta que su máximo tamaño sea alcanzado. Eso es mucho, muchísimo tiempo.
En el libro "Los Dragones del Edén", el fallecido astrónomo estadunidense Carl Sagan nos plantea un "calendario cósmico" de 365 días en el que el Big Bang ocurre en el día 1, y el presente es la medianoche de la noche de año nuevo. En ese calendario, los primeros humanos surgieron a las 22:30 del día 31 de diciembre, y la invención del alfabeto sólo tuvo lugar cuando faltaban ¡9 segundos para la medianoche de ese mismo día! La Tierra sí dejará de ser un oasis agradable en el espacio sideral, pero todavía nos queda largo rato para disfrutarla, siempre y cuando no terminemos por destruir su biósfera a raíz de causas no naturales mucho antes.