El caso del MG GS inevitablemente recuerda el soneto “A una nariz” que Francisco de Quevedo dedicara poco amablemente a Luis de Góngora en el Siglo XVII. Claro que en lugar de empezar con un “Érase un hombre a una nariz pegado”, al parecer por la prominencia del órgano respiratorio de Don Luis. Pare el caso que nos convoca, nuestro parafraseo comienza con “´Érase un MG a una caja de cambios pegado”.
Es que visto el todo de este reciente SUV, todas sus virtudes y demás defectillos quedan borrosos cuando se comienza a experimentar el trabajo de su conjunto motor-caja de cambios. Naturalmente, estamos hablando sobre una prueba efectuada a la variante más equipada de este MG, con tracción AWD y todo.
Mientras el motor es siempre uno de 1,5 litros turbo alimentado, bien potente por lo demás (160 CV) la variante básica viene con una caja manual convencional de 6 marchas. La probada, en cambio, lo combina con una caja de cambios de las llamadas “manuales robotizadas”. Y he aquí por qué el MG GS está pegado –inexorablemente definido, para este caso– por la combinación de estos dos componentes.
Caja de cambio con identidad propia
Estas cajas no son más que dispositivos de accionamiento manual pero que tienen un modo de funcionamiento “automático”. Es decir, el proceso de desembragado y embragado del motor se hace sin presionar ningún pedal, pues simplemente no existe. Las marchas se pasan mediante unas clavijas en la columna de dirección, pero si el conductor no está de ánimos para presionar palanquitas, pues el sistema pasa las marchas por su cuenta.
Cada paso de marcha hecha por cuenta del propio GS produce una sacudida bastante clara, lo que podría ser irritante para algunos conductores. Este efecto se acentúa significativamente por el turbo lag del motor. Se trata del retardo en la entrada en operación de este aparato, que hace que por debajo de las 2.500 rpm más o menos, la tasa de aceleración sea bastante menor que cuando se pasa esa barrera.
Entonces, se tiene que en bajas vueltas el MG GS acelera lentamente; luego, se enciende el turbo y el auto salta hacia adelante con una agilidad felina. Tal vez mucha, porque con frecuencia hace falta levantar la presión sobre el acelerador, ocasionando que la caja baje un cambio. Así, hay una sacudida por causa del turbo y otra por causa de la caja. Mucho.
El usuario debe estar atento con esto, pues el secreto para hacer más amena la marcha en el GS es que él mismo pase las marchas. Así las acudidas se suavizan significativamente. No se crea, por tanto, que esta es una caja automática suave y tierna.
Dicho todo a lo que este auto estaba pegado, hay que decir que este es otro gran ejemplo del progreso de los SUV de origen chino. El diseño externo tiene la gracia de que no solo es armónico; bonito incluso, sino que además tiene ese ingrediente adicional mágico: proyecta una identidad de marca bien clara. El frontal del MG GS ya se reconoce en la multitud y su zaga, si bien no del todo original, está a la altura de lo mejor que hay en el segmento.
En el interior, el diseño de los componentes del panel de instrumentos es convencional, pero esa combinación de cortes rectos, elementos aluminizados y superficies de plástico lisas dan un aspecto correcto. Los materiales de estas superficies son sencillos y bien puestos.
Además, todo esto está puesto sobre una plataforma bien pensada y equilibrada. El despeje superior de este modelo respecto de un hatchback de la misma longitud no supone una sensación de pérdida de control ante las inercias y, por el contrario, se siente bastante seguro gracias al sistema de control de estabilidad electrónico, que está disponible en las dos variantes superiores.