Hace mucho tiempo, en lo más alto de un pueblo al norte de Europa, se alzaba la estatua de un niño, cubierta de oro y adornada con preciosas piedras, al cual todos llamaban el Príncipe Feliz. Cierta noche, a principios del invierno, al pueblo arribó una pequeña golondrina que decidió descansar a los pies de la bella estatua. Aquella noche, a pesar de que todos los humanos del pueblo pensaban que las estatuas y las golondrinas no hablaban, entablaron una relación dos de los seres más bondadosos que hayan existido en esta tierra, llenando por tres días y tres noches de felicidad y dulzura a aquel pueblo que hasta entonces había estado sumido en la mezquindad y avaricia.
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