Quien haya oído su música no podría negar que se trata de una obra
fronteriza y escapa de las pinzas de la clasificación. Al igual que su
estética. Si uno está dispuesto a llamar a su música folk, lo que sea que eso signifique, probablemente quede satisfecha su ansia con un par de canciones y no más. Quien quiera llamarlo electrónico, correrá la misma suerte.
Sus melodías cabalgan entre la canción, como la conocemos convencionalmente, y grabaciones electrónicas, como si se tratara de un mismo objeto: el objeto de la deformación. El sonido se convierte en un fetiche donde todo vale porque nada perdura.
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