Era plena primavera, cuando la pequeña Naynay tejía un hermoso collar con las pocas flores que encontraba. Por ese entonces la tierra era azotada por una gran sequía que tenía al pueblo devastado. Ni cientos de ruegos nocturnos, ni cantos ofrecidos a los espíritus lograban detener lo que ya estaba escrito. Sólo la finísima urdimbre y los dedos ávidos de Naynay conseguirían hacer que la tierra danzara nuevamente. Es así como entre lanas y colores nació el telar.
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