La destacada coreógrafa Elizabeth Rodríguez experimenta con las posibilidades y edades del cuerpo, la memoria y la identidad, en una creación escénica junto a los intérpretes Lucas Balmaceda, Thomas Bentin, Nuri Gutes y Marcos Matus.
En química se llama radicales libres o sólo radicales, a moléculas que se vuelven inestables cuando pierden el electrón que las acompaña y, por lo tanto, reaccionan rápidamente buscando una nueva. Nuestro organismo produce muchos radicales para luchar contra los virus, por ejemplo, o en el proceso de envejecimiento. "Es algo natural que sucede en el cuerpo", dice Elizabeth Rodríguez, quien eligió este nombre para una puesta en escena que nace de su necesidad como coreógrafa de cuestionar los modos de producción y el paso del tiempo dentro del oficio de la danza.
Sin dar un juicio –que estos radicales sean buenos o malos–, quiere mostrar lo que pasa en los cuerpos, sus historias y trasgresiones, sus posibilidades y limitaciones.
Los cuatro bailarines convocados, maduros y jóvenes, se mueven con vestuario negro, diseñado por Mauro Núñez, sobre un fondo blanco. La escena, a cargo de Carola Sánchez, se vuelve un espacio en el cual “la ausencia de color permite una percepción más fina”, explica Rodríguez.
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