Emmanuel volvió a mostrar sus mayores éxitos en Chile.
Cristián Soto, El Mercurio
SANTIAGO.- Han pasado ya 31 años desde que Emmanuel editara su disco homónimo, aquél en que imprimiera éxitos como "Pobre diablo", "Detenedla ya" y "Hay que arrimar alma". Veinticinco, en tanto, son los que han transcurrido desde Vida (1990), la placa que arrancaba con los sencillos "Bella señora" y "No he podido verte". Y si el referente es el primer álbum, la cifra es para ceremonias: Casi cuatro décadas (que se cumplirán en 2016).
Números mayores en la trayectoria de cualquiera, pero que en el mexicano parecieran no hacer mella: Gracias a un entramado de factores que se suceden tanto arriba como abajo del escenario, el cantante logra mantener viva la ilusión del tiempo congelado, de un reloj que avanza a paso lento, y no como un depredador voraz que arrebata juventud y otros tesoros.
Así lo había esbozado apenas en el último Festival de Viña del Mar (en esa aplaudida presentación por la que el director terminaría disculpándose, tras haberla puesto al aire a las tres de la madrugada), y así terminó por demostrarlo esta noche de jueves en Movistar Arena, ante cerca de nueve mil personas que sortearon este invernal día de octubre.
Pero perfectamente pudo no ser así, tratándose de un repertorio en esencia nostálgico. Sin embargo, el mexicano lo logra gracias a un show que atraviesa por los más diversos momentos, aunque procurando que la intensidad no descienda demasiado ni en los espacios más íntimos.
El arranque es energético: A modo de intro, cuatro percusionistas despliegan una verdadera fiesta de tonos caribeños, que se mantiene como cimiento para que Emmanuel desenfunde al hilo "Corazón de melao" y "No he podido verte", dos piezas con las que de inmediato el público se compenetra.
Porque allí está el otro componente esencial de esta metáfora: En una audiencia que mayoritariamente oscila entre los 30 y los 60 años, y que ante el mexicano no se comportan como veteranos derivados en la contemplación, como le sucede a muchos. Los nueve mil de esta noche gritaron, bailaron y cantaron como en los mejores tiempos.
Y Emmanuel respondió, con esos pasos de su sello que, a sus 60 años, conserva casi intactos, al igual que una voz que, si bien a ratos suena algo gastada, tampoco antes se caracterizó por la generosidad de su caudal.
Sí en cambio por su actitud y su identidad, rúbricas que mantiene en clásicos como "Pobre diablo", "Quiero dormir cansado" y "Detenedla ya", entre otras que interpreta amarradas en medleys, en función de la optimización del tiempo.
Tiempo que, de todos modos, habría rendido mejor aún si el cantante fuera algo más sintético en algunas intervenciones, como aquella en que ahondó en sus cándidos amores escolares, y que incluso lo llevó a interrumpirse a sí mismo. "¿Estoy hablando mucho, verdad?", preguntó. "No", respondió la gente.
Pero la verdad era que sí, y que esa antesala a "Este terco corazón" puso a la noche en riesgo de languidecer. Sin embargo, Emmanuel tiene armas de sobra como para contrarrestar ése y otros problemas.
"Tengo mucho que aprender de ti", "Sentirme vivo", "La chica de humo" y "La última luna", fueron algunas de ellas, esta última cerrando la velada con el artista transformado en una silueta icónica, inmovilizando una pose de su estilo delante de una enorme luna en la pantalla. Entonces, el mensaje se hace evidente: El que vino no pretende ser solo un repositorio de hits, ni menos un número del recuerdo. Emmanuel, lo sabe, a estas alturas es también un símbolo, una marca. Y por ellos, el tiempo simplemente no pasa de la misma manera.