El impacto social de la presidencia de Donald Trump supera ampliamente el debate sobre la polarización política. Los excesos verbales de Trump son tan recurrentes que parecen haber anestesiado a una sociedad ya acostumbrada al insulto y a la provocación.
Pero a las puertas de la campaña para su reelección, los excesos de Trump han movido el péndulo social al otro extremo. Algo cambió cuando el Presidente comparó a ultra nacionalistas blancos portadores de esvásticas con ciudadanos de Charlottesville que los confrontaron en una jornada de violencia dos veranos atrás.
Tras 250 años de esclavitud, 60 de aplicar la política de "separados pero iguales" y otros 35 años de discriminación inmobiliaria, el debate que pide indemnizar a descendientes de esclavos afroamericanos en Estados Unidos se consolidó en el imaginario colectivo.
Y un grupo de candidatos del partido demócrata a la presidencia abrazó el debate.
¿Se debe indemnizar a los afroamericanos por la esclavitud impuesta sobre sus ancestros? ¿Bajo qué condiciones? Indemnizarlos ahora es empezar la casa por el techo. Según la comunidad afectada, el abuso continúa, no en forma de esclavitud, sino a través de un racismo institucionalizado inherente a la sociedad estadounidense.
¿Cambios?
Las vidas de los afroamericanos son mejores ahora que hace medio siglo, sin la humillación diaria de los carteles "Sólo para blancos". Pero este progreso descansa en una base frágil.
La brecha salarial entre negros y blancos es aún tan amplia como en 1970. Según el prestigioso centro de encuestas Pew, en promedio, las viviendas de blancos tienen un valor 20 veces superior a las de negros.
La desigualdad es dañina hasta el extremo que, según escribió Ta-Nehisi Coates en un artículo en The Atlantic, "las raíces de la riqueza de la república estadounidense parecen aflorar del expolio sistemático sobre la población negra, pilar económico de una sociedad esclavista que engendró un experimento democrático sin comparación, sobre una mano de obra esclavizada".
"las raíces de la riqueza de la república estadounidense parecen aflorar del expolio sistemático sobre la población negra, pilar económico de una sociedad esclavista que engendró un experimento democrático sin comparación sobre una mano de obra esclavizada"
Ta-Nehisi Coates
El debate no es nuevo. En el siglo XX el segregacionista Walter Vaughan apostó por las indemnizaciones como modo de estimular la economía del sur perdedor en la guerra civil. Distintos activistas organizaron la organización N’Cobra para gestionar las reparaciones.
Pero mientras estas iniciativas surgían el país se revolvió desde sus élites. La periodística incluida. El Chicago Tribune editorializaba en 1891 que "los negros se pueden dar por restituidos puesto que les hemos incorporado a la civilización cristiana y les hemos dotado del noble idioma inglés en vez de sus patrañas africanas".
La constatación más evidente de este desinterés surge de la House Resolution 40, impulsada por el congresista demócrata por Detroit John Conyers Jr, durante 25 años y mantenida en el escaparate legislativo por otros políticos, luego de que Conyers perdiera su escaño. El debate sobre la "Comisión para el estudio de propuestas de reparación para los afroamericanos" nunca llegó al pleno de la cámara baja.
Pero esa es la percepción que ahora tambalea. La sola mención de reparaciones para los afroamericanos fue sistemáticamente vinculada a la agenda de "izquierdistas locos". Pero el hecho de que candidatos consolidados a la lucha por la nominación del partido demócrata abracen este debate modifica el escenario.
¿Quiere esto decir que habrá reparaciones pronto? Ni cerca, tal como pudimos afirmar que 10 años atrás la llegada a la presidencia de Barack Obama no implicó un cambio sustancial en las relaciones raciales en Estados Unidos.
Pero el péndulo se mueve, y el debate está abierto. El reto para los damnificados es el de asegurar que el progresismo blanco, inclinado a reparar daños históricos, no se limite a invocar al supremacismo blanco como explicación de todos los males. Dicho de otro modo, los afectados deben superar el maquillaje estéril que supondría cambiar el nombre al problema, y pasar de la lucha racial a otra contra el discurso racista que dicen que emana del Presidente Trump.
Bajo este ideario, la mejor reparación no sería económica, sino simbólica. Requeriría que los Estados Unidos reconociesen como país su pecado original. Un desagravio que provocaría división, aunque cuesta pensar que el país pueda estar más dividido que ahora.