El primero es el más evidente: el demócrata, que este martes anunció su candidatura, ya es el presidente más viejo de Estados Unidos. Y ahora, con 80 años, pide a los estadounidenses que le den las llaves de la Casa Blanca hasta los 86.
Dos chequeos de salud realizados en noviembre de 2021 y febrero de 2023 concluyeron que está sano y es "apto" para ejercer sus funciones. Pero Joe Biden presenta cierta rigidez al andar y tiene problemas de elocución y meteduras de pata que le han valido críticas de los republicanos, que consideran que carece de agudeza mental suficiente para su trabajo.
Esto, en un momento en que se embarca en un ejercicio agotador: liderar una campaña con viajes incesantes al tiempo que ejerce sus funciones de presidente.
Por el momento responde a las preguntas sobre su edad con un lacónico "¡Mírame!" (en acción), o con bromas. Aún así planteó el tema frontalmente, algo muy inusual, durante un viaje reciente a Irlanda. "Estoy al final de mi carrera, no al comienzo", dijo Joe Biden ante el Parlamento en Dublín, y añadió que con los años ganó "algo de sabiduría".
"Tengo más experiencia que cualquier otro presidente en la historia" de Estados Unidos. "Eso no me hace ni mejor ni peor, pero me da algunas excusas".
Joe Biden nunca ha ocultado que su rival favorito para 2024 es Donald Trump, que ya está en campaña.
Porque le ganó una vez, porque el expresidente republicano de 76 años es el adversario predilecto de los demócratas en general, y porque el millonario tendrá que alternar entre el calendario electoral y el judicial.
Pero el demócrata de 80 años tendrá que adaptar la campaña si emerge otro rival más joven e igual de conservador, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis.
Biden sabe que tiene las estadísticas de su parte y que normalmente los presidentes estadounidenses suelen salir reelegidos si se presentan a un segundo mandato. Una tendencia en la que no deberá confiarse, porque él, por su edad, es difícilmente comparable con casos anteriores.
Cualquier escalada con Beijing, por ejemplo en torno a Taiwán, antes de las elecciones presidenciales afectaría la campaña de Joe Biden, que ha centrado su política exterior en la rivalidad con China.
Además, aunque el presidente estadounidense ha logrado aunar a los occidentales y a la opinión pública en torno a Ucrania, nadie sabe qué sucederá dentro de uno o dos años. Sobre todo porque la oposición republicana, que controla una de las dos cámaras del Congreso, se ha comprometido a no extender un "cheque en blanco" a Kiev.
Y hay muchas otras amenazas: la agresividad de Corea del Norte, el programa nuclear iraní...
Hasta ahora, todo indica que el crecimiento de la primera potencia económica mundial se desacelera pero sin disparar el desempleo.
Pero no se descarta una recesión y por supuesto Estados Unidos sigue siendo vulnerable a un shock exógeno: un conflicto internacional, una nueva pandemia, un choque energético, un cataclismo financiero...
Esto en un momento en que la oposición republicana tiene la intención de hacer cuanto pueda por obstaculizar los proyectos presupuestarios de Joe Biden, hasta el punto de agitar el riesgo de un default.
Joe Biden ha sufrido varios duelos: la muerte de su primera esposa y su bebé en 1972, y la de su hijo mayor Beau en 2015 debido a un cáncer.
Hoy está muy apegado a su familia y su segunda esposa, Jill Biden.
Su campaña dependerá en gran parte del apoyo de sus familiares. Y podría verse sacudida por los ataques a su hijo menor Hunter, con un pasado plagado de adicciones y a quien los republicanos acusan de haber hecho negocios turbios en Ucrania y China.
Sus dramas pasados han enseñado a Joe Biden a tener una fe inquebrantable en sus capacidades y a desafiar las predicciones sobre su futuro político.
Pero también cierta humildad: "Respeto mucho el destino", dijo en varias ocasiones durante los últimos meses.