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Fernando Savater: "Chalados ha habido siempre en el mundo; el problema es que hagan constituciones"

Del animalismo a la ideología de género, el filósofo español desafía las políticas identitarias y reivindica los valores de libertad e igualdad como base de la democracia.

01 de Abril de 2022 | 07:59 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
En su último libro, "Solo integral", el filósofo español Fernando Savater revisa cien columnas de opinión escritas por él y contesta cada una con un nuevo artículo, en donde comenta la misma situación a la luz de los años transcurridos. ¿Su conclusión? "Las que eran optimistas se equivocaban todas y las que eran pesimistas se quedaban cortas", dice sin parar de reírse.

Porque la visión crítica con que observa el mundo este pensador que partió en la prensa escribiendo sobre carreras de caballos poco afecta su sentido del humor. Históricamente cercano a la socialdemocracia pero también al liberalismo, si muchas veces su blanco han sido la Iglesia Católica y los curas, hoy enfoca sus dardos contra las políticas identitarias. Una "batalla cultural" ineludible, en la visión del autor de "Ética para Amador".

Cuando le comento que en Chile nuestra Convención Constitucional ha reconocido el derecho de los animales a vivir una vida libre de maltrato, ¿le llama la atención?

—No me llama la atención, porque desgraciadamente en Europa tenemos este tipo de planteamientos tan dementes y casi son vistos como que, si una persona tiene corazón, pues tiene que tener este tipo de ideas, como si el cerebro y el corazón fueran incompatibles. No, por supuesto que desde el punto de vista, no sé si decir filosófico, casi diría del sentido común sin más, la idea de que los animales tienen derechos es una estupidez porque tampoco tienen deberes. Afortunadamente para ellos, no están en el mundo de las obligaciones ni de los derechos; tienen una vida, unos instintos producto de una evolución. Ahora, imagínate en qué se va a reflejar esto finalmente: serán dos o tres medidas de estas folclóricas, nada más. Lo alarmante, lo que me preocupa es la ignorancia de lo que significan los derechos. En un momento determinado se han negado los derechos humanos a grupos de personas por considerar que no eran humanos. Pero ahora hay otro ataque a los derechos humanos, que es extenderlos a cosas que no son humanas, desde los animales a las montañas. Son las dos formas de cargarse el concepto de derechos humanos.

Hace diez años esta idea era considerada exótica. Hoy, para una cantidad importante de gente, parece razonable, al punto que se la quiere incluir en una Constitución. ¿Por qué el cambio? ¿Qué pasó entre medio?

—Yo no sé exactamente por qué. La idea del animalismo, como el feminismo en el sentido más noble del término, la ecología, etc., son todas ideas que nacieron entre finales del siglo 19 y mediados del 20 en Europa, ahí todavía efectivamente como cosas relativamente exóticas... a veces con apoyos inesperados: las dos primeras leyes que sacó Hitler fueron a favor de los animales y a favor de la ecología. Pero bueno, en general, se consideraban algo que no estaba dentro del menú habitual político. Pero de Europa viajaron a Estados Unidos. Y entonces, en las universidades americanas, en que las reivindicaciones políticas nunca han entrado de una manera muy fundada, se sustituyeron las ideas de reflexión sobre la política por las ideas identitarias, que significan, en vez de defender los derechos de los ciudadanos, agruparlos en cajones diferentes y considerar que los derechos no responden nunca para una persona, sino para un grupo, para una colectividad. Y crear una especie de puzle de colectividades en las sociedades, en vez de crear seres libres e iguales.

"Una Constitución o cualquier formulación de la democracia es establecer que todos los ciudadanos son libres e iguales, pertenezcan a donde pertenezcan. Y de ahí se dice que da lo mismo el género, la raza, etc. Es ciudadano no porque sea blanco o negro, católico, protestante, ateo o no sé qué, sino porque pertenece a un colectivo que es la ciudadanía dentro de un Estado de Derecho. Pero eso se olvida en favor de unas reivindicaciones identitarias en las cuales uno se encuentra dentro de un cierto grupo y obligadamente debe aceptar las peticiones de ese grupo. Y todo eso se defiende por unos razonamientos que, en vez de basarse en planteamientos más o menos racionales, se plantean en las fobias. Esa gente no discute con alguien, sino que simplemente, si tú les llevas la contraria, es que padeces una fobia: una fobia contra los animales, una fobia contra los homosexuales, una fobia contra las mujeres, contra los negros o contra los judíos o contra lo que sea. Apelar a las fobias es de alguna manera medicalizar la discusión. Un poco lo que hacía la Unión Soviética cuando había un disidente y lo metían en un manicomio".

Se tiende a ver esta sensibilidad con los animales o la naturaleza como expresión de un progreso ético.

—La ética se relaciona con el trato que debemos dar a los seres humanos. Los que dicen eso del especismo, criticando que hay una ética que solo se centra en los humanos, en la especie, ¡es que esa es precisamente la misión de la ética! Es comprender al ser humano como algo distinto a los demás seres, lo cual no quiere decir que no los consideremos como seres vivos, que no podamos encariñarnos con un perro o con un gato o con un caballo. Esa es una estética de la generosidad, como decía Nietzsche. Se puede expresar en el hecho de que haya una cierta dulcificación del trato con los animales, en que se rechace el maltratarlos gratuitamente, en cuidar a la naturaleza... aunque eso ni siquiera es una cuestión ética, es prudencia. Es como decir no incendie su casa. Uno no ensucia el mar por lo mismo que no prende fuego a su cuarto de estar. Pero el que no prende fuego a su cuarto de estar no digamos que es una persona muy ética.

En nuestra futura Constitución también se aprobó que la naturaleza tiene derecho a que se proteja y respete su existencia, pero además se agrega que las personas y los pueblos son interdependientes con la naturaleza y forman con ella un conjunto inseparable. ¿Qué le parece esa formulación?

—Es una tautología: que los seres humanos vivimos en la naturaleza y no podemos separarnos porque no podemos irnos a un sitio donde no haya naturaleza, no hace falta pensar mucho ni ponerlo en una Constitución. Ahora, que la naturaleza tenga derechos es como si tuviera deberes, como si tuviera obligaciones con nosotros. Nadie en el mundo nos trata tan mal como la naturaleza: nos hace envejecer, morir... La naturaleza es cruel con los seres humanos como lo es con todos los seres vivos. No hay mucha razón para tenerle tanto agradecimiento.

¿Cómo se entiende, en un tiempo en que exaltamos lo natural, que en un tema como el género se asuma que lo que dice la naturaleza es poco relevante?

—Es que esas identidades siempre entran en contradicción. Todo el caos de LGBTQ, I, H, J, K y no sé cuánto, entra en contradicción con la idea de que hay que dejarnos llevar por la naturaleza. Es decir: “No, a mí la naturaleza no me va a dictar mi sexo”. Lo que hay en el fondo es la idea de que la voluntad humana es la que decide, sin ninguna relación con la necesidad. Pero el sexo está relacionado con la necesidad de la reproducción. Nosotros podemos hacer con el sexo lo que queramos, lo mismo que con la comida, en que podemos inventar la gastronomía y platos maravillosos, pero eso no quita que comer sea necesario por razones nada poéticas. Del mismo modo, los dos sexos nacen para de alguna manera reproducir la especie humana. A partir de ahí, con el sexo podemos hacer cien cosas, más divertidas o menos, pero el sexo no ha nacido para darnos gustos sino por una necesidad biológica. Desde el momento en que neguemos la necesidad y lo único que haya es la voluntad, el yo quiero esto y por lo tanto el universo no tiene derecho a negármelo, entonces estamos en un muro. Yo recuerdo hace un par de años un caso de un señor que se presentaba por las redes para ligar con mujeres, ponía una foto bien parecido y decía que era un hombre de 40 años. Bueno, el hombre tenía 68 o 69 años. Entonces lo descubrieron y querían hacerle un juicio. Él decía: “No, yo me siento como si tuviera 40 años; las mujeres con las que estoy, ninguna me reprocha que yo no me porte como si tuviera 40 años, entonces yo quiero tener 40 años, qué me importa el calendario”. Y claro, tenía toda la razón del mundo: si uno puede elegir su sexo, por qué no elegir su edad o su estatura.

En nuestra Constitución se aprobó el derecho al aborto, pero este se les reconoce tanta a las mujeres como a las "personas con capacidad de gestar"...

—¡Como si hubiera personas con capacidad de gestar que no fueran mujeres! Hablamos de la naturaleza en abstracto pero la negamos en lo que nos atañe. Una cosa es que uno tenga gustos especiales, eróticos, gastronómicos, etc., y otra es que no tenga necesidad de proteínas o que la reproducción haga una excepción con uno. Pero insisto: que todo eso esté en una ley, y en una de máximo rango como sería una Constitución, es lo preocupante. Chalados ha habido siempre en el mundo; el problema es que esos chalados hagan constituciones.

¿Se puede cuestionar la ideología de género sin adherir a la discriminación contra homosexuales o trans?

—No tiene nada que ver. El hecho de respetar las opciones eróticas de las personas y que las quieran vivir de una u otra manera, eso es una conquista civilizatoria; no es un cambio de la naturaleza. Los humanos siguen siendo hombres o mujeres en su forma genética, pero después de eso, con su masculinidad o con su femineidad pueden hacer muchísimas cosas, y es civilizado respetar su libertad. Perseguir a un homosexual, a una lesbiana o a un travesti es una cosa bárbara. Se respeta a la persona en cuanto persona, no en cuanto sea travesti, homosexual o no sé qué, sino que como persona que tiene derecho a elegir. Y una Constitución lo que debe es refrendar que los ciudadanos son libres e iguales. Iguales ante la ley y libres para elegir su forma de vivir dentro de la ley.

Hay toda una tendencia en Latinoamérica de reivindicar lo indígena, pues esas cosmovisiones tienen cosas que enseñarnos. ¿Ve elementos positivos ahí?

—Muchos avances de la medicina han tomado como base ritos indígenas. Entre los médicos que descubrieron la quinina y los indígenas que utilizaban cortezas del árbol evidentemente había una relación. No es que los indígenas tuvieran otro conocimiento más que la razón, pero la aplicaban a un elemento curativo, lo mismo que eligen plantas que son benéficas y no son venenosas. Lo que pasa es que con el tiempo la razón se desarrolla en una ciencia, se puede estudiar, y hoy podemos explicar por qué la quinina funciona como funciona, mientras que el indígena que descubrió esas propiedades lo hacía simplemente por experiencia tradicional, lo cual es el comienzo del conocimiento científico. En ese sentido, sí se pueden aprender cosas. Lo que no se puede es regatear la ciudadanía a grupos humanos dentro de un país. No hay tribus con seguridad social ni con educación pública. La tribu tiene que estar sometida a la ciudadanía. Hay dos formas de oponerse a los indígenas. Una es maltratarles como si no fueran personas y ciudadanos como los demás. Y otra, con el pretexto de concederles una excepcionalidad, mantenerlos aislados de la civilización, del desarrollo.

La fuerza que adquieren los movimientos identitarios, ¿no está hablando de un desencanto con la modernidad y con los valores de la Ilustración, de un abandono de ellos?

—Por lo menos están cuestionándolos. De hecho, estos movimientos nacieron en un cuestionamiento que era sano. Por ejemplo, el feminismo o los movimientos sociales a favor de las minorías sexuales, en un primer momento, fueron cuestionamientos de la sociedad que estuvieron bien, porque iban a profundizar más en la libertad y en la igualdad. Hablar de ciudadanos libres e iguales cuando las mujeres no tenían acceso a determinados puestos ni a la educación era una burla. El feminismo clásico, lo que quiso no era acabar con la idea de ciudadanos libres e iguales, sino completarla, que fuera verdad. Y así también con las minorías. Todo lo que sea que las minorías sean tomadas y respetadas como formando parte del conjunto al igual que cualquier otro ciudadano, no solamente no rompe con las ideas progresistas de la Ilustración política, sino que las refuerza. El problema es cuando el procedimiento es el inverso. La diferencia que hay, por ejemplo, entre un movimiento como el que encabezaba Martin Luther King y los planteamientos que hacía un Malcolm X: lo que quería el Movimiento de los Derechos Civiles de King era tener derechos como los demás, no quería derechos civiles especiales, superiores o distintos.

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