Con la llegada de Allende a la Presidencia, Chile pasaba a tener como principales aliados de ruta a países como la Unión Soviética, Alemania Oriental y sobre todo Cuba. Era conocida la admiración de Allende a figuras como Ho Chi Minh, Fidel Castro o el Che Guevara, de quien dijo en su viaje de 1972 a Cuba, en plena Plaza de la Revolución: "Creo que tengo derecho, y me honro al hacerlo, al decir que fui amigo del Comandante Che Guevara".
Estas eran las sociedades cuyos modelos admiraba, aunque podría diferir de los medios para alcanzar semejante objetivo. Respecto de Cuba, según planteaba el expresidente Eduardo Frei Montalva, "se produjo una estrecha relación de trabajo revolucionario entre La Habana y Santiago, en la cual, con diferentes tácticas, se buscaban iguales objetivos y mutuo sostén (...) se abrían dos vías tácticas diferentes para llegar al poder, entre las cuales era posible escoger como casos ejemplares, según fueran las condiciones de cada nación" (prólogo de Frei Montalva al libro de Genaro Arriagada “De la ‘vía chilena’ a la ‘vía insurreccional’", 1974).
El
gobierno de la Unidad Popular y personeros de izquierda en general solicitaron y recibieron ayuda económica de los países de la órbita socialista en montos y sobre todo en efectividad que no fueron nada desdeñables, según consigna en detalle el historiador Joaquín Fermandois en distintos pasajes de su libro "La revolución inconclusa".
También la influencia política de la Revolución Cubana se hizo sentir con fuerza en el Partido Socialista y especialmente en el MIR, inspirado en su revolución armada. Era notorio el influjo cubano en distintos medios de comunicación de izquierda, además del apoyo que le brindaba a Allende en su guardia personal armada, el controvertido GAP. Como sostiene el mismo Fermandois, "las relaciones con Cuba llegaron a ser todo un tema de política interna en Chile; los ‘bultos cubanos’ en 1972 eran una estela difícil de borrar".
Como era de esperar, después del golpe del 11 de septiembre de 1973 se cortaron las relaciones diplomáticas con esos países —China fue la principal excepción de un país comunista con el cual no se vieron interrumpidas—, y muchos exiliados encontraron en ellos acogida. Sobre todo Cuba seguiría teniendo influencia en la realidad política nacional, particularmente en el apoyo a grupos armados como el MIR o el FPMR, que buscaban derrocar el régimen militar.
Fidel llega a Chile y se queda 25 días
El viaje a Chile de Fidel Castro constituyó el episodio externo más visible de las estrechas relaciones con el gobierno cubano. Desde que asumió Allende, su visita generaba expectativas en la izquierda, y cuando periodistas chilenos viajaban a Cuba para entrevistarlo lo primero que preguntaban era cuándo se produciría el evento.
En una entrevista a distintos medios nacionales en La Habana en agosto de 1971, incluso expresaba, sin que fuera contradicho por los reporteros, palabras como estas: "¿Les digo la verdad? Se los digo a ustedes, periodistas, que aquí los enemigos de la revolución no tienen periódicos, ni tienen prensa. Pero nadie nos ha convencido todavía que eso sea una cosa realmente revolucionaria. Porque si no, pone usted un arma en manos del enemigo. Usted tiene una guerra, ¿a ver qué le pregunto? ¿Usted, al enemigo le da fusil, le da cañones? Si es un enemigo, usted lo desarma, realmente" (Entrevista a Fidel Castro publicada en Punto Final el 17 de agosto de 1971).
En principio, Castro se quedaría diez días en Chile, pero estuvo 25. Es que el líder revolucionario cubano no salía de la isla caribeña desde hacía siete años y once meses. De ahí que durante su mundialmente comentado viaje a nuestro país aprovechó de recorrerlo de norte a sur.
Fidel Castro aterrizó en el aeropuerto de Santiago el 10 de noviembre de 1971, siendo recibido por su amigo, el Presidente Salvador Allende.
"Jóvenes marxistas coreaban consignas revolucionarias y alrededor de mil personas que enarbolaban banderas rojas del Partido Comunista se lanzaron en estampida hacia los cordones de seguridad", informaba "El Mercurio”. Castro se dirigió a la residencia del embajador cubano, lugar en el que, al ser consultado por el "proceso chileno", expresó: "Llegamos al socialismo por caminos distintos, pero el objetivo final es uno solo".
Un editorial de Clarín de ese día reflejaba el grado de admiración que le profesaba un amplio sector de la izquierda: "Llega con su figura la imagen viva de un mito. El rostro de la audaz insurrección de Sierra Maestra. La sombra ya tutelar de Camilo Cienfuegos y de Ernesto ‘Che’ Guevara. La estrategia de la guerra civil armada como camino para derribar a un régimen y a un tirano corruptos, para enfrentar al imperialismo y abrir la puerta de la revolución democrática. (...) Fidel Castro llega en momento propicio. Podrá constatar que bajo el ropaje de la democracia burguesa castrada, bajo la hojarasca polvorienta de los códigos, en Chile ha echado andar una profunda revolución que es empujada por la clase obrera hacia socialismo y la conquista total del poder por los trabajadores" ("Los Mil Días de Allende", del Centro de Estudios Públicos, Tomo I, páginas 218 y 219).
La travesía de Castro en el país incluyó un recorrido por Chuquicamata y las salitreras. Estuvo con universitarios, a quienes dijo que "sin la audaz ayuda de la URSS la revolución no habría podido sobrevivir, y fustigó a Estados Unidos como una sociedad de consumo en decadencia". También se sacó los bototos y metió los pies en el mar. Se vistió de huaso y almorzó en Portillo. Colocó ofrendas a un monumento dedicado al Che Guevara y navegó en un buque de la Armada por los canales australes, se dirigió a Puerto Montt —donde le tocó presenciar el enojo del Presidente Allende cuando fue interrumpido por miristas—, y luego fue a Magallanes.
Discursos y evaluaciones
En Puerto Montt habló Allende y hubo también momentos de humor como cuando recordó: "Puedo decirles que hace unos cuatro años estuve en La Habana, Fidel Castro me fue a buscar al hotel a las 7:00 de la tarde; empezamos a conversar a las siete y media, y a las siete y media de la mañana me fue a dejar a la puerta del hotel. Y cuando ya no daba más, iba subiendo las escalinatas, y me dijo: ‘Salvador, ¿vamos a pescar?’. Yo le dije: ‘Tengo un compromiso con Morfeo y me voy a mi cama. Hasta luego, Fidel’ (risas)".
En otra parte de un discurso, y dirigiéndose a los grupos más extremos, Allende decía: "Fidel Castro no estaría en Chile si no hubiera triunfado un gobierno revolucionario. Fidel Castro no se prestaría para la farsa de venir aquí a visitar un país, a un gobierno claudicante. Él tiene conciencia y sabe que lo que hacemos nosotros es una revolución de acuerdo a nuestra realidad (...) frente a esa realidad, tiene que abrir el camino revolucionario que ha de conducirlo a una sociedad distinta, que ha de llevarlo al socialismo", según consignó Punto Final el 30 de noviembre de 1971.
Además de intervenir en la Cepal y entrevistarse con el cardenal Raúl Silva Henríquez (quien le regaló una Biblia), Castro criticó a los agricultores chilenos en Santa Cruz, y a la prensa no oficialista, que "escribió cosas feas y desagradables, y no me iré sin contestarles".
En la Universidad Técnica del Estado, Fidel Castro diría: "Cuando triunfamos no nos dimos cuenta del brutal cambio que 25 meses de guerra habían creado en la conciencia de las masas, y así fueron ellas las que decidieron que no habría elecciones y era hora de abandonar aquella superestructura capitalista y burguesa, aquellas mentiras" (30 de noviembre de 1971, "El Mercurio"). Algo similar a lo dicho a estudiantes de la Universidad de Concepción cuando repitió: "¿Elecciones para qué? ¿Elecciones para qué? ¿Elecciones para qué?".
Otro asunto que no le cayó nada de bien fue la llamada "marcha de las ollas vacías", protagonizada por mujeres opositoras al gobierno de la Unidad Popular, el 1 de diciembre. Al día siguiente, en la concentración realizada para despedirlo en el Estadio Nacional, Castro declaró que, "en estos momentos, en Chile los fascistas tratan de ganar las calles y las capas medias de la población (...). Regresaré a Cuba más revolucionario, radical y extremista de lo que vine".
Más de una década después, Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista durante la Unidad Popular, en cierta forma se mostraba crítico de los efectos que había producido su visita: "Aunque sus declaraciones fueron de gran moderación, su visita reforzaba la imagen de un régimen marxista marchando inexorablemente al comunismo", se lee en el libro "Altamirano", de Patricia Politzer.