Entre 1914 y 1945, las potencias liberales del mundo entraron en un ciclo de crisis comerciales y guerras mundiales que, en opinión de los observadores, configuró una explosión infernal de irracionalidad humana (100 millones de muertos). La economía de libre mercado mostraba, así, el antihumanismo que contenía en sus entrañas. Por eso, en la conferencia de Bretton Woods (1944), los líderes vencedores consideraron que era necesario racionalizar y humanizar la historia. Y crearon las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, y a la sombra de esos acuerdos surgió el Estado Social-Benefactor, los Estados nacional-desarrollistas, lo mismo que el neomarxismo (Cepal) y el keynesianismo fiscal. Y en Chile, para no ser menos, surgió, hegemónica, la teoría del "desarrollo" contra la "dependencia".
Estados Unidos, junto con la Unión Soviética, fue el gran vencedor en la Segunda Guerra Mundial. El secretario de Estado, George Marshall, sonriente, anunció: “Somos la primera potencia mundial”. Por eso, esa potencia intentó —a pretexto de la "reconstrucción"— ‘colonizar’ Europa Occidental. Económicamente, no pudieron, pero militarmente (OTAN), sí. Por eso, plantearon la Guerra Fría, a todo nivel, contra el "comunismo internacional".
Pero Europa Occidental desarrolló, para sí misma, la socialdemocracia. Algo parecido hicieron los países del sudeste asiático. En la India y en África se adoptó la "teoría del desarrollo" (Cepal), como en América Latina. Agréguese el socialismo de Estado en la Unión Soviética y en China… Entre 1955 y 1973, pues, la mayoría de los países del mundo trabajaba afanosamente con el llamado welfare state, el nacionalismo y las políticas keynesianas de promoción estatal de la economía.
Era una tendencia ‘nacionalista y proteccionista’ que produjo una drástica reducción del mercado libre mundial. Estados Unidos, pese a ser la primera potencia del globo, quedó aislado. Eso produjo un aumento explosivo de la deuda interna y externa de esa potencia, lo mismo que en los países del tercer mundo. En ese contexto, surgió la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, (en inglés, OPEC, Organization of the Petroleum Exporting Countries) y los países NIC (Newly Industrialising Countries), que con sus exportaciones y atrevidas alzas de precios hicieron explotar el mercado mundial. El dólar perdió primacía (no los petrodólares). Estados Unidos, aislado y con su economía a punto de estallar, organizó entonces un contraataque mortal contra el welfare state: el shock treatment, destinado a producir un global adjustment. O sea: una traición flagrante a los acuerdos de Bretton Woods.
En ese contexto, Salvador Allende lanzó su política de "revolución social", acaudillada por un… ¡Estado liberal! Expectación mundial. Pues, de triunfar, todos los Estados socialdemócratas, desarrollistas y populistas del mundo podrían imitarlo, aproximándose de ese modo al socialismo de Estado (comunismo) y alejándose del librecambismo puro de Estados Unidos. Había, pues, que
eliminar el gobierno de Allende, sí o sí. Y aplicar en Chile, de modo ejemplar, la táctica de laboratorio del shock treatment, y el modelo de laboratorio de Milton Friedman (neoliberalismo). Lo dijo Milton Friedman, triunfante, en Chile, en 1976: "La única cura de la economía chilena es el shock treatment… no hay otra solución a largo plazo".
El shock consistió en que, a través de la tortura y la guerra, se extendería por Chile el "miedo a la muerte". Y en la "seriedad de la muerte” (Max Weber), la gente se cuida, no se arriesga, se queda en casa. Y ese es el momento perfecto para inocular, en las indefensas cabezas del pueblo, la Constitución política del neoliberalismo… El experimento, en Chile, fue, pues, un éxito paradigmático, que se exhibió aleccionadoramente al mundo. La vitrina pedagógica fue la OPEC.
Ese éxito permitió, a Estados Unidos y sus seguidores, consumar la traición brutal a los acuerdos de Bretton Woods (1944), contraponiéndoles el Consenso de Washington (1985).
Fue el movimiento circular de esos 40 años lo que consumó, a sangre fría, el sacrificio de Allende (1973). Cincuenta años después (2023), debemos, por tanto, saludar ese sacrificio y condenar aquella traición.