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Gonzalo Rojas, historiador: "Contradigo a quienes defienden las credenciales democráticas de Allende"

Desde aceptar ser candidato de un partido —el PS— que asumía la vía armada hasta el uso de resquicios legales para implementar su programa son argumentos, a juicio del académico, para rebatir a los defensores del exmandatario. Sobre lo que vino después, afirma que la gran victoria de Jaime Guzmán fue haber convencido a Pinochet de la restauración democrática.

11 de Septiembre de 2023 | 08:59 | Por Cristián Pizarro Allard, El Mercurio
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Gonzalo Rojas, historiador.

El Mercurio
Dicen que pocos académicos en Chile han estudiado tanto la UP, y sobre todo el período posterior, como el historiador y académico Gonzalo Rojas, quien ha escrito, al menos, media docena de libros sobre el tema.

Agudo y polémico, no tiene pelos en la lengua para defender temas aparentemente impopulares o, al revés, criticar lo que parece tener cierto consenso en la opinión pública. Como por ejemplo, las credenciales democráticas de Allende o el rol del gobierno militar.
Son opiniones que no se calla, y que para muchos toman fuerza cuando se cumplen 50 años del golpe de Estado. Un episodio que para él tuvo su origen años antes, con una decisión clave del PS: “Lo que es realmente decisivo es el cambio del Partido Socialista al acoger la Revolución Cubana. Allí el personaje clave fue uno del que se habla poco, Adonis Sepúlveda, quien fue el primero en plantear la necesidad al interior del PS de asumir la vía armada”.

Agrega que tras esto, “el lenguaje del PC también cambió. Ellos venían hablando de la vía pacífica para acceder al poder y a raíz de la decisión de los socialistas, Corvalán en el año 62 cambia la terminología y empieza a hablar de vía ‘no armada’. Esto que parece una tontería es muy importante porque cuando le preguntan qué significa responde ‘no rechazamos la violencia, sino la violencia por las armas’. Es decir, no rechazan la violencia a través de huelgas, manifestaciones, tomas, etc. Y hay que agregar un tercer ingrediente que es la fundación del MIR. Esto genera una particularidad. Hay una decisión de ir a la conquista del poder por la vía electoral, pero con la disposición interior de defender una eventual y muy lejana victoria por las armas”.

—¿Es posible comprender los hechos que rodean este proceso sin incorporar el factor ideológico que introdujo el marxismo en la vida política chilena?

—La matriz para producir el quiebre con la llamada democracia burguesa es una ideológica, es la del marxismo. Esto implica: lucha de clases, violencia y destrucción del orden formal burgués.

En este contexto, Rojas pone un elemento poco tratado sobre la mesa.

“Cuando Allende acepta la candidatura, acepta ser candidato de un partido que se ha definido por la violencia, eso es muy grave. Es un partido que ha formado dos grupos violentos importantes, los elenos en contacto con el Che, con Elmo Catalán como hombre clave. Y la Organa, quienes fueron detenidos en Chaihuín por tener un campamento guerrillero e incluso Allende los visita cuando están presos. Él sabía perfectamente en qué partido militaba y cuáles eran sus actividades”.

—Y ¿por qué Allende acepta entonces ser candidato? ¿Por qué el PS adopta a uno de los suyos que decía no estar en la línea mayoritaria del partido?

—En el caso de Allende, es la vanidad del epitafio que él había anunciado, que iba a ser el futuro Presidente de Chile. En el otro caso, es importante señalar que el partido no lo escoge. Cuando tú tienes 12 votos a favor y 13 abstenciones está claro que el partido ha dicho no hay uno mejor. En realidad hubo una decisión del PS para intentar sacar a Allende del medio de una vez por todas. No creo que hayan pensado jamás que podía ganar.

“No se puede decir que hubiera un bloque muy allendista dentro del PS. Entonces, ¿en quién se apoyaba Allende al interior de su partido? Fue el PC el que leyó ese escenario y dijo ‘aquí estamos nosotros’”.
“Frei Montalva no hizo nada para detener al MIR”.

—Un tema que usted ha estudiado en profundidad es el establecimiento del odio y la violencia como vía de solución de los conflictos. ¿Qué hitos grafican bien la prevalencia de estas dimensiones en esos años?

—Empieza cuando Volpone recibe chipe libre por parte de Frei y baja hasta las cloacas la difusión de los actos políticos. El Clarín de la segunda mitad de los 60 y de la campaña electoral de los 70 es bazofia pura, aunque no sea el gestor del odio. Este empieza a verbalizarse una y otra vez en los discursos, en los titulares de prensa y en las caricaturas. En la UP comienza la autoconsciencia del odio con, por ejemplo, la Iglesia Católica pidiendo en todas sus declaraciones detener este clima. El asesinato de Edmundo Pérez Zujovic es un momento paradigmático de esto. Fueron dos años en donde le dijeron todo, se verbalizó el odio de una manera brutal en su contra. Fue la crónica de una muerte anunciada.

—Aun cuando distinta, ¿qué responsabilidad les cabe a los gobiernos de Alessandri y Frei Montalva en las condiciones previas al quiebre democrático?

—En el caso de Alessandri creo que no advirtió la necesidad de formar un sucesor. Entonces, la popularidad con la que se fue al terminar su gobierno se dilapidó porque no había quien viniese después. En ese sentido uno puede decir que fue egoísta, indolente o un mal lector de los escenarios para los próximos años.

“Creo que la responsabilidad de Frei es mucho mayor en dos cosas. Primero, no fue capaz de ordenar la gestión de la reforma agraria en términos de que no produjese una ruptura completa con la derecha. Segundo, su negligencia respecto del comportamiento del MIR desde el 69. Ellos sabían dónde estaba la plana mayor y nunca se hizo nada por detenerlos. Entonces para Allende fue mucho más fácil indultar a unos idealistas clandestinos que a unos señores que podrían haber estado en la cárcel”.

—En cuanto al gobierno mismo de la UP, ¿comparte usted la apreciación del expresidente Lagos expresada en estas páginas de que las credenciales democráticas de Allende resultan indiscutibles?

—Yo creo que no solamente están en duda, sino que pueden ser fácilmente negadas. Ya hay varios antecedentes graves antes de que gane las elecciones. Y cuando ya es Presidente hay al menos cuatro cosas que contradicen la tesis de Lagos. Primero, el uso de los resquicios legales, que son un instrumento auténticamente perverso, porque están utilizados para romper la forma democrática de organización. Luego, el hecho que haya querido estatizar la banca a través de los poderes compradores de Corfo, que era una fórmula que terminaba por completo con la libertad económica, una de las condiciones de la democracia. En tercer lugar, gravísimo, que le haya pedido a su ministro del Interior, Carlos Prats, que enviara la famosa circular secreta indicándoles a los intendentes que cuando estimaran que se pudieran generar incidentes en los desalojos de las tomas, avisaran con antelación.

“Por último, que haya pretendido promulgar parcialmente la reforma constitucional de las tres áreas de la economía. Ese es un hecho inaudito en la historia nacional, pero también revela que le daban lo mismo las reglas, y que iba a llevar las cosas a su pinta. La otra dimensión es su tolerancia al desarrollo de un ejército paralelo, de la presencia de miles de extranjeros en Chile, que podemos calcular entre 8 mil a 10 mil personas. Entonces, pongo muy en duda, incluso contradigo a quienes defienden las credenciales democráticas de Allende”.

—Se ha discutido mucho, a raíz del último libro de Daniel Mansuy, si la UP fracasó o fue derrotada. ¿En qué línea se sitúa usted?

—Me parece que las dos palabras son perfectamente compatibles. La derrota de la UP no fue solo por sus incapacidades en gestión, la derrota o el fracaso consiste en haber destrozado la sociedad chilena.

—Respecto de la declaración de la Cámara de Diputados de agosto de ese año, ¿cree que resulta posible evaluarla al margen de lo que fue la ratificación de Allende por el Congreso Pleno e incluso el propio Pacto de Garantías Constitucionales?

—Más importante que la ratificación es que esto haya implicado un acuerdo de reforma constitucional. Resulta que gran parte de las garantías que estaban en la Constitución de 1925, más las que se incorporaron en 1971, se consideraba que estaban siendo violadas. No solo violó la Carta Magna, sino el acuerdo por el que se le dio el voto.

“Hubo abusos flagrantes y brutalidades sin nombre”


—Luego de septiembre del 73 viene el incipiente diseño de restauración democrática hecha por los militares. A su juicio, ¿cuándo cree que el proceso entra en un cierto encauzamiento?

—En Chacarillas 77. Hasta ese momento había habido señales en ambos sentidos. La primera señal ambigua fue en marzo del 74 en la declaración de principios donde había elementos claramente rodriguianos, con personas vinculadas a Patria y Libertad y que se definían por un Estado militar y no de un retorno a la democracia. La segunda señal muy delicada de que se está todavía en una fuerte tensión, al mismo tiempo que avanzaba la comisión constituyente, ocurre en marzo del 77 cuando el Presidente disuelve los partidos que estaban en receso. La señal es que no iba a haber partidos, la base de la democracia representativa. Es ahí cuando Jaime Guzmán se empieza a mover más activamente, redacta el discurso de Chacarillas y abre el proyecto para la continuidad de la restauración democrática y no sobre la consolidación de un Estado Militar. Esa fue una gran victoria de Jaime Guzmán: el haber convencido a Pinochet.

—¿Considera que las condiciones políticas y económicas de esos años obligaron al régimen a alargar los plazos de la vuelta a la democracia?

—Sí y no. En medio de la crisis económica del 83 y el desarrollo de las protestas se hacía mucho más difícil al Presidente poner en marcha mecanismos que podrían aparecer como un regalo a los que protestaban por espacios. Pero recuerdo perfectamente bien que Jaime Guzmán ya decía entre el 81 y el 82 que no tenía acceso a palacio. ¿Por qué? Porque estaba convencido que había que poner en marcha las leyes políticas lo antes posible.

—¿En qué medida el itinerario trazado por el régimen se vio empañado por las violaciones a los derechos humanos que perpetraban agentes del Estado?

—Desde el primer día el régimen militar estuvo bajo asedio. Jaime Guzmán decía que si se abandonaba al gobierno producto de las violaciones a los DD.HH., este podía caer porque necesitaba el apoyo civil. Además, agregaba que si no estábamos dentro, iba a ser mucho peor.

“Con todo, me parece que hay que dividir la respuesta en tres dimensiones: hay un grupo de actos represivos que no son violación de los DD.HH., sino una legítima defensa del Estado, por ejemplo, la muerte de Miguel Enríquez; hay otros que son dudosos y hay otros que no cabe ninguna duda que son abusos flagrantes y brutalidades sin nombre”.

—Observado en perspectiva, el período de transición desde el 90, ¿resultó mejor de lo que usted habría imaginado?

—Fue un período notable de la historia de Chile, con dos bemoles. A mí no me parece mal que haya habido un Informe Rettig, pues se dicen cosas muy importantes como que civiles también violaron los DD.HH. Sin embargo, lo que pretendía ser un acto de sanación a lo Mandela, no lo fue. Le faltó voluntad al Presidente Aylwin para decir ‘nunca más otro Informe Rettig’, que vino a la vuelta con Valech. Eso me parece muy delicado, pues con la buena voluntad que tuvo de cerrar, no logró hacerlo. Lo otro es la instrucción que le da a la Corte Suprema sobre la aplicación de la amnistía. Es una intromisión absolutamente indebida de un poder del Estado en otro y que ha causado efectos devastadores.

—Si hubiera sabido los resultados que iba a tener la transición democrática, ¿igual habría votado por el “Sí” en el 88?

—Habría votado que “Sí” igual. Habría sido un muy buen momento, la economía iba zumbando hacia arriba y Büchi hubiera seguido siendo ministro de Hacienda y quien sabe cuánto más hubiéramos crecido. Probablemente Pinochet habría dejado la comandancia en jefe y se habría civilizado por completo, pero son todas especulaciones. Uno votaba que “Sí”, más que por el futuro, por gratitud hacia el pasado. No podía dejar botado a alguien que tanto había hecho por Chile.

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