Antes de que las autoridades gubernamentales aplaudieran la hazaña lograda por el cosmonauta Alexéi Leónov, que falleció este viernes a los 85 años en Moscú, varios pormenores sufrió la misión Vosjod 2 que lo llevó a convertirse en la primera persona en caminar en el espacio.
Corría el 18 de marzo de 1965, Rusia con Estados Unidos se enfrentaban codo a codo en la histórica Guerra Fría y Leónov tenía 30 años. Había sido elegido junto a su comandante, el también ruso Pavel Belyavev, por su experiencia en las Fuerzas Aéreas Soviéticas y realizado un entrenamiento que lo prepararían para salir al cosmos en nombre de su país. Por ello la información y “la narrativa triunfalista” de sus líderes no incluyeron estos detalles.
Esa mañana, antes de despegar del cosmódromo de
Baikonur —situado a unos 2.500 kilómetros de Moscú— ambos cosmonautas tenían que cumplir ciertos rituales que su compañero Yuri Gagarin había instaurado como "cábala" al regresar exitosamente de su viaje al espacio exterior en 1961:
descorchar una botella de champán, firmar la botella y prometer beber el resto de regreso.
Al llegar a la órbita, detallaba a la BBC el mismo Leónov en 2014, el cosmonauta comenzó a prepararse con los dispositivos que le permitirían mantenerse con vida fuera de la nave. Un traje cubierto de material aislante, con temperatura adecuada, presión y un sistema de comunicación con la nave. "Tras recibir una cálida palmada de Belyavev en la espalda, entró en la cámara de aire y cerró la escotilla", relata el medio citado.
Allí esperó hasta que su compañero ecualizara la presión de la cabina con la presión cero del espacio exterior, y cuando esto estuvo listo procedió.
Problemas a 450 kilómetros de la Tierra
"Se soltó de la nave hasta alejarse cinco metros de ella y realizó varias acrobacias en el espacio, donde flotó en completa libertad", narraban las agencias de noticias en 1965. Sin embargo, según los recuerdo de Leónov, esto no fue así. El ruso salió, observó la Tierra en todo su esplendor y quedó anonadado: "Me sentí como si fuera un grano de arena", recordó.
Ya afuera de la nave, Leónov comenzó a chequear cuán lejos podía llegar y se lanzó a los costados. En plena ingravidez, este movimiento hizo que girara vertiginosamente pero el tope de su cable lo detuvo. A los 10 minutos ya tenía que volver, pero notó que su traje espacial se había inflado en el vacío hasta el punto de que no podía volver a entrar en la esclusa de aire.
"Mi traje estaba completamente deformado, se me habían salido las manos de los guantes, las botas se salieron de mis pies. El traje se sentía flojo alrededor de mi cuerpo. Tenía que hacer algo. No podía empujarme hacia atrás con el cable y, con mi traje en ese estado, no podría entrar por la escotilla", se acordaba Leónov a sus 80 años.
Sin dar aviso, el centro de control —ubicado a 450 kilómetros en la superficie terrestre— abrió la válvula de Leónov para permitir que la presión del traje descendiera y que fuese capaz de volver a entrar en la cápsula: "Comencé a sentir un hormigueo en mis piernas y manos. Estaba entrando en una fase peligrosa y sabía que podía ser fatal", reconoció.
Su esfuerzo mismo no lo ayudaba, ya que todo el ejercicio corporal que significaban los intentos de entrar a la nave, aumentaba su temperatura corporal y la transpiración le empañaba el casco. Hasta que lo logró, y con seis kilos menos entró de cabeza. Allí la sensación no sería la más aliviante, porque los indicadores de la nave alertaron que el oxígeno estaba descendiendo a un ritmo alarmante y el sistema automático que les permitiría volver falló.
La felicitada y salvaje vuelta
De cabeza, Leónov y Belyavev tuvieron que iniciar este sistema manualmente. ¿El riesgo? Lo explicaba el ruso: "Si el fuego que producen los motores duraba muy poco, el Voskhod 2 hubiera chocado con la atmósfera a un ángulo muy superficial y la nave hubiese rebotado nuevamente hacia el espacio. En el caso contrario, la nave hubiese caído a demasiada velocidad y se hubiera destruido".
Hasta que funcionó, lograron impulsarse y cruzar la atmósfera terrestre. El problema era el aterrizaje, que no podían controlar y que llevó a su cápsula a detenerse en medio de un bosque siberiano cerca de la ciudad de Perm, al oeste de los Urales, donde podían haber -25°C, vientos helados, lobos y osos agresivos. Siete horas estuvieron ahí hasta que una estación de Alemania Oriental los localizó, luego vinieron los rescatistas con esquíes y una noche bajo el cielo del este.
Al volver, el exsecretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brezhev, había dicho los siguiente: "Lo que ustedes han realizado supera la imaginación. Hemos seguido emocionados sus proezas y la apertura de la puerta hacia el universo. Les deseamos éxito en la continuación del vuelo, un buen aterrizaje y los esperamos con impaciencia en Moscú". Una capital que 54 años después vería la partida de Leónov, "el peatón del espacio".