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“No quiero vender mi alma para ser comercial”

Delgada y etérea, esta diseñadora de joyas y ahora ropa, cree en su propuesta; una noble, que busca conectar con sentimientos. Por eso, en algún tiempo más traspasará fronteras con su mensaje.

27 de Octubre de 2005 | 09:55 |
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Su tienda no es sofisticada, aunque el barrio en la que está, sí. Sin embargo, al entrar, además del olor a incienso, llama poderosamente la atención el silencio y la tranquilidad que transmite.

El lugar representa fielmente a su dueña, Chantal Bernsau, orfebre y diseñadora de ropa, que por casi 20 años ha mantenido su sello, uno que le ha permitido sobrevivir en el competitivo mundo de la moda e incluso, plantearse la posibilidad de extender las alas y cruzar el océano con sus creaciones.

Exportar sus productos a Europa es el proyecto que esta ex productora de moda tiene rondando en su mente y no es de extrañar que lo concrete en poco tiempo. Más, si su camino ha sido lento, pero seguro.

Pedagoga en francés de profesión, Chantal Bernsau Silva, se inició en el mundo de las joyas estando aún en la Universidad Católica. Las joyas y la orfebrería le llamaban poderosamente la atención –su padre fue alto ejecutivo de Cartier- y tuvo la oportunidad de acceder a clases en uno de los pocos talleres que a mediados de los ´80 existían en Santiago.

“Fue bien divertido. Mientras estudiaba las dos cosas, me empezó a apasionar esto de la joyería y me pasaba cinco horas en el taller. La idea era hacerme joyas para mí, pero esto cada vez agarró más importancia y comencé a vender a algunas amigas e instalé una pequeña tienda en el Giratorio”, cuenta.

Al poco tiempo se fue a vivir a Alemania, pero no alcanzó a estar más de 7 meses porque el clima frío la espantó. A su regreso, con una mano por delante y otra por detrás, comenzó a trabajar como productora de moda para la revista Paula, pero retomó la creación de joyas.

-¿Qué te hizo pasar del hobby al negocio?
“Tenía siempre algunos anillos y collares y la gente me llamaba, pero después de 8 años haciendo moda me di cuenta que lo mío eran las joyas. Me di cuenta que tenía que creer en mí y dedicarme a eso. Mi pareja me ayudó mucho, me impulsó, fue quien me dijo que tenía que tener una tienda aquí”.

-¿Tenías mentalidad de empresaria?
“No tengo mucho mentalidad de comerciante, de vendedora. En el fondo, yo dudaba, porque lo mío era un poco extraño y me preguntaba si me daría para vivir de esto. Sabía que tenía que dejar la moda porque las dos cosas no las podía hacer”.

-¿Y tienes olfato para el mundo de los negocios?
“Primero, siento que hay que tener mucha disciplina, porque aquí no hay ningún jefe que te dice trabaja; y mucha intuición. Como estuve en la moda 8 años, eso me sirvió mucho para darme cuenta la idiosincrasia de la mujer chilena, de lo que le gustaba; hice una especie de radiografía”.

-¿Lo que te dificultó más todo eran las cosas formales de establecerte?
“Sí, toda la administración. Me tuve que hacer cargo de comprar los materiales, diseñar, crear, atender”.

-¿Y los créditos?
“No, yo empecé de cero, con lo que tenía, nunca pedí uno. Y además, entre medio, las pocas joyas que tenía me las robaron todas de adentro del auto. De un día para otro me quedé sin ni una; lloré un día entero y al siguiente, fui al centro, compré los materiales y empecé de nuevo.
“Lo bonito y es lo que me da fuerza para seguir para adelante, es que empecé con cero capital. Mi iniciación de actividades fue una broma, 1 millón de pesos, o sea, nada”.

A pesar de los años que lleva en esto, la parte administrativa sigue sin gustarle; ese cuento de timbrar boletas, ir al SII, pagar facturas, estar atenta con los papeles para que no se pase nada, no le acomoda. “Lo que me ha ayudado es que toda la plata que he ganado la he reinvertido, soy como una hormiguita”.

Hace cuatro años se instaló en Alonso de Córdova y su crecimiento la llevó a cambiarse de local. De “ser todo” en la tienda, hoy tiene una vendedora y un grupo de artesanos que trabajan con ella. Y como mantiene su local en Zapallar, se declara una microempresaria.

-¿A qué obedeció instalarte en este barrio?
“Sabía cuál era mi público. Antes que plantearse abrir una tienda, uno tiene que preguntarse para dónde quiere ir, quiénes van a ser los clientes, qué tipo de mujer, edad, qué hace. El perfil de mis clientas no es joven, son más bien mujeres profesionales que se compran ellas sus cosas, con su dinero, no con el del marido.
“En ese sentido, le achunté. Yo sabía que lo mío no era masivo y además, experimenté con un pequeño kiosquito en Falabella y me fue pésimo. Y hasta hoy, cuando me dicen que me vaya a La Dehesa, digo que no porque eso no es para mí. Es súper importante el lugar donde uno está situada”.

La tienda que instaló en Zapallar, hace once años, el mismo año en que nació su hija, partió con un mesón hecho con tablones clavados por ella, en la puerta de su casa. “Ahora tengo una tienda increíble, frente al banco, con vitrina; no me la creo”.

“Esto ha sido un proceso que tiene base, no ha sido de un día para otro. Así como vienen las cosas, se van rápido también y de alguna manera hay una constancia en mí que ha hecho que esto perdure. Mantenerse en Alonso de Córdova no es fácil, hay tiendas que duran tres meses y cierran”.

- Antes sólo hacías joyas y ahora diseñas ropa. ¿Qué te impulsa a iniciar nuevos negocios? Eso es más responsabilidades y más competencia.
“La ropa me encanta, por algo trabajé en moda. Me di cuenta de que mis clientas ya tenían 50 anillos y 50 collares o más, no es broma, y… ¿qué más me podían comprar?. El mercado en Chile es enano, un día partí a La Ligua con un par de modelos y le pedí a algunas señoras que me las hicieran.
“Lo mío no es tan elaborado, es más intuitivo. Lo que ofrezco es súper exclusivo y único, está hecho a mano, tiene alma, tiempo, dedicación y por eso, se diferencia del resto. Tengo clientes que son súper fieles porque sienten algo distinto; hoy nuevamente se aprecia lo hecho a mano, se busca la pieza única”.

-Teniendo un sello tan propio, ¿logras abstraerte de la moda y seguir siendo comercial?
“Totalmente. Compro revistas, veo desfiles de afuera, admiro a muchos diseñadores, pero, tengo mi sello. Sé que en Chile, las mujeres siguen mucho la moda, estoy consciente de eso y, a veces, debería ser más comercial, pero no lo hago.
“No quiero vender mi alma, hay algo como valórico mío que me dice que no puedo caer en eso (lo comercial), es como que tengo que seguir en mi línea. A veces, uno mismo se entrampa, tiene miedo y duda, creyendo que sus ideas son muy locas y se reprime; y muchas veces, lo más loco es lo que vendo al tiro.
“La moda, dentro de todo, es igual. Por eso digo si esto es lo que se usa, hago todo lo contrario, porque si no voy a ser una más del montón. Si tú haces cosas originales no tienes competencia”.

- Con todas las restricciones que te impones, ¿cuánto más estás dispuesta a crecer?
“Lo único que tengo como proyecto es exportar, pero, dentro de Chile, así como tener más tiendas, no. Me gustaría tener pequeños puntos de venta como en Pucón, también he pensado en La Parva o Portillo, porque podría ser interesante, pero, igual no quiero estresarme.
“No soy una mujer tan ambiciosa que quiero trabajar todo el día. Todas las tardes las paso en mi casa, con mi hija. No soy trabajólica, lo fui en su momento y ahora lo he soltado; he aprendido a delegar, tengo personas que están con la camiseta puesta y me ayudan.
“Estoy bien así, pero me gustaría exportar porque hay mucha gente que muestra interés; tengo una página web y me preguntan cuánto valen las cosas. Siento que ahí hay un mercado gigante; lo voy a tener que hacer en algún momento, porque siento que Santiago, de alguna manera, lo tengo copado y más de esto no puedo crecer”.

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