Tanta vida no cabe en una casa. Recuerdos, pinturas, fotos y galardones trepan por paredes y muebles de la vivienda que compró con el dinero del Premio Nacional. Su retrato se ve en todas partes, en todas las edades, en todos los lugares que ha visitado. Esas versiones planas y diminutas de la folklorista son los verdaderos habitantes de la casa, porque la de carne y hueso se ausenta a menudo. Margot viaja frecuentemente junto a su esposo, colega y ex alumno, Osvaldo Cádiz.
-¿Le molesta vivir en Santiago?
“Mucho, yo no quisiera estar aquí. No me gusta Santiago, no me gusta vivir entre cajones, no me gusta no ver las estrellas en la noche. Yo sería feliz si pudiera vivir en el campo, pero no puedo”.
-¿Por qué no puede?
“No podemos por cuestión económica y también porque los médicos han dicho que necesito estar en una parte donde haya doctores por cualquier emergencia. Además, hay que tener dinero, auto y nosotros no tenemos ¿Quién maneja si estoy enferma en un campo? No, no se puede”.
-¿Siente que esta es su casa?
“No, todos son hogares míos, absolutamente, eso me encanta. Lo que me complica es que no puedo tenerlos todos en un mismo momento, eso me duele. Vivo en uno y pienso en el otro. Entonces, hay una nostalgia permanente que sobrepasa la felicidad de lo que uno está viviendo”.
No sólo la nostalgia supera a Margot, porque a los 87 años la cotidianeidad también es un desafió. “Para mí, en este momento, este señor es importantísimo en mi vida porque a estos años no me la puedo sola. Me la pude siempre sola, pero hoy lo necesito. Él va adelante ahora y lleva la batuta”.
- ¿Eso le molesta?
“No, todo lo contrario. Él es mi mejor discípulo. Yo conocí a este niñito de rockanrolero. Hasta ahora baila mejor el rock and roll que la cueca, aunque viene del campo.
Además él tiene muchos discípulos, que son mis nietos y bisnietos a lo largo de todo el país”.
-¿Le duele no haber tenido hijos legítimos?
“No, todo lo contrario. Estoy muy contenta porque no quise tener hijos para que no sufran ¿Tenerlos para que mueran, para que vayan a la guerra, para que estén expuestos a tantas cosas? No, no habría vivido feliz teniendo hijos. Sin embargo, creo que todos mis alumnos lo son un poco.
Yo no quería niños para que sufrieran esas cosas. Aunque mi maestro decía tenemos que sufrir pues mijita, sino nos moriríamos de puro gusto”.
-¿Usted ha sufrido mucho?
“Mucho, mucho. Yo sufro por todos, no estoy en un globito metida. Es una cosa casi enfermiza”.
Su marido confiesa que, lo que por ahora la angustia, es pensar cómo la va a llorar la gente cuando muera. Y de sólo escucharlo, Margot se atormenta “Horrible, horrible. En esa angustia estoy. Imagínese que un viejo me decía si se muere usted, se acaba el folklore. Y yo le decía: no mijito, el folklore no se acaba”.
Antes de angustiarse por el dolor que causará su deceso, Margot se mortificó en una pesquisa afectiva. “Yo busqué, busqué y busqué. Soy una absolutista del amor, no sé cómo este hombre no está jodido conmigo. Soy una absolutista del amor, pero me di cuenta que el absoluto no existe”.
-¿Esa certeza es otra de sus angustias?
“Ahora no. Ya estoy tranquila, pero jodo siempre a este joven”.
- ¿Le incomodó que Osvaldo fuera 20 años menor?
“No, a mi nunca me gustaron los de mi época porque eran muy viejos. Me gustaron siempre los cabros. Sí tal vez uno, un argentino me gustó una vez, ese era viejo fíjate. Me acuerdo que me escribió unas líneas quisiera beber el cielo en la mágica copa de tu boca ¡Oh que era lindo ese viejo! Lo miraba de lejos ¡Si él me lo hubiera propuesto, le hubiera dado un beso! Entonces decía por qué no me lo dará y a cada canción lo veía sentadito. Me mandaba flores, pero nunca se acercó”.
- ¿Usted tampoco lo hizo?
“No, yo no. Se le ocurre que me iba a acercar, con lo vanidosa que soy”.
- Entonces don Osvaldo la conquistó a usted.
“Mira yo no sé quién conquistó a quién realmente. Lo único de lo que me di cuenta en un momento fue de que lo necesitaba. Entonces, le digo jovencito, nos separamos, porque yo notaba que estaba enamorándome de él y que era muy joven, así que le ponía todos los problemas. Primero le decía que no le iba a dar hijos, porque le tenía terror a tener niños. Me dijo un día si usted no me puede dar hijos, no quiero hijos de nadie otro día lo oí decir el hombre debe tener una sola mujer en la vida. Entonces todo esto me fue atrayendo en él, lo que decía y hacía”.
“Lo primero que me gusto fue su lealtad y que era maleable (baja la voz). Yo se lo pregunto todo a él, porque tiene más cabeza que yo y sabe mejor las cosas. A veces tengo dudas, porque idealizo a la gente y entonces él me aterriza. Eso es lo que hace este hombre, me aterriza. A veces peleamos, porque le digo no, te estás pasando para el otro lado, pero a la final siempre le tengo que dar la razón, porque él piensa mucho y yo tengo demasiada fe en la gente”.
-¿Qué más encontró en este caballero?
“Yo estuve siempre sola, pero desde que lo conocí a él empezó a terminar mi soledad. Antes era pura soledad, porque no había comprensión”.
- ¿Era difícil tener pareja en medio de tanta actividad y viaje?
“Sí, pero me hubiera gustado tener un hombre para haberme paseado por un parque pisando las hojas”.
- ¿Lo tuvo?
“No poh, cree usted que iba a haber un weón que va a estar al lado de una mujer pisando hojas, cuando todito lo que quieren es ir a la cama al tiro y ahí no… hasta ahí no más. Yo ponía los límites y me quedaba sola”.
Para Margot la complicación de las relaciones de pareja va más allá de los instintos masculinos y los frenos femeninos. “Esta cosa del amor es muy jodida, porque primero tiene que tener la magia, que a veces no es amor. Yo viví puras de esas y el médico me decía que no era amor. Aquí no hubo magia sino que una cosa mucho más profunda, porque la magia no es cierta: sientes que no puedes respirar y que todo es precioso, está toda esa cosa bella. En este caso fue la gota de agua sobre una piedra. Él es una gota de agua y yo una piedra de mierda que no quería ninguna cosa y empezó a joderme la gota hasta que me di cuenta que lo necesitaba”.
-¿Tenía miedo de volverse dependiente?
“¡Pero claro que tenía miedo! Aunque no a depender. Nunca tuve esa aprensión frente a este joven. El temor que tenía era el siguiente: mire, nos vamos a separar porque yo tengo tantos años más que usted y si nos casamos después se va a enamorar de una cabra joven. Usted se va a ir, y yo le planto un par de balas porque no lo voy a aceptar. No quiero cárcel no quiero nada, váyase y déjeme tranquila. Ese era mi planteamiento”.
Pero la postura de Margot fue doblegada por la perseverancia del pretendiente que conoció hace 46 años. Juntos trabajan, viajan, viven y dan entrevistas, porque ella exige la presencia del obstinado joven que a su lado se transformó en adulto y luego en un profesor jubilado que no deja a su esposa ni a sol ni a sombra.