Laura Esquivel se toma un tiempo para dar una vuelta por los alrededores del hotel donde se aloja en Providencia. Lleva un vestido azul grisáceo con diseños étnicos, una gruesa gargantilla con un colgante de plata y piedras, y una pulsera grande y pesada, también de plata.
Ya en su indumentaria se nota cuán importantes son para esta escritora mexicana sus raíces y no sólo las de su pueblo, sino las de todos los que visita. Su voz es suave, cadenciosa y sus manos se mueven al ritmo de sus palabras. Todo en ella es tremendamente femenino y reposado, como quien está en profunda paz consigo misma.
"Malinche", su última obra sale un poco de los cánones de lo que ha escrito hasta ahora. Todo partió como una petición de la editorial para hacer una biografía de la controvertida amante de Hernán Cortés, el conquistador de México; para Laura se convirtió en una aventura que terminó, después de dos años de investigación, como su primera novela histórica.
Su primer título, el que la lanzó a la fama, fue "Como agua para chocolate", que también fue un éxito cinematográfico y que igualmente tiene que ver, aunque de manera más tangencial, con la historia de su país, en plena época de la Revolución Mexicana.
-¿Crees que el éxito de las escritoras latinoamericanas se debe al hecho de que la mujer ha ido adquiriendo más espacios?
"Pues, fíjate que no sé. Hay estudiosos que están analizando esto, yo no sabría qué responderte. Las mujeres, de pronto, buscan literatura escrita o de mujeres; la verdad, no sabría qué responder".
-Pero en México también las mujeres están ocupando espacios antes reservados a los hombres.
"Sí, ha habido una participación femenina muy intensa de unos años para acá y hay organizaciones de mujeres que apoyan mujeres, proyectos de mujeres; cosas muy interesantes. Creo que el problema de la actualidad ya no es cuestión de género, es cuestión de una lucha constante que tenemos que estar dando hombres y mujeres, juntos.
"Igual que sigue habiendo situaciones muy injustas y trato desigual para la mujer; los hombres también siguen sufriendo abusos, explotación y maltrato. Yo creo que lo que hay que buscar es el origen; hay un sistema económico equivocado que está gobernando al mundo y que nos afecta a ambos por igual. Más que estar buscando que una mujer ocupe un puesto, hay que estar analizando muy bien cómo va a ser la lucha que demos y no es una cuestión de género, es algo que nos compete a hombres y mujeres. Ahí hay que estar, trabajando unidos en cualquier causa".
-Pero no hablo desde una perspectiva feminista, sino más bien desde lo femenino, que no necesariamente es una condición de género, sino que tradicionalmente se le ha denominado así a lo más intuitivo, lo de los afectos.
"Ah… OK. Sí, el siglo pasado en verdad fue un período en que todo lo que tenía que ver con lo femenino fue devaluado y hay como una necesidad de rescatar, de darle su justa dimensión y ponerlo en armonía, en equidad con lo masculino. Si no lo hacemos, la sociedad va a seguir estando en desequilibrio. Si seguimos dando mayor importancia a la razón que a la emoción o a la producción que a la reproducción, tenemos grandes problemas".
-¿Eso cambia si las mujeres están en el poder, ya sea político o económico?
"Lo importante es el sistema de valores que estén defendiendo desde el poder, porque hay mujeres que tienen poder que no tienen esta visión… ahí tenemos a Condoleezza Rice y, en su momento, Thatcher. De nada sirve que sean mujeres… no es cosa de género. A mí si me da gusto y festejo que esté Michelle como Presidenta, porque es una mujer que está realmente representando a lo femenino".
-¿Empiezas a escribir un poco para buscar este equilibrio? Cuéntame del por qué de "Como agua para el chocolate".
"Para mí era importante hablar de la relevancia que tenía un espacio tan devaluado como la cocina por un sistema para el que todo lo que sucede dentro del hogar –como no tiene retribución económica- no vale la pena, porque es un lugar de castigo. Ese sistema ve la casa como una prisión; ahí las mujeres han estado relegadas de lo que pasa en el mundo.
"Entonces, era mi manera de mostrar que en la cocina, en la casa, en estos espacios, suceden muchas cosas; lo que pasa es que nosotras mismas lo hemos devaluado, por darle importancia a lo que el mundo masculino le estaba dando importancia".
Agrega que las mujeres tuvieron que demostrar que sí pensaban e ir a la universidad para probarlo. "Creo que fue bueno salir de la casa, no creo que haya sido malo. Lo que estuvo mal es creer que el camino era cambiar las cosas desde lo público".
-¿Por eso sitúas la novela durante la Revolución Mexicana?
"Sí, porque es cuando se supone que se estaba generando una revolución (y marca la palabra) que iba a cambiar absolutamente las cosas en México. Tuvimos la participación de muchas mujeres que se fueron tras las soldaduras o la mujer que puse ahí (en la trama) que es el primer paso que dio el movimiento feminista, que es
yo abandono mi casa, me incorporo a un mundo masculino y es así como se convierte en Generala, da órdenes, manda, adquiere una gran libertad sexual. Y era importante también hacerlo, OK, yo no digo que no. Ella marca ese paso.
"La otra hermana no quería el cambio, pero Tita (la protagonista) logra armonizar las dos cosas. Desde un espacio donde aparentemente no pasa nada, la cocina, ella logra un verdadero cambio, que es interno".
-No desde afuera.
"Yo creo que los cambios que duran no son los que se hacen, nada más, de afuera hacia adentro, tienen que ir acompañados de un cambio de valores, si no, no pasa nada; como no ha estado pasando nada con ninguna de las revoluciones que nos tocó vivir. No pasó nada; se cambiaba un grupo por otro, se instalaba y terminaba exactamente igual que el grupo anterior, porque no hay cambio interno.
"Con Tita, desde la cocina, quería demostrar todos los cambios que se pueden generar, porque ella –para empezar- acaba con una tradición castrante que se había venido repitiendo en su familia y ella dice
hasta aquí llega, yo no la paso a la nueva generación y esa es una verdadera revolución, pero es interna. Si yo soy capaz de acabar, en mi propia familia, con historias de violencia, de represión, de maltrato, ya hay un cambio; ella crea un nuevo ser en la cocina, una niña que va a ir a la universidad, que va a estudiar, pero que tiene un enorme amor por la tierra, por la cocina, por sus tradiciones. Hay una armonía entre estos dos mundos y ése es el verdadero cambio".
Insiste, enfática, pero dulce: "El nuevo ser no lo va a lograr una ley en el gobierno, ni es por decreto; el nuevo ser es fruto de una pareja consciente, de una familia que tenga otros valores. Yo me lo imagino con tal valor y respeto por la vida que si llegara el gobernante en turno y le dijera
vete a aventar esta bombita a Irán, diría
No, no me interesa. Pero, no, en general creamos seres y permitimos que el gobierno intervenga en la educación de nuestros hijos, creando seres obedientes, que van a insertarse en un sistema que está destruyendo al hombre mismo".
-Ésta es, entonces, una literatura femenina, no feminista.
"Sí, pero tampoco es una cuestión del sexo de la persona que lo escribe, porque hay muchas mujeres cuya literatura es totalmente masculina o muchos hombres cuya literatura es femenina. Es cómo abordo el tema, cómo lo elijo, cómo lo desarrollo, desde qué perspectiva y ahí si puede haber una visión femenina o masculina; no tiene nada que ver con el sexo de quién lo escribe.
"Hablo de las cosas que me interesan, sin preocuparme de si va a resultar feminista o no. No es algo que me preocupe".
-Marcela Serrano dice en una entrevista que las críticas hacia ustedes, incluyendo a Ángeles Mastretta e Isabel Allende, acusándolas de haberse quedado pegadas en el "realismo mágico", provienen de hombres que no logran vender ni un cuarto de lo de ustedes, ¿lo compartes?
(Se ríe por un buen rato) "Mira no me interesan mucho esas críticas, porque además son falsas; "Como agua para el chocolate" no es realismo mágico, para mí es realidad. Realmente no me interesa meterme en esos análisis".
Explica que se confunde realismo mágico con momentos de su novela que son hiperbólicos; es decir, que exageran la realidad como recurso literario. "Es un lenguaje simbólico, no es realismo mágico. Una madre represora aparece en tu vida, sí, porque ahí vas a tener la voz de la mamá en tu cabeza: eso es realidad, no realismo mágico. Tal vez, de repente es exagerado, pero es a favor del relato".
Sin subir el tono ni evidenciar molestia, prosigue: "A mí hasta flojera me da estar perdiendo tiempo en explicar esto, porque no tiene interés, por lo menos para mí y que no le deberíamos ni dar ni voz. No debemos reafirmar lo que dijeron otros. A mí me interesa que la gente se acerque a mi literatura y que ellos tengan su opinión y dejarlos en plena libertad".
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