Cada domingo en la mañana, una niña de 13 años se encuentra tras el mostrador de Break & Eat, una cafetería ubicada en Luis Pasteur en Vitacura. María Ignacia Silva es la hija de la dueña, Claudia Johnson, y aprovechando sus capacidades matemáticas, ayuda en el día de más ventas. A veces la acompaña su hermano Matías, dos años menor.
Involucrar a sus hijos en su negocio es una fórmula que Claudia ha encontrado para compatibilizar el trabajo con la familia.
Es que esta periodista de 38 años renunció a los medios para buscar una actividad que le diera tiempo para dedicarse a sus cuatro niños. Instaló la cafetería -impulsada por una idea de su marido, el ingeniero civil René Silva- a la que finalmente se dedicó en exclusiva cuando se dio cuenta de que su segundo hijo, asmático, requería más tiempo por parte de ella.
"Le daban unas crisis dramáticas y yo llegaba a la casa y la nana me decía que Matías se había ido a la clínica con su papá. Entonces
tuve que buscar una forma para compatibilizar mi rol de mamá con mi rol vocacional", cuenta.
Este clásico dilema de las madres fue para Claudia un impulso que la condujo a convertirse en empresaria.
Hoy ya lleva 14 años a la cabeza de un negocio que vende anualmente cerca de $300 millones en platos preparados, repostería, pastelería y empanadas.
A Break & Eat le fue bien desde el principio, gracias, según Claudia, a que la comida que ofrece se prepara de manera casera, sin preservantes ni aditivos. En dos años recuperó la inversión -aportada por su marido- y desde entonces sólo ha arrojado números azules.
Otra parte de su exitosa receta, la empresaria la atribuye al trabajo duro, pues está a full de lunes a lunes. A las 7.30 de la mañana ya está despachando los primeros pedidos, después de haber dejado a sus hijos en el colegio. Cerca de las 4 de la tarde los va a buscar y los acompaña a sus distintas actividades extraprogramáticas. "La más grande toca guitarra; otro, la batería, la otra niña hace ballet y el más chico, hace karate", dice.
Hace siete años, Break & Eat logró un boom y llegó a tener ocho sucursales (tres de ellas en Falabella) y 40 empleados. Pero tres años después, ya con cuatro hijos, Claudia decidió ponerle freno a su expansión, a pesar de que todas las sucursales arrojaban ganancias.
Herencia materna |
Claudia ha dicho varias veces que "nació dentro de una olla" porque su mamá, María Eugenia Bauerle, ha sido por 40 años concesionaria de casinos escolares y era una de las dueñas de la cafetería La Punta. A la salida de clases, ella y algunos de sus hermanos iban a la cocina de su colegio a esperarla para irse a la casa. Ahí ella les pasaba ollas e implementos para que jugaran, "entonces yo entré al rubro en forma amigable", recuerda Claudia. Por eso hoy siete de los nueve hermanos están involucrados en la gastronomía. Entre ellos, el reconocido banquetero Juan Pablo Johnson y Horacio, el actual dueño de La Punta. |
"Yo no me podía multiplicar, no tengo socios y me gusta estar en todo", explica con la misma energía que pone en todas sus actividades. "Me gusta ver el despacho del plato, si está puesta la mesa, asegurarme que todo esté limpio. Soy demasiado perfeccionista y no podía combinar todo como yo quería". Entonces decidió "volver a los orígenes" y quedarse sólo con la sede en Vitacura. "
Tuve que sacar el pie del acelerador en pos de mi familia", dice.
Pero para retener a los clientes, Claudia creó una nueva área de negocios, la que bautizó como "Míster Break", con la que despacha desayunos, cócteles o almuerzos a su cartera de clientes, que incluye unas 300 empresas. "La idea era reemplazar la venta y optimizar los recursos y el tiempo", explica.
Con este subproducto, pensaba alcanzar en un año el mismo nivel de ventas que los locales que cerró. Lo logró en seis meses. Esa área, que cuando comenzó llegaba al 10% de las ventas, hoy sobrepasa el 50%.
Según ella,
su ventaja competitiva es la rápida capacidad de reacción, ya que puede responder a un pedido de una empresa incluso en menos de una hora.
Además, su apellido es reconocido en el rubro, pues ingresar en él ya se ha convertido en una tradición familiar (ver recuadro), que Claudia extiende a sus hijos. No sólo con su colaboración en el local durante los fines de semana y las vacaciones -muchas veces van con sus amigos, quienes también son remunerados-, sino además a través de la entretención.
"Lo pasan increíble, los más chicos vienen después del colegio, les ponemos un gorro y unos guantes y empiezan a jugar, después quedan todos embetunados con manjar", cuenta Claudia con risas. Así, insertos en el ambiente, van a adquirir, según ella, el know how para eventualmente entrar en el ámbito, "si es que se entusiasman".