Se le nota en los ojos que haber dejado a su hija Amalia, hoy de 2 años, de muy pocos meses para asumir el cargo de generalísima de Lavín le causa hasta ahora una tremenda pena.
Cristina Bitar (37 años) es muy risueña y de hablar relajado y rápido, pero cuando se acuerda de sus dos hijos –el mayor es Juan Diego de 5 años- la voz se vuelve un poco más gruesa, como si le costara sacar las palabras.
No esconde sus sentimientos al hablar del gran, gran, costo personal que pagó el año pasado por asumir un rol político y dice estar consciente de que el tiempo que les restó a sus dos retoños no lo va a poder recuperar.
Por eso, en la entrevista suspende todas las interrupciones –y eso que es una mujer requerida- y sólo contesta los llamados telefónicos de su hijo, quien durante varios minutos la trata de convencer de invitar a un grupo de amigos a la casa. Ella se toma todo el tiempo y le asegura que coordinarán todo apenas llegue.
“Están exquisitos”, dice con chochera. Y agrega: “no es que los haya abandonado, estaba en la casa, me veían, pero mi prioridad fue la campaña. Mi hija tenía cuatro meses y la volví a tomar cuando tenía un año y tanto; recién ahora se me volvió a pegar y muere por la mamá, ahora tiene mamitis aguditis que mi hijo mayor siempre tuvo”.
-¿Qué te perdiste de ella?
“Me perdí su primer año y eso es fuerte. Eso no lo voy a poder dimensionar… no sé hasta cuando, pero, claramente, en ese minuto era tal la vorágine que no te puedo decir que entonces sufrí todos los días por eso. Mirando atrás, el costo para mí en lo emocional fue alto y hoy quiero devolverles ese año, aunque probablemente no lo voy a poder hacer porque ya pasó. Los años pasan y uno no los recupera, pero si estoy tratando de que sus tiempos sean de ellos”.
-¿Quiénes fueron tus puntales durante la campaña?
“Mi marido, que es una joya, mi mamá y qué decir de la nana de mis hijos; tengo la suerte de contar con una persona por la que mis hijos mueren y yo la adoro. Mi madre, que vive en Perú, fue clave porque casi se mudó.
“Mi marido fue un gran apoyador mío, porque también, emocionalmente, yo vivía derrumbada muchas veces y me levantaba el ánimo, me sacaba adelante. Se trata de una red familiar de apoyo muy importante porque sino no lo puedes hacer”.
Cristina se reconoce trabajólica y también confiesa que no está en su proyecto bajar el ritmo de vida, pero asegura que se da todos los espacios para cumplir con las actividades extra programáticas de los pequeños como llevarlos a clases de natación o para que la puedan ir a ver a la oficina. “No trabajo medio día y probablemente nunca lo voy a hacer, no nací para hacer eso, pero sí tienen (mis hijos) el fin de semana, una mamá que llega en la noche y está con ellos y que si me llaman, les contesto, o que si tienen que ir al pediatra yo los llevo”.
“Hago muchas cosas, probablemente menos que otras mamás, porque nunca voy a ser la típica mujer que está siempre con sus hijos; eso ya lo tengo asumido, pero hoy tengo como prioridad sacar adelante a estos niños y mi matrimonio, que son lo más importante; creo que se los debo y en eso estoy. Trato de que ellos sientan que en las horas que estoy con ellos, estoy”, explica.
-¿Veo que ser trabajólica no te provoca ningún tipo de conflicto?
“Es que el conflicto lo superé incluso antes de la campaña; o sea, el conflicto lo tuve cuando nació mi hijo y ahí opté. A mi me encanta trabajar, lo necesito, sé que lo que hago lo hago bien y me hace feliz y siento que eso me hace ser mejor mamá y mejor esposa. A mi marido le fascina que lo haga, se siente orgulloso de mí; tener independencia te da mucha libertad, mucha fuerza.
“Probablemente vivo más agotada que otras mamás, pero me quejo menos. Siento que en el día hago cien cosas más y no me hago problemas; mientras más cosas tienes para hacer, más puedes, no sé cómo, pero salen. Al final se va generando una red, buenos equipos y eso es fundamental; además se necesita tener un marido que tenga generosidad, que te permita hacerlo, que no te acoarte. Uno necesita una suerte de complicidad con el marido para sacar juntos la familia adelante”.
-¿Qué ha significado para ti estar tan sobreexpuesta?
“Al principio fue horrible, cuando partí, me quería morir; al principio estaba asustada, no fue fácil. Ahora, como que aprendí a manejarlo, estoy más tranquila para enfrentar las cosas, pero en ese minuto tenía mucho miedo y no me da vergüenza decirlo. Fue muy fuerte verse expuesta, que la gente supiera cosas de mí.
“Además, se sumó el hecho de verme súper juzgada, antes lo hacía mi mamá, mi marido, los clientes, el círculo más cercano, pero que te juzgue cualquiera, es muy duro. Llegaba a algunos lugares y me decían qué horror, cómo pudiste dejar a tu guagua y yo decía por qué te tengo que dar explicaciones. Más que estar expuesta era la cuestión de estar en el escrutinio público.
“También tengo que ser justa porque recibí mucho apoyo, porque la gente en Chile juzga mucho aquí. Viví muchos años fuera y acá te miran probablemente más que en otras partes.”
Lo primero que hizo Cristina Bitar cuando terminó, en enero, la campaña fue subirse a un avión y viajar con sus hijos a Disneyworld. Fue una forma de desconexión, la misma que vive cada vez que visita Perú y Ecuador, dos países a los que está profundamente ligada porque en el primero nació y el segundo es la patria de su abuela paterna.
Aparte de esos espacios en su agenda, esta economista no se da mayores tiempos para ella. “Los espacios para mí son estar con mis hijos. Eso de estar sola en un spa, mirando el cielo, no. Voy al gimnasio, lo hago corriendo y lo pongo en la agenda como una tarea más en mi vida, no es placer. Placer es estar con mi familia, salir de vacaciones, gozar con ellos”.
-¿No te gustaría hacer algo diferente?
“Viajar un poco más, tal vez, pero no sé si tanto porque tendría que dejar a mis hijos. Estoy en una etapa en que todo el tiempo libre quiero tenerlo con ellos.
“Lo otro que me encanta es la vida social; me muero sin amigos, sin salir, sin bailar, sin pasarla bien. Eso sí me mataría, me gusta divertirme con mis amigos, es un placer personal que mantengo y mantuve inclusive en la campaña porque me da energía”.
-Eso te queda de tu vida en Perú, ¿lo añoras mucho considerando que tus padres viven aún allá?
“Mis padres se han ido mudando lentamente a Chile por sus nietos, viven la mitad del tiempo acá. Mis hermanas viven una en Venezuela y la otra en Montreal por lo que en Perú tenemos las raíces de vida, pero no las familiares.
“Sí añoro esa libertad para ser más uno, tener menos vergüenza; aquí hay que aprender a ser un poquito más ordenado, cumplir más con ciertos cánones. En eso, Chile es una sociedad más restrictiva aunque está cambiando, pero nuestra generación y la mayor son muy conservadoras en sus formas. Lima es más libre en eso y me encanta”.
-¿Volverías a vivir allá?
“No, yo me siento muy chilena, con un gran parte de mi corazón en el Perú. Tengo pasaporte chileno, mi vida, mi familia están aquí, mi compromiso de vida está aquí”.
-Pero mantienes el acento.
“Sí, el acento no se me ha ido” (y se larga a reír).