El currículo de Sara Larraín dice que es profesora de artes plásticas... y ella agrega bachiller en estética y antropóloga egresada sin titular.
-¿Qué hace una profesora de artes metida en temas de medio ambiente?
“Mi trayectoria parte trabajando en el área de la cultura, haciendo clases en la UC de estética; comencé a trabajar en las manifestaciones y diversidad cultural. De ahí, pasé a trabajar en todo lo que es etno estética y luego, empecé a descubrir la relación entre cultura y territorio... así, rápidamente transité hacia el tema ambiental con un enfoque no de la ciencia o biología. Creo que me involucré porque era un ámbito donde había escasez de trabajadores por el medio ambiente”.
-¿En qué año se produce está reconversión?
“No creo que me haya reconvertido, de hecho sigo haciendo clases y algunas publicaciones en esos temas culturales; yo diría que es una transición paulatina, que no es total porque sólo me considero una ambientalista por práctica y cientista social de formación. Lo que hago es activismo político ambiental, pero que no está separado de la cultura y del desarrollo”.
-¿Algunos te identifican como muy militante?
“Absolutamente, por qué no. Si uno es activa y cree en algo, tiene que pelear. A mí me rebela la injusticia ambiental y cuando uno se indigna, actúa; ahora, el chileno es más bien apollerado y acomodado, entonces no se mueve mucho hasta que le toca a él.
-¿Dónde te ubicas tú dentro de los grupos más radicalizados de los ecologistas?
“Es que el tema de los radicalizados es una especie de caricatura que es absolutamente injusta; siempre hay posiciones distintas dentro de todos los movimientos, en el de mujeres, empresarios, indígenas, es decir, hay un modo de expresión natural de las distintas causas y se ve fácilmente. Esto de estigmatizar con el que tú te ubicas al medio... la verdad es que yo me ubico en todo el rango, hay cosas en las que soy absolutamente radical y no transo nada y en otras, en los cuales siendo radical creo que hay que negociar. Considero que hay que ser radical, si no lo eres no generas ningún paso de negociación y te prestas para la inercia más absoluta”.
Ex alumna del Universitario Inglés, nacida en 1952 (53 años), Sara Larraín asumió la desafiante tarea de una candidatura presidencial cuando Lavín y Lagos se enfrentaron en los infartantes comicios de 1999. Su candidatura, apoyada por los independientes, verdes y otros, alcanzó sólo un 0,44%, es decir, 31.319 votos.
Hoy, mantiene esa independencia, pero se cuestiona seriamente dar un paso e institucionalizar en Chile la corriente ecologista en un Partido Verde. “El sistema político chileno es una tragedia”, dice y agrega que no es democrático. “Está diseñado para administrar el poder y no cambiar nada”.
-¿Por qué aceptaste la candidatura presidencial, considerando su costo personal?
“Yo nunca lo quise y nadie dentro del movimiento tampoco, porque no hay interés por administrar el poder. Fui puesta entre la espada y la pared, en cuanto a que el planteamiento de Chile Sustentable no estaba en la agenda de ningún candidato por lo que había que llevar una candidatura testimonial que, sin objetivos electorales, buscó poner una agenda ciudadana para que se debatiera.
“Lo hicimos sin plata, en micro, en las universidades donde nadie estaba inscrito... (se ríe)”.
-¿Qué sacaste de moraleja?
“Que es fundamental participar en los debates políticos aunque sea testimonial, porque no puedes dejar la política a la mera administración del status quo, que es lo que ocurre hoy. Y la primera conclusión es que tenemos que hacer un esfuerzo para darle frescura al sistema e integrar la demanda ciudadana, creando el partido”.
Dice que el tema que la desvela es que seamos uno de los países con peor distribución del ingreso y que nos encontremos en el grupo formado por Lesoto, Sierra Leona, República Centroafricana y Brasil. “Eso es una vergüenza”, asegura.
-¿Te volverías a someter al escrutinio popular?
“Creo que hay jóvenes mucho mejores que yo; uno esas cosas las tiene que hacer una sola vez en la vida. El Congreso... no sé como mis amigos parlamentarios tienen paciencia de ir todos los días allá a discutir una serie de cosas que después no se implementan. No tengo carácter para ser parlamentaria en ese mausoleo; creo mucho más en lo que se puede hacer en la localidad”.
Es madre de dos hijos de 20 y 14 años. “Mis hijos son súper regalones- declara-. La mayor estudia bioquímica en la Usach y el menor está aún en el colegio; trato de llevarlo dos veces a la semana, porque los otros días estoy yendo a yoga ya que tengo una discopatía qué te mueres y no sabes lo que me ha aliviado”.
El tiempo que no dedica a los temas ambientales se lo entrega a un pequeño campo que tiene en el Cajón del Maipo donde tiene plantaciones de nogales y ganado. “Soy agricultora”, sentencia entre risas.
-¿Esto te mantiene bien conectada con la naturaleza?
“Me encanta; es que eso cambia, los árboles crecen, dan nueces, uno cosecha. Me encanta estar en el campo, escuchar música, caminar, subir cerros y andar a caballo; lo que me ha deprimido del tema de la columna es que no podía hacerlo y ahora pude volver a montar, cuidándome y sin andar muchas horas.
“La ciudad es lo que menos me gusta, pero aquí está el campo de batalla”.
-Estás separada de Manuel Baquedano (otro ambientalista). ¿Se puede llevar una agenda en común?
“No tenemos ni un problema; tenemos una muy buena relación; súper bien”.