Aunque ya lleva 18 años en Chile, Marcela mantiene su acento ché y esa forma distinta de acentuar las palabras que tienen los argentinos. También preserva su mate de todas las mañanas y cambió el asado por el pescado. “Comí demasiada carne en mi vida”, lanza.
Dice sentirse feliz viviendo acá, aunque recuerda con cierta nostalgia su pueblo, apartado, pero óptimo para desarrollar vida familiar. “Es de vida provinciana, donde uno se reúne al almuerzo, a la cena”, dice.
-¿Hija ilustre de Resistencia?
“Sí, además, Resistencia ha sacado muchas bailarinas, tiene un movimiento fuerte de ballet, pero, claro, todas tienen que irse porque es una provincia pobre que no tiene ballet estable y yo no quería terminar ahí dando clases”.
De su niñez tiene las mejores postales como que su padre gozaba viéndola bailar mientras que su madre, no tan fanática, la confortaba en los momentos de lágrimas. O que tenía que vivir cuidándose, sin poder comer pastas, porque tenía tendencia a subir de peso. “Siempre era un tema”, acota.
También confiesa que de adolescente fue muy polola, “porque los chaqueños son preciosos, entonces era muy fácil encontrarse un chico” (con voz pícara). Aún así, ninguna relación fue seria porque estaba empecinada con hacer carrera en el ballet y no podía estar asentada en un solo lugar. “Antes de llegar a Santiago no lograba comprometerme emocionalmente con nada porque yo no sabía de adonde era, no quería tener ningún enganche, ningún ancla”, explica.
Eso cambió radicalmente hace más de una década, cuando unos amigos le presentaron a un profesional chileno con el que se puso pololear y después de 5 años se casó; hoy llevan 10 años juntos y tienen una hija.
-Sé que se llama Francisco Melo; aclaremos que no es el actor.
“Sí, es un científico maravilloso. Me han llamado chicas preguntando si es la casa del actor” (y se larga a reír).
-¿Cómo lo conociste?
“Es hermano de un bailarín de aquí; lo que pasa es que el círculo no es tan grande; aquí hay chicas preciosas, solas. Es difícil pololear, conocer gente de afuera”.
-A ver, los chilenos persiguen a las argentinas para hacerse los choros.
“A mí nunca me pasó (lo dice con voz de lamento), ¡qué desgracia! Es más, al Pancho lo tuve que perseguir yo. Son embromados los hombres chilenos, no son como los argentinos, que te siguen hasta la muerte; hasta a eso hay que aprender en Chile”.
-Tu hija nació el 2002, ¿postergaste mucho la decisión de ser madre?
“Sí, por la carrera. Yo siempre me imaginé con hijos, es más con 2 o 3. Creo que lo postergué hasta que llegó el minuto en que dije no me importa qué es lo que viene. Siempre decía ay, pero viene tal ballet y lo quiero hacer, pero llegó un minuto en que mi corazón lo único que quería era un bebito y bueno...”
-¿Lo sentiste como un costo? De hecho paraste por un año.
“No lo sentí como costo, es más, la sensación que tuve fue que había postergado tanto eso que en el minuto en que supe que tenía dos horas de embarazo dije no subo más al escenario. Para mí el escenario es una felicidad enorme, pero también un estrés enorme, haciendo lo que sea, aunque sea fácil. Yo, al escenario, le tengo un respeto inmenso y significa mucho estrés, entonces dije éste es el minuto en que tengo que criar a una criatura en mi panza y no puedo andar nerviosa. Y gracias a Dios, aquí me entendieron muy bien.
“Hay bailarinas que bailan hasta los 5 meses; yo las admiro del alma, pero yo no. No dejé de bailar, o sea, hice clases hasta los 7 meses y medio, hasta que salí de prenatal, pero no bailar. Tenía mucho miedo de poner en peligro la guagua... no sé, mamá vieja, supongo, porque me embaracé a los 34 años y uno siente más la responsabilidad”.
-¿Y te diste todos los gustos que no se puede dar una bailarina que tiene que mantener el peso?
“Sí, ¡qué horror!, subí como 17 kilos, pero me acuerdo de que fue una de las épocas más felices de mi vida. Tenía mucha ilusión con mi embarazo”.
Como ni siquiera se había tomado los días legales que corresponden cuando uno se casa, cuando nació su hija, Marcela se tomó 4 meses y medio de post natal, sumando el tiempo legal y los días pendientes de vacaciones.
-¿Te costo mucho volver?
“Muchísimo. Estaba gorda y no podía bajar porque me puse firme y le di de mamar, a la Agustina, hasta los 8 meses y cuando uno está dando leche no puede hacer una dieta estricta, no es tan fácil. Cuando lo dejé, entonces recién ahí, shhhh (hace un gesto con las manos), bajé en 15 días”.
-¿También fue más difícil volver porque ahora tienes otras prioridades?
“Puede ser, a mí me costó mucho volver a bailar porque cada día me preguntaba tengo que hacer esto o lo dejo. Después me di un tiempo; mi marido me dijo volvé, sentite como te sentías antes y si ahí decís que querés quedarte en la casa, está bien, pero hacé todo el camino. Y en ese camino me di cuenta que la Agustina era una nena sana, alegre, que aprendió que yo me fuera de gira y no se replegaba.
“Obviamente, todas las mamás nos sentimos en falta y te puedo decir que hasta el día de hoy me siento en falta...”
-Pero está más reconciliada la bailarina con la madre.
“Están mucho más amigas; sí, porque, además me doy cuenta que soy una persona que necesita trabajar: No soy una ama de casa de alma, muuuy difícil, de repente, por 3 o 4 días y después me convierto en la bruja del hogar. Además, creo que todo se fue dando, nos fuimos entendiendo con la Agustina y dándome cuenta que todos los espacios que dejaba los llenaba el papá y eso también para mí es maravilloso”.
-¿En qué quedaron tus planes de tener una familia más grande?
“Quedaron en eso; yo creo que aquí nos plantamos. La Agustina tiene 4 años y yo 39; en este minuto diría que no”.
-¿Te quedaste en Chile?
“Sí, no creo que pueda volver a Argentina porque mi marido no tiene muchas posibilidades de trabajo allá. Creo que me quedo, pero he pensado ir al Chaco a hacer un curso de ballet”.