El mundo moderno tiene paradojas que obligan a realizar reflexiones éticas permanentes.
El consumismo del modelo económico imperante aporta a la economía del país: compramos y así activamos el comercio
y la producción, con eso se "genera trabajo y riqueza". Sin embargo, el consumismo también trae consecuencias caras: aprendemos a desechar rápido, adquirimos necesidades irrelevantes que quitan tiempo a asuntos más importantes, asumimos trabajo en exceso para conseguir el dinero, ostentamos un permanente descontento con lo que tenemos.
Los consumidores activamos la máquina económica a costa de consumir nuestro propio tiempo y valores. Es frecuente que los niños de familias ricas sean más mañosos, quejumbrosos e insaciables.
Las señoras más adineradas suelen estar deprimidas, descontentas con su físico, con la calidad de los servicios y el éxito de sus hijos. Es común que los señores con las billeteras más abultadas lloren pobreza (sus dineros están siempre invertidos) y que la cantidad y calidad del tiempo que dedican a sus familias sean siempre bajas.
Se agrega la paradoja que mientras un grupo consume sus valores y felicidad más profunda, el otro se consume también, preocupado del pan de cada día. Mientras tanto, crece la "riqueza" de los países. Evidentemente, hay algo en el modelo que nos juega en contra.
Siendo Chile un país donde experimentamos el modelo neoliberal y de consumo, para aprovechar sus ventajas y antes que el modelo nos consuma a todos, debemos redoblar esfuerzos en buscar soluciones a sus consecuencias negativas.
Y mientras buscamos soluciones públicas, inventemos soluciones familiares: valorar la austeridad, aprender a comprar reflexivamente y a criticar la publicidad engañosa (que hace creer que la calidad de vida está dada por los electrodomésticos o el modelo del auto), ejercer la generosidad. "Agradecer lo que se tiene y mirar al del lado: quejémonos menos y demos más", propone un mail que circula hace unos días.