El llamado Síndrome de Déficit Atencional no desaparece con la edad, sólo se aprende a compensarlo. El problema son los adultos que no lo lograron y se dan el lujo de ir por la vida sin Ritalín.
Se enfurecen fácilmente, despotrican, increpan y sermonean sin darse tiempo para confirmar su percepción, ni para reflexionar sobre la mejor manera de intervenir. Impulsivos, les cuesta tomar la perspectiva del otro. Sensibles y, en general, inteligentes, son igualmente personas amorosas y queribles, cosa que confunde a sus cercanos respecto de si matarlos o amarlos.
Su energía y creatividad suele hacerlos exitosos, cosa que a veces les hace creer que los demás deberían tolerarle sus arranques.
La convivencia con estos adultos es bastante intolerable. Los niños se quejan con amargura, sus parejas con indignación, los subalternos entre que se ríen y los odian. Ellos, por su parte, se sienten bastante mal consigo mismos.
En Chile, tener cerca a un adulto sin Ritalín es bastante peligroso. Como aquí los adultos son sacrosantos, los niños no se atreven a pararlos, aunque estén equivocados. Así, con poco control social, mamás, papás y profesores impulsivos se convierten en riesgo de maltrato y en un mal ejemplo de convivencia.
El autoritarismo tampoco permite parar a los jefes "sin Ritalín". Subsisten directores y gerentes que se dan el lujo de gritonear y reaccionar impulsivamente, malogrando los ambientes y deteriorando las relaciones.
Cuando un estudiante no logra convivir en una comunidad escolar se organizan consejos, que suelen concluir con medidas multidisciplinarias. Con estos adultos insoportables también podrían propiciarse consejos familiares o laborales. Uno al cual debieran responder con obediencia, sometiéndose a las terapias que correspondan.
Eso sería mucho mejor -y un ejemplo de comunidades que cuidan y controlan a sus miembros en problemas- que seguir contagiando tensión e impulsividad a niños y ambientes.