Su madre, María Gloria Romero, nació en Iquique y estudió derecho en Santiago. En un asado universitario conoció a Robert Elliott, quien había egresado de la escuela de Harvard y estaba becado, por ese tiempo, en Chile. Al tiempo se casaron y se fueron a vivir a Estados Unidos, donde nacieron sus tres hijos, siendo Andrea la segunda.
Pasó su infancia cerca de Washington al cuidado de su madre y su abuela materna, época en que hablaba más español que inglés. Con el tiempo, algunos tíos y primos se fueron instalando en EE.UU., razón por la cual sus vínculos con nuestro país se acrecentaron.
A los 34 años, afirma que nunca se ha sentido ni totalmente chilena, ni totalmente norteamericana, sino algo intermedio y que ello fue lo que le dio el anhelo de querer pertenecer, pero al mismo tiempo mantener una distancia de todo.
-¿Qué tan chilena te sientes?
“Es muy difícil de explicar a la gente, muchos me preguntan cuál es mi conexión con Chile. Tendrían que estar dentro de mi familia para entender la conexión que tengo. Parte de mi familia vivió la vida de exiliados y tengo varios amigos en Chile que vivieron la experiencia de estar en el extranjero. Sólo con ellos comparto esto que muchas personas no pueden entender, que es pertenecer y, al mismo tiempo, no pertenecer”.
-¿Tienes cercanía con tu familia en Chile?
“Claro que sí, pero tengo más unión con mis primas chilenas que han crecido, como yo, en el extranjero. Me identifico más con ellas”.
Si bien al país viene con menos frecuencia de la que quisiera, Andrea vivió un año en Chile, en 1994, cuando hizo, por intercambio, unos cursos de literatura y de historia en las universidades de Chile y Católica. De ese tiempo tiene hermosos recuerdos.
-¿Cuál es el más especial de todos?
“El recuerdo más lindo que tengo es cuando recién llegué y sin hablar muy bien español, me fui con un grupo de estudiantes de la universidad a un pueblo, Corrales, a construir pozos de agua. Pasamos día tras día en el calor, durmiendo en el suelo. Fue una introducción tan fuerte a todo, al idioma, a la forma cómo pensaban los estudiantes, a la música chilena, las canciones que cantaban en la noche con guitarras alrededor de una fogata, bajo un cielo lleno a de estrellas. Nunca lo olvidaré”.
-¿Tu madre mantuvo tradiciones chilenas en la casa? ¿Eres de las que goza con una empanada?
“Sí, y con el pastel de choclo y los porotos granados. Lo que tengo que admitir es que odiaba el charquicán, me escondía cada vez que ella lo servía. Y crecí con una añoranza por la torta merengue-lúcuma.”
-¿Otra tradición?
“En EE.UU. se celebra mucho cuando uno cumple 16 años. Pero para mi madre fue mucho más significativo cuando cumplí los 15. Yo no quería hacer nada en especial pero ella me dio una fiesta de sorpresa. Son cosas sutiles.”
Casada desde hace 2 años con Tim Golden, comparte todo un mundo con él, además del idioma, entre otras cosas porque su esposo vivió algunos años en España cuando chico y después cumplió funciones de corresponsal en México, Nicaragua y El Salvador.
-¿Tienes la concepción chilena de familia? ¿Quieres tener hijos?
“La verdad es que no quisiera hablar de mi vida personal fuera de lo que ya te he expresado. Tenemos una visión abierta para lo que el futuro nos traiga y mucho que agradecer por lo que hemos vivido”.
-¿Qué viene más adelante?
“Por ahora nos vamos a quedar en EE.UU. por un año más mientras trabajo en algunos proyectos para el equipo de investigaciones del New York Times. Tim va a escribir un libro. Después, tenemos planificado salir del país y trabajar como corresponsales en el extranjero. Y un día me gustaría volver a Chile, para vivir un tiempo aquí. Cada vez que vengo, me siento más en mi casa”.