Vicky Quevedo dice, orgullosa, que es parte de esa generación de mujeres que no se sentó a criticar lo que no le gustaba, sino que se puso en movimiento por tratar de cambiar las cosas. Por ello, se declarada una enamorada de su país y de ahí que permanentemente esté construyendo proyectos, acciones e ideas.
“Soy una mujer que se ha ido haciendo a sí misma en el mundo de los movimientos sociales y por eso creo que me he ido construyendo un enorme privilegio, de ser testigo de la historia, no sólo de leerla”, afirma.
Hija de una familia de clase media tradicional, se involucró desde joven con los movimientos de base. Por eso, el golpe del ’73 la pilló, a los 18 años, organizando las JAPs en La Reina y tratando de impedir que la marihuana cundiera entre los chiquillos del barrio.
El año 1976 resolvió autoexiliarse en Suecia, donde ya vivía una hermana, luego de percibir que muchos de sus conocidos, que andaban en lo mismo durante la UP, comenzaron a desaparecer o ser detenidos. “Nunca tuve una militancia, lo mío, de verdad, era estar en la calle con la gente. Cuando ya estaba en el Pedagógico y algunos comenzaron a pasarlo mal no me dio miedo, sino pánico y me fui. Me empecé a sentir bastante como cercada y me asusté”, dice.
Así, tomó sus cosas y partió con 20 años a Upsala, la ciudad que declara su segundo país.
-¿Qué significó para ti ese desarraigo?
“Cuando llegué al aeropuerto Pudahuel habían más de 100 personas que me habían ido a dejar, entre mis papás, amigas, y cuando arribé a Suecia había una sola persona esperándome. Cuando salí de acá, habían como 30 grados de calor y cuando llegué allá, 30 bajo cero. Así fue el cambio”.
Se declara muy agradecida de la solidaridad del gobierno sueco, que acogió a los chilenos con mucho respeto y les abrió sus políticas sociales para que nunca se sintieran discriminados. “Por eso pedí esa nacionalidad y hoy tengo las dos, soy chilena y soy sueca y moriré agradeciéndole a ese país”.
En el extranjero estudió matemáticas puras, las que enseñó en la Universidad Católica cuando regresó en 1984. Después, validando cursos consiguió el bachiller en ciencias, pero derivó, finalmente, a las comunicaciones.
“Conocer Suecia fue conocer el mundo, tuve amigos de países que no sabía que existían. Yo crecí mucho allá, para mí fue un período de absorber, fueron 9 años convertida en una esponja y si Suecia quedara unos dólares más cerca iría bien a menudo a verla”.
-¿El amor al terruño que expresas fue lo que te hizo volver?
“Nunca dejé de extrañar la cordillera de Los Andes; esto de abrir la ventana y que no estuviese fue algo a lo que nunca me acostumbré. La extrañé, la palabra majestuosa es para ella”.
Afirma que cuando volvió a Chile, nuevamente lo hizo con susto, porque estábamos viviendo los años duros de los ’80, con revueltas sociales. “Además, venir de Suecia producto de la ignorancia nacional, era venir de un país comunista cuando es una nación socialdemócrata donde la empresa privada es muy potente”, cuenta entre risas.
Vicky reconoce que ese quiebre fue muy doloroso y que en Chile hay ciertas imágenes equivocadas de ese exilio, porque se piensa que la gente lo pasó chancho, cuestión acrecentada por el desprestigio que provocaron algunos que sí regresaron con muchos recursos económicos.
-Tengo la sensación de que lograste reparar esa etapa de tu vida; tu entusiasmo es contagioso.
“Yo amo este país, lo amo con locura; siento que me he sanado y estoy muy en paz. Además, me emociona el saber y mientras esté aprendiendo cosas tendré energías y ganas de comunicar”.
Y en eso está desde hace 15 años. Como integrante de la ONG feminista La Morada fue directora de la radio Tierra; después, desde Foro Ciudadano ha conseguido editar tres libros con los diálogos que se han dado en el seno del programa. Hoy también conduce un espacio radial dedicado sólo a la difusión de la ciencia, cuestión que explica, en parte, que haya sido recientemente elegida miembro de Ashoka, una organización que distingue a emprendedores sociales.
-¿No tienes tiempo para el rencor?
“Yo vivo en el vaso lleno, ahí me gusta vivir” y se explaya con las ‘cosas’ que tiene… un hijo de 17 años que este año la hace egresar de apoderada, una casa con dos palmeras, llena de plantas que riega todas las mañanas y a las cuales les habla.
“Me siento súper millonaria”, asegura.
-¿Posees capacidad de resiliencia?
“Es que también he tenido la suerte de conocer gente tan maravillosa; tengo una lista en el ámbito de la cultura, de lo social… he entrevistado tanta gente de la extrema pobreza que me habla de su vida que me vuelvo a enamorar de ella.
“Bueno, vengo de una familia alegre, de unos padres que ya no están, pero que lo eran; tengo un hermano mayor que es un productor de alegría diaria. Alguna vez fuimos 6 hermanos, pero fallecieron dos, pero nos juntamos los 4 solitos, sin nueras ni cuñados, una vez al mes a compartir la alegría de estar con vida. Nos amamos de verdad, pese a que tengo cuñadas y sobrinos que no son de derecha, sino pinochetistas. Hemos aprendido a querernos y a respetarnos; creo mucho en la diversidad”.
-¿Tu hijo es un centro?
“Lo es porque me dio tierra luego de mucho quiebre. A los 10 años perdí a mi hermana mayor y eso me dejó una ventanita instalada en el corazón por donde siempre entra frío. En cambio, mi hijo… hasta que me muera voy a ser madre, pase lo que pase. Llegó a alegrarme la vida adentro y he aprendido mucho de él. Es muy bello, una gran compañía”.
-Siempre tan hacia afuera, tan entregada. ¿Qué hay de la Vicky hacia adentro?
“Me cuesta ir a un sauna, a la peluquería o que me hagan un masaje, comprarme esa cremita que es justo la que me falta. Quizás me juega en contra el haber sido una época de izquierda y después feminista; en la izquierda esos eran considerados actos burgueses y en el feminismo, un acto del patriarcado y hoy que tengo 52 años, si tuviera más horas iría al gimnasio.
“Me gusta ir al cine, los baños de tina, los mariscos con un vinito blanco”.
-¿Ya no eres militante feminista?
“Sigo siéndolo, pero ya no milito. Aún así, aconsejo a todas las mujeres del planeta que pasen por el feminismo”.
En la actualidad con pareja, afirma que le cuesta equilibrar los tiempos para cada uno y una de las cosas que la ocupan 14 horas al día. “Vivo trasladando cosas, soy como un ekeko que va con la grabadora, su Ipod con música clásica y Serrat, el computador (se larga a reír con ganas). Soy la versión femenina del ekeko, total”.
-Tu cara dice que eres una persona agradecida.
“Sí, absolutamente. Fíjate que mi hijo cuando era chiquitito y aún gateaba, la primera palabra que dijo, la primera que le escuché fue gracias y me sorprendió tanto. Ahí dije él es un hijo mío, de todas maneras, no hay como dudarlo”.