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“Es un éxito que una mujer se arrepienta y retenga a su hijo”

14 de Mayo de 2008 | 10:23 |
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La Fundación San José tiene su sede sólo en Santiago, lugar donde funciona una residencia para aquellas mujeres, de cualquier parte del país, que necesitan protección en su embarazo y, además una sala cuna –la casa Belén- donde permanecen las guaguas hasta que son entregadas.

En el hogar de acogida se realizan los talleres (siete en total) que las preparan para el proceso de entregar a su hijo y es ahí donde tienen el tiempo y la tranquilidad para pensar bien el paso que van a dar. Del total de 140 mujeres que atienden hoy, un 60% de ellas son ambulatorias, como empleadas domésticas o secretarias, que van sólo a los cursos de apoyo.

Las internas son generalmente niñitas menores que no pueden estar en su casa y que hay que proteger y acompañar incluso en el parto, que por cuestiones de trato y cuidado, se realizan en la Clínica Las Condes o Universidad Católica. “Las chicas no pueden ir a un hospital público, les dicen cosas muy fuertes por el hecho de que van a dar al hijo en adopción. Algunas tienen 11 años y hay que hacerles cesárea y necesitan un ambiente acogedor”, cuenta.

“Hay algunas mujeres que entregan a su hijo y se van, pero vuelven a los 2 o 3 meses porque necesitan terapia psicológica. Es muy fuerte entregar un hijo, pero es menos fuerte que abortar porque sabes que tu hijo está bien, que va a tener un mejor futuro. Es tremendamente doloroso tenerlo 9 meses y entregarlo”, explica.

-¿Cómo así?
“Todo esto que se habla, de que las mujeres botan las guaguas, que nos las quieren, que las abandonan, es todo un mito. Hay mujeres que han sido violadas que entregan la guagua y no establecen un vínculo, pero hay otras que les cuesta mucho. Se da un proceso curioso y que es importante porque las guaguas que son rechazadas requieren después de apoyo en la casa Belén”.

-¿Cuántas mujeres que ingresan al proceso, se arrepienten?
“Hay un 70% de ellas que la asumen. La tienen en el hospital, la entregan y después la van a buscar a la casa Belén.
“Para nosotros es un éxito, es lo máximo. La gente piensa que para nosotros lo más importante es entregar el niño en adopción y no; para nosotros es un éxito que la mujer se arrepienta y retenga a su hijo y nosotros las ayudamos en eso con talleres de capacitación y estudios para que se puedan valer por sí solas”.

-¿Se quedan con la seguridad de que esa guagua que no fue entregada va a estar mejor que adoptada?
“Eso es parte de un estudio que estamos haciendo; hay algunas en las que estamos seguros que sí y en otros creemos que no y que hubiese sido mucho mejor el camino de la adopción, pero no las podemos obligar. Lo que más nos duele es que se lleve a la guagua para ponerla en un hogar, con lo que lo institucionaliza y llega a ser ese niño que a los 7 años nadie quiere adoptar.
“Son mujeres que llegan porque no saben qué hacer con su vida; lo único que dicen es que quieren entregarlo en adopción, pero a medida que van trabajando van despejando su confusión y se les va abriendo la vida. La familia deja de ser tan espantosa, se abre el secreto”.

-¿Siempre?
“Sí, hay que abrirlo, lo hacemos porque los tribunales de familia, en el proceso de entrega, citan a la familia de origen para comprobar si el niño no se puede quedar con la madre; entonces es mejor que lo sepan por nosotros que por el tribunal. Ellas lo hacen acompañadas de un asistente social.
“Este trabajo es bien estresante, pero muy bonito, porque es un trabajo de acompañamiento donde ellas libremente resuelven lo qué quieren para sus hijos. Muchas veces se piensa que las presionamos, pero no”.

Bernardita vuelve a defender a las mujeres que entregan a sus hijos en adopción: “La mujer es digna y las mujeres más dignas y más generosas son las que entregan a sus hijos. Es terrible no poder quedarse con él, pero podría haber abortado, ese camino, a veces, es más fácil”.

-Ustedes entregan apoyo legal y psicológico a los padres adoptivos. ¿Rechazan padres?
“Sí, porque no tienen el perfil de padre adoptivo; hay que tener la motivación de querer tener un hijo y, generalmente, los rechazos no son porque tienen un duelo de infertilidad no superado –esos casos van a terapia-. A los que se rechaza es por problemas psicológicos mayores, de personalidad, de no tener buena relaciones parentales, porque uno no quiere y sólo le está dando el gusto al otro. A nosotros nos cuesta mucho rechazarlos y no es una decisión de una psicóloga, el caso lo ven todas y van donde una especialista externa.
“No todos los matrimonios son llamados a tener hijos”.

-¿Cuántos de los que inician un proceso, en el camino se arrepienten?
“Difícil, porque ya han hecho un proceso largo. Asisten a una primera charla, después a una entrevista con una asistente social y seis sesiones con una psicológica donde se determina si necesitan terapia. Entonces ahí entran a talleres grupales como motivación, infertilidad, apego y entonces van al tribunal. Después se asigna la guagua al matrimonio de manera que el niño sea armónico con sus padres adoptivos”.
“Lo que puede pasar es que cuando reciben la guagua digan esta guagua no la siento mía. Entonces lo que hacemos es dejarlos en espera y se trabaja el por qué”.

-¿Pueden cambiar de guagua?
“No, por qué, uno a los hijos no los elige. Cuando uno se embaraza y tiene al hijo no puede decir sabes, no lo siento como mío y prefiero al de la pieza del lado. Es tuyo; en la adopción puede implicar una mala preparación, pero hace tiempo no nos pasa; llegan locos… imagínate la espera, el proceso de fertilización asistida que no resultó, esto es como un parto, se te pasa todo”.

Los matrimonios que desean adoptar pueden acercarse a la Fundación siempre que vivan entre las regiones de Valparaíso y el Maule, porque es necesario que hagan las evaluaciones y cursos completos. Si viven más lejos se hace inviable, aunque ha pasado que en algunos, como de Concepción, se comprometen en venir a todas las sesiones.

“Tenemos que trabajar con las parejas; hay que ver lo que son los sustos, esa relación que se va a tener siempre con la madre biológica. El niño tiene un origen, su vida empezó mucho antes de ser adoptado”, explica.

-¿Se conocen alguna vez la madre y los padres adoptivos?
“Jamás, en Chile sólo existe la adopción cerrada. Imagínate que no fuera así y que el fin de semana llegara la madre biológica con la abuela a buscar al niño; él tendría ocho abuelos, cuatro padres, imposible. Hay que cortar la relación legal, pero nunca se rompe con el origen, el niño va a saber donde nació, quienes eran sus padres”.

-¿No es opción de los padres adoptivos decirle o no que es adoptado?
“No, nosotros exigimos hablar con la verdad”.

-¿A qué edad?
“A los 2, a esa edad se le da las primeras señas; hacemos un taller a los padres cuando el niño cumple esa edad porque ellos son muy precoces. La primera pregunta es ¿estuve en tu guatita? y la respuesta debe ser no, mi guatita estaba enferma, estuviste en la guatita de otra persona. Después vienen los talleres cuando es un preescolar, cuando tienen 8 y 10 años y cuando es un adolescente que es cuando quieren conocer a su madre biológica. Cuando se ha llevado el proceso siempre con la verdad a los niños les basta conocer su origen y saber por qué fueron abandonados. De hecho, nosotros llevamos un libro donde la madre explica por qué lo dio en adopción y le trasmite todos sus sentimientos, cuestión que es muy bonita.
“Algunos piensan que la adopción termina cuando entregas el hijo y la adopción empieza cuando lo recibes. El proceso termina cuando los niños adoptan a sus padres adoptivos que es difícil porque pasan por la pena, la rabia, la angustia”.

La Fundación no se desliga ni de las familias adoptivas ni de las madres biológicas si ellos así lo desean. Todos los años se celebra una misa a la cual asisten los padres adoptivos con sus hijos (han llegado hasta 300) y muchas de las madres –algunas vuelven por apoyo psicológico- se reúnen entre ellas porque eso las mantiene unidas a sus hijos.

El rito del cirio los mantendrá vinculados a todos.


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