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Una mano que da tranquilidad y contiene

02 de Julio de 2008 | 13:24 |
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El cáncer de mama golpea con fuerza. En medio de una quimioterapia, la mujer se siente pésimo, está con la autoestima por el suelo si se ha hecho la mastectomía, probablemente el marido quiera arrancar y el hijo adolescente, en su egocentrismo, no puede comprender que él ya no sea el centro de atención.

Por otro lado, los médicos ven tantos pacientes que no tienen el tiempo ni la paciencia para escuchar los dramas, temores, y necesidades de cada mujer.

De ahí que en 1997, un grupo de profesionales vinculadas al tema, casi todas enfermeras y tecnólogas médicas de clínicas y hospitales, resolvieran dar vida a la Corporación Yo Mujer, de la cual Anita Cox (52 años) es su presidenta desde 2003.

“Observamos con dolor que las mujeres después del diagnóstico quedaban en el aire. Que se juntaban afuera de las consultas y se pasaban datos… donde vendían trajes de baños para esconder el seno extirpado, que si era necesario pelarse antes de que el pelo se empiece a caer y así. Partimos en una forma completamente artesanal”, recuerda.

Enfermera de la Universidad de Chile y con una pasantía en el Hospital Oncológico Gustave Roussy de París, cada nuevo caso que conoce en el IRAM (lugar donde trabaja viendo distintos tipos de cáncer) la conmueve, pero la vida le ha dado la sabiduría para saber enfrentarlos.

Casada con un médico oncólogo y 4 hijos, ha vivido personalmente el drama de esta enfermedad. Su marido fue diagnosticado hace algunos años con un cáncer de mal pronóstico y, contra todo lo presupuestado, sigue realizando su vida en forma normal.

Anita ha volcado toda su experiencia a Yo Mujer, consciente de que la realidad de las mujeres de escasos recursos es mucho más dura que la de altos ingresos que puede recurrir a ayuda, incluso doméstica, para pasar mejor su enfermedad.

“Lo que partió artesanalmente es hoy completamente profesional. Como venimos del área sabemos cuáles son las necesidades de la paciente. Sin ser psicóloga, te puedo decir todo lo que le pasa, la pena, la rabia, el miedo y el apoyo que necesita”, dice.

-¿En qué están centrados?
“Nacimos, inicialmente, con el objetivo de sólo apoyar emocionalmente a las mujeres con cáncer de mama y después nos dimos cuenta que ellas tenían mucha rabia porque nadie le había hablado de la importancia de la mamografía. Así nos involucramos en las campañas porque vimos que teníamos la responsabilidad de educar sobre detección precoz”.

-Pero, la labor de ustedes es más amplia.
“Sí, ya no sólo soportamos emocionalmente a la mujer, sino a toda la familia, a los hijos que viven con temor de que la mamá se muera o no quieren sufrir, al marido que no sabe qué hacer y que se resta, que no acompañan a la mujer a la clínica.
“Hay algunos de cierta edad que vienen acá y al entrar a la consulta le preguntan a su señora gordita, cuánto cree que se va a demorar, porque yo alcanzo a comprar el bono. Voy vuelvo. No saben estar sentado y acompañarla, entonces hay que hacerlo partícipe”.

Esos talleres de apoyo emocional, Yo Mujer los ofrece en hospitales como el Borja Arriarán, el San Juan de Dios y Sótero del Río, pero van más allá. Dan asesoría estética destinada a ayudar a la mujer con accesorios y maquillaje, a enfrentar los efectos del tratamiento; así como sesiones de relajación.

-También tienen terapias de Reiki y flores de Bach. ¿Sirven las terapias alternativas?
“No en revertir la enfermedad, pero ellas lo necesitan y nosotros se lo damos porque les da tranquilidad y en eso sí ayuda”.

-Decías que una mujer de escasos recursos la pasa peor. ¿Es mucha la brecha en el tratamiento del cáncer entre la salud privada y pública?
“No, porque es patología Auge. En diagnóstico, tratamiento son iguales, aunque en el público faltan cosas…”.

-¿La hotelería?
“Y que la señorita auxiliar sea ‘dige’, simpática. Que el doctor tenga más tiempo, pero no importa, quiero que ese médico sepa que ayuda dándoles el teléfono de Yo Mujer. Ese es su mejor negocio, porque va a tener una paciente menos angustiada, más contenida.
“De hecho, cada cierto tiempo damos una charla llamada “Pregúntele a su oncólogo” donde un especialista responde todas las preguntas que la mujer hace como doctor, puedo tener relaciones con mi marido o cómo salta la célula de un lado a otro (la metástasis)”.

-¿A cuántas están llegando?
“Hacemos un promedio de 350 atenciones mensuales, todas gratuitas. Sólo en Santiago, pero tenemos grupos de apoyo que están replicando esto en Puerto Montt, Punta Arenas y ahora en Viña del Mar. Todo requiere tiempo y gratuidad.
“Hay que tener mucha tolerancia a la frustración porque todo cuesta mucho, organizas un taller, se inscriben 17 pacientes y al final, llega una y tarde”.

-¿Y la frustración ante la muerte? ¿Cómo enfrentas el tema?
“Creo, firmemente, que uno no se debe involucrar y así vivo mi vocación de servicio. Ahora, igual sufro, lloro, pero también me alegro cuando voy al matrimonio de las hijas de mis pacientes. Creo que así tiene sentido.
“La muerte no me crea conflicto, lo he trabajado. He hecho el camino entero con ellos, en el caso de algunos, voy a los funerales, pero…”

Y vuelve al tema de que la mujer con cáncer no puede supeditar su vida a la enfermedad graficándolo con un ejemplo: tuvo una paciente que presentó metástasis por lo que debió fijar una hora para los exámenes a la que no llegó. A las horas, Anita tomó el diario y vio su nombre en el obituario; al llamar a la casa de su paciente le confirmaron que había muerto el día anterior atropellada.

-¿De dónde sacas las fuerzas?
“Tengo dos fuentes. Una infinita fe, hablo con el jefe, y la bicicleta. Lo único que me angustia es juntar los recursos para hacer funcionar la corporación, lo que no es fácil, porque para el común de la gente el cáncer no es tema”.
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