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Hombre de vocación, con mil y un vicios

21 de Julio de 2008 | 10:13 |
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Es un ignaciano de 27 años, con su respectiva influencia jesuita. Sebastián Bowen tuvo entre sus primeros acercamientos al tema social, la semana en que debió asistir a los trabajos de fábrica que organizaba el San Ignacio del Bosque, cambiando su casa de Providencia por la de una familia que lo acogió en San Pablo con Matucana, desde donde partía a trabajar todos los días como obrero.

Sin embargo, y aunque aclare que el San Ignacio le dio “los pilares básicos para trabajar con la pobreza”, cree importante explicar que esto no basta para desarrollar la vocación al servicio social. “Conozco miles de otros colegios que tienen trabajo de fábrica y así también he conocido gente que no ha salido del San Ignacio y que tienen un compromiso social muchísimo más fuerte que muchos ignacianos. Yo invitaría a los ignacianos y a los que han sido formados por jesuitas a actuar más que predicar, a hacer carne ese compromiso más que decir que lo tenemos. Eso se demuestra en las acciones, trabajando humildemente donde le toca estar”.

Antes de llegar a Un Techo para Chile, en el 2004, participó como voluntario en varias organizaciones ligadas a la educación, que se desarrollaron en su universidad, la Católica, donde estudió sociología. “Me llamaron de El Techo para que me hiciera cargo del plan de educación de los campamentos, con cerca de 2 mil voluntarios que iban a hacer clases particulares a niños de campamentos.
Al igual que todos, yo pensaba que hacían solamente mediaguas. Estuve en eso, hasta que salí de la universidad y ahí me pidieron tomar la dirección nacional, donde llevo 3 años”.

-¿Cuál ha sido el aporte a nivel personal que te ha dejado esta experiencia?
“Yo entré pensando que la libertad era la capacidad de elegir, que mientras más oportunidades o alternativas tuvieras, eras más libre. Con esto me he dado cuenta de que no es tan así. Que la libertad es la capacidad que tienes de entregarte, lo que significa muchas veces asumir. Efectivamente, las personas de los campamentos pueden ser menos libres porque tienen menos oportunidades, pero al mismo tiempo son más libres porque pueden vivir sin una serie de cosas que yo no podría. Yo necesito un celular para comunicarme y si no lo tengo, es como si me cortaran el agua. Necesito un colchón rico para dormir bien. La gente de campamento puede que no lo necesiten. Otra cosa es que corresponde que lo tengan. A nosotros nos han dicho que la libertad es elegir, pero ésa es la libertad que te da el mercado… Si te compraste una Coca-Cola y no te gustó, la botas y te compras una Pepsi, simple. Pero si esa libertad la llevas al plano de las relaciones personales, la vida se vuelve angustiante. No sabes para dónde va. Ahí, la libertad está en saber asumir las cosas. En decir: mi país tiene problemas y por lo mismo me comprometo con él”.

Sus pasos en el trabajo social lo han llevado incluso a la tele, donde participó en el programa “El domingo hablamos”, conducido por Macarena Puigrredón en Canal 13. “Lo daban a las 8 y media de la mañana, los domingos, post misa. Después lo repetían en la noche a las 2 de la mañana. O sea, nadie lo veía. Pero lo pasaba la raja. Nos sentábamos y conversábamos como en el living de la casa”.

-Eres bastante joven y cargas con la responsabilidad de esta enorme institución. ¿No se te hace pesado?
“Es que ha crecido de una manera impresionante. Tener a Felipe Berríos como guía es esencial. Es un cura muy admirable, con su capacidad de gestión y su ingenio. Eso ya me da mucha seguridad. Además, esto es como un curso de un colegio que se organiza, porque no es tan jerárquico. Al final mi función es irlos guiando y supervisar cómo funcionan los temas, pero el equipo es fundamental”.

-¿Te queda tiempo para ti?
“Sí. Al principio me costaba, pero ahora uno ya maneja cómo funciona esto. Ahora, eventualmente es una pega de emergencia. Si hay un incendio en un campamento hay que partir no más o muchas veces me han tocado reuniones con voluntarios en las noches y eso puede agotar un poco más. Pero nadie puede negar que estamos entregando todo por la causa y cada uno sabrá cómo debe manejar sus respectivos tiempos. Por suerte me toca estar arriba y me es más fácil manejarlo” (ríe).

Sebastián cuenta que su trabajo es algo que no puede olvidar jamás, por el contacto humano comprometido en él. Sin embargo, se da tiempo para armar sus legos, jugar y ver harta tele, sobre todo las series del Sony y el Warner.

Además está organizando su matrimonio con la Isi, una psicóloga educacional de la UNICEF, con quien se casará en diciembre y con la que espera tener hijos “que no se sientan extranjeros en su país, sino que para ellos sea tan cotidiano ir al mall de La Dehesa como a la Quinta Normal”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Tengo mil vicios privados. Uno, me encanta comerme las uñas, me satisface. Otro es todo lo que sea juego. Me pones un juego de salón al frente y me transformo… Cartas, Metrópoli, de ataque, lo que sea. Me pongo súper competitivo. Me encanta inventar juegos también, porque me imagino tratando de ganarlos”.

-¿Juegas por el placer de jugar o juegas para ganar?
“¿Cuándo alguien juega por vicio y motivado por el placer de jugar? Ahora, si hago trampa consideraría que estoy rompiendo el placer. Otro vicio que tengo -si dije que tengo miles- es que puedo estar una semana pegado a un juego de computador. También fumo pipa a veces y el buen café me fascina. Igual que el pisco bueno, desde la piscola hasta el pisco solo. Y para terminar, soy seco para comer, para el asado. Puedo comer toneladas. Soy un barril”.
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