Vivimos llenos de mitos. Uno de ellos es que las mujeres faltan más que los hombres al trabajo. Otro que va a alcanzar esa categoría es que la mayor parte de las trabajadoras son madres en etapa de crianza.
No, la verdad es que las dos premisas anteriores no son ciertas y muchas veces sirven de excusas para ocupar a las mujeres en trabajos mal remunerados o pagarles menos que los hombres aunque tengan las mismas responsabilidades.
Por eso, el capítulo regional de la
Organización Internacional del Trabajo inició una campaña por “la igualdad de género en el corazón del trabajo decente” que culminará en junio con motivo de la asamblea anual, en Ginebra, donde se reunirán representantes de los gobiernos, empresarios y trabajadores y en el que el tema que los convoca es el género.
La socióloga María Elena Valenzuela, especialista de la oficina subregional de la OIT, asegura que la situación laboral de la mujer chilena ha registrado avances significativos en los últimos años y por ellos, los desafíos pendientes tienen que ver con ello; “si no, no se estarían planteando como tales”.
Aunque reconoce que nuestra tasa de participación aún es baja, del orden del 40%, desglosada muestra, más del 70% de las chilenas con estudios universitarios está en la fuerza de trabajo y el 60% de las jóvenes (entre 20 y 35 años) también está ocupada. Así, las que siguen quedando fuera son las mujeres de niveles de menores ingresos y las de mayor edad.
“Además, hay un reconocimiento a que el trabajo de la mujer es un derecho, eso ya nadie lo discute”, afirma.
-¿Qué explica que las mujeres sigan siendo empleadas en trabajos mal remunerados?
“Se considera, en general, que el trabajo de ellas y que su tiempo vale menos y además, que su salario es complementario del de el hombre. Estas son concepciones culturales muy difíciles de modificar, son prejuicios. Se cree que lo que hacen las mujeres es aprendido en la casa y por lo tanto, no vale como una capacitación equivalente; que ellas no necesitan, tanto como los hombres, trabajar; y en el fondo, lo que hay es una menor valoración a lo que hacen las mujeres.
“Un caso clásico es la medicina; en EE.UU. la mayoría de los médicos son hombres y ganan mucha plata, en cambio, en Rusia, la mayoría de los doctores son mujeres y allá es una ocupación mucho más abajo en la jerarquía”.
María Elena intenta hacer más consciente este tema, al develar los resultados de un estudio que acaban de hacer en Canadá y que terminó en una gran polémica por los medios. Hace algunos años, cuando se aprobó la ley de igualdad de remuneraciones, se verificó que las educadoras de párvulos ganaban menos que los guardias del zoológico. El debate, entonces, se centró en cuestionarse cómo era posible que quienes cuidaban animales ganaran más que los que cuidaban a los niños. “Y ganar más significa que tú valoras más algo; es el valor que la sociedad le asigna a algo”, dice.
En Chile, si bien los estudiantes de medicina mujeres están a la par de los hombres, la diferencia se produce en la especialización; ellos derivan a la cirugía, ellas a la pediatría. Pero finalmente, también deriva en que en las empresas los hombres ocupen las gerencias generales o comerciales y las mujeres, recursos humanos o marketing.
-En brecha salarial, la diferencia es de un 30% entre los que gana un hombre y una mujer al mes. ¿Pero que hay detrás de ello?
“Varias cosas: las mujeres ganan menos aunque tengan un año más de estudios; donde hay más brecha es entre quienes no tienen educación universitaria. Los factores de discriminación están, finalmente, en el acceso a determinadas ocupaciones y en la posibilidad de promoción”.
Cuando se compara por profesiones, pero no por cargo, se descubre que las menores brechas salariales se encuentran entre quienes tienen salarios más bajos y las mayores, entre abogados, ingenieros, médicos.
-El año 90 las mujeres obtenían un 62% de lo que ganaban los hombres y hoy, un 70%. ¿Por qué se ha subido tan poco en casi 20 años?
“No, es un montón. Si lo comparas con las tendencias mundiales es importante, pero lo que pasa es que estábamos muy bajo. Eso es un éxito y se ha logrado por varias razones: la primera, es porque la brecha entre quienes tienen educación universitaria ha disminuido bastante, aunque sigue siendo la más alta entre quienes tienen educación. La segunda, quienes tenían ingresos más bajos como las trabajadoras domésticas también han tenido un gran avance en términos reales; una empleada puertas adentro ha aumentado más de un ciento por ciento sus ingresos promedio entre 1990 y 2006 y las puertas afuera, como un 60%”.
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-¿Por qué, siendo un país tan moderno, una brecha tan alta?
“Nuestra brecha está en el promedio de América Latina, y frente a los países desarrollados somos un poquito más tradicional. En Europa es difícil encontrar a una mujer que diga que no trabaja porque el marido no la deja, cosa que acá no es poco frecuente encontrar esa respuesta”.
-¿Y qué explicación persiste para que nuestra tasa de participación laboral también sea de las más baja de la región?
“Esa baja tasa está concentrada en los sectores de menores ingresos y se explica por una mezcla de patrones tradicionales como que al marido no le gusta que la mujer trabaje; así como que los salarios a los que se pueden acceder son muy bajos y no reditúa; y además, en los sectores de menor educación los trabajos son muy pesados, los tiempos de transporte son altos, no hay facilidades para el cuidado de los niños y los maridos ayudan menos”.
-¿Qué consecuencias tiene para el país la brecha salarial o es una mera reivindicación feminista la lucha por la igualdad salarial?
“Yo hablaría luchar por la no discriminación salarial. No discriminar es un principio básico, lo que nos habla de un tema ético, pero tiene efectos económicos y políticos. En los primeros, si se discrimina, se desincentiva la incorporación de la mujer al mercado del trabajo, no se valora como corresponde la inversión que se ha hecho en capital humano y ello deriva en pérdida de competitividad; y estás generando un mayor peso en el Estado en la medida que se impide que, en las familias más pobres, los adultos tengan trabajo y mejor calidad de vida.
“En términos políticos, hay un tema de gobernabilidad, porque discriminar significa que las personas no están haciendo uso de sus derechos y eso está detrás del malestar de la gente”.
-Vivimos de mitos; uno de ellos es que se nos paga menos porque faltamos más.
“Aclaremos; nuestros estudios señalan que en Chile, el porcentaje de mujeres ocupadas que tiene guaguas (menores de 1 año) es muy baja. De ahí que es un mito que las mujeres se dediquen a tener hijos para ocupar licencias. Una de la razón es, precisamente, porque la pega no se hace fácil y lo grafica que tengamos una tasa de natalidad de 1,9, lo que es un riesgo país.
“Además, se privilegia el estudio sobre las mujeres que faltan porque el hijo está enfermo, pero no el de los hombres que se ausentan un mes porque se esguinzaron jugando baby fútbol, que no son pocos; o porque hicieron san lunes después del asadito del domingo. Hay una mirada un poco sesgada.
“Sacando los permisos de pre y post natal, las cifras no dan una diferencia significativa entre lo que se ausentan hombres y mujeres”.
-Se habla de flexibilidad laboral. ¿En el caso de las mujeres cuál es nuestra realidad?
“Primero que nada, para la OIT es fundamental abordar este tema desde la perspectiva de hombres y mujeres; si seguimos pensando en conciliar para las mujeres estamos mal y no tiene vuelta así se generen subsidios o flexibilidad. Hay que dictar normas que puedan usar ambos, organizar la vida de la sociedad para ambos y no mantener un modelo que ya no existe de la madre que está todo el día en la casa. Y por eso, la solución no es que la mujer trabaje media jornada porque eso perpetúa la desigualdad de creer que su función principal es dedicarse a la familia y después, al trabajo.
“Ahora, sobre la realidad, una proporción baja de mujeres trabaja en jornada parcial y más del 60% de ellas dice que quiere trabajar más horas, en una buena medida porque necesitan más plata”.
-¿Se requiere legislar?
“Hay empresas que tienen un código de buenas prácticas que permiten, por ejemplo, destinar cierta cantidad de horas para poder cumplir con el rol de apoderado, pero la legislación no es lo único necesario. La norma es una base que muchas veces codifica prácticas ya adquiridas, como fue la ley que permite al padre tomar licencia por enfermedad de un hijo, cosa que estaba incorporada en los acuerdos de negociación colectiva.
“La ley es un marco general, pero no necesariamente es aplicable para todos”.
-Estamos en tiempo de crisis y se dice que las mujeres serán las más afectadas. Si se cree que su salario es complementario al del hombre, eso será cierto.
“Nos vamos a enfrentar a eso porque es algo cultural, pero cuando hay crisis hay sectores más afectados que otros y el primero es la construcción, que es típicamente masculino y después los servicios como el comercio. Las crisis anteriores nos dicen que tiende a subir más el desempleo masculino porque la velocidad de ingreso de las mujeres al mercado del trabajo disminuye. Ellas, sabiendo que no van a encontrar pega, no lo buscan, lo que las hace desempleadas ocultas”.