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Con la verdad siempre por delante

Con sus dos novelas y su primera obra, un libro de cuentos, Pablo Simonetti se ha ganado la ovación de sus lectores, que se cuentan por decenas de miles, gracias a su talento para mostrar la humanidad de sus personajes con cercanía y franqueza.

03 de Junio de 2009 | 08:40 |
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En su último libro, Alejandro Jodorowsky afirma que para llegar a ser nosotros mismos es necesario despojarnos de las máscaras que nos impone la familia, la cultura y la sociedad. Pablo Simonetti parece haber seguido este consejo al pie de la letra.

Hijo de una familia chilena acomodada, estudió ingeniería más que por vocación, por la fuerza de la corriente familiar que lo impulsaba en ese sentido. Su padre era un destacado empresario y esperaba que sus hijos trabajaran con él. Le fue bien: obtuvo un master of science en Engineering-Economic Systems de la Universidad de Standford, hizo clases en la Católica y trabajó en grandes empresas, para descubrir más tarde que lo suyo era la literatura. Lo dejó todo y comenzó a escribir. Y por los resultados, fue la decisión correcta.

Y es que para este escritor, récord de ventas con sus dos novelas publicadas, la verdad es el valor primordial. Especialmente la honestidad consigo mismo y con quienes más quiere, porque sólo de esa forma se es libre. Como él mismo señala: “Aun cuando aparento ser una persona dócil, siempre estoy armado de la libertad de mi conciencia”.

A pesar de su éxito, es una persona cordial y cada palabra que dice es una invitación al mundo que ha recreado en sus novelas. En ellas muestra las intrincadas vidas interiores de sus personajes y plantea, con una sutileza de pluma única –tal como lo han aseverado escritores de la talla de Roberto Bolaño y Antonio Skármeta–, los vicios que nadie más se atreve a mostrar de la sociedad chilena.

-Has afirmado que te sientes desadaptado y que desde ese punto escribes ¿Por qué?
“Desde niño he experimentado un sentimiento dual con respecto al mundo en el que me toca vivir. Desde un punto de vista externo, es decir, desde el punto de vista de los convencionalismos, las costumbres, tiendo a ser un hombre que busca la pertenencia. Soy una persona cortés, bien intencionada por decirlo de algún modo, que intenta darle en el gusto a los demás. Pero en mi interior prima una especie de desarraigo.
“Eso hace que, aunque lo añore, no me sienta perteneciente ni a un grupo social, ni a una creencia religiosa, ni a una facción literaria. A ninguno de estos sitios termino por adaptarme. No lo veo como algo negativo, sino como un espacio de libertad. En general me siento soberano en mis creencias y mi modo de pensar, y no porque tú me veas como me ves, puedes sacar conclusiones y poner etiquetas, decir ‘este tipo es ABC1, católico, típico gay, etcétera’. En Chile caemos en ese vicio.
“Conservo un espacio de rebeldía que me permite mantenerme blindado a las influencias y coacciones del medio. Por ejemplo, en el ámbito moral, soy una persona bastante libre para pensar, no parto de una estructura de valores preconcebida. Sin duda estoy expuesto, como todos, a la influencia del canon filosófico y moral imperante, como seguramente también lo estoy a la influencia del catolicismo –fui educado en una familia y un colegio católicos-, pero creo que con la vida he ido ganando más y más un espacio propio, que se rebela y tiene vocación libertaria, donde me refugio para escribir”.

-¿Es esta libertad tu mayor virtud?
“Cuando estoy en sociedad recurro a los convencionalismos, porque para el ser humano son más importantes que las costumbres y las costumbres son más importantes que las creencias. Es terrible pensarlo de ese modo pero es así. La gente traiciona a cada rato sus valores. Por ejemplo, en Chile muchos padres agnósticos convencidos ponen a sus hijos en colegios católicos, porque es la convención.
“Entonces yo digo ‘hola, cómo estás’, digo ‘gracias’ y respeto los convencionalismos que no me comprometen, al punto de parecer un tipo inofensivo y buena persona que no está armado. Pero me guardo para mí un juicio privado, porque siempre trato de estar armado de mi conciencia y ésta se conserva libre y rebelde”.

-¿Nunca te han dado ganas de vivir fuera de Chile? ¿De radicarte en otra parte?
“Lo conversaba con una amiga. Por temas de promoción de la novela estuve hace poco en Milán y en España, y me encontré con personas que se han creado unos espacios de libertad difíciles de conseguir acá en Chile. Personas que no responden a una idea preconcebida de qué es ser un escritor, por ejemplo, de cómo se debe comportar, de dónde debe provenir.
“En Chile hay muchos prejuicios en este sentido, yo me rebelo a pertenecer de manera servil y bovina a una clase social, a un grupo de interés literario, o a un partido político, o incluso a un grupo reivindicatorio”.

-¿Esto lo ves en otros países?
“Lo veo en otros países, como en España; escritores que son únicos en cuanto a su persona, a su circunstancia y a su literatura. Por ejemplo, Eduardo Mendicutti, con el que estuve allá. En las mañanas es el secretario general de la Asociación de Empresas Cconsultoras de España, entre las que se cuenta Price Waterhouse, Andersen Consulting y las demás. Se mueve en lugares donde todo es pura formalidad. En las tardes, en cambio, se dedica a escribir novelas donde uno o más de sus personajes son gay, novelas celebradas por la crítica. Escribe columnas sobre literatura en el suplemento cultural del diario El Mundo, muy serio, y al mismo tiempo escribe en una revista gay donde salen hombres en pelotas en las páginas del medio. Las personas con más de un lado tienen poca cabida en Chile, porque amenazan los estereotipos. No es un típico escritor de izquierdas, que abomina de la frivolidad, ni tampoco es un escritor frívolo. Quién podrá defendernos de monstruo igual”.

-Siempre tus novelas están ambientadas en Chile ¿Es por alguna razón en especial?
“En la novela que estoy terminando, una parte sucede en Nueva York, ciudad que conozco bastante bien. Me gusta hablar de lo que conozco, creo que en la observación hay un valor artístico. Cuando se escribe sin conocer las sutilezas, esas que dan realce, la ilusión de realidad tiende a desaparecer y se corre el peligro de transformar el entorno en un cúmulo de información, muy distante de lo que podría llamarse una ‘atmósfera’.
“Ahora bien, no es necesario que la escritura nazca de una experiencia directa, también creo que la lectura es una forma de experiencia, así es que si leyera de manera exhaustiva libros de la época romana, podría llegar a escribir una novela que ocurriera en esa época. Pero algo tiene que conectarme con el lugar y la época, tiene que haber una conexión íntima, por decirlo de alguna manera”.

-En una columna que aparece en tu página, hablas de la verdad como valor primordial ¿Crees que los chilenos en general nos comportamos un poco hipócritas?
“Me gustaría precisar el sentido de “verdad” como honestidad. La honestidad ha sido para mí algo así como un mandamiento de vida, de salvación. El hecho de ser honesto conmigo mismo y con los míos, de haber luchado por convertirme en quién soy, me tomó mucho trabajo. Desde niño experimenté esta dualidad, tratando de calzar en los patrones que me parecían extraños a mi naturaleza.
“Ser honesto es un valor especialmente importante para el desarrollo de las personas. Desde ya en el ámbito privado; no se trata de ser impúdico, mi novela posiblemente se llame “La barrera del pudor” y tendrá que ver con eso, no se trata tampoco de convertirse en una especie de órgano expuesto, que resultaría chocante, pero sí de generar en el otro una conciencia de lo que puede esperar de ti. El mayor beneficio que trae es que los miedos y las inseguridades se aplacan”.

-¿Qué es lo peor de la mentira, de este doble estándar del que hablas?
“Cuando uno está jugando un doble papel, con el paso del tiempo se hace cada vez mayor la altura del precipicio y por lo tanto, crece el miedo a caer más fuerte. En cambio, la honestidad te hace ir más tranquilo por la vida, con los pies en la tierra.
“La suma de incertezas que deja la mentira, y no sólo la mentira, sino que el disimulo, la hipocresía, la ignorancia genera una construcción con materiales carcomidos por dentro. La hipocresía, creo yo, es como la carcoma tanto en la vida privada como en la vida pública. Es decir, despierta tales grados de desconfianza que al final impide la acción. Porque a la larga lo que queremos es movernos en esta vida y tomar acción sobre las cosas que nos preocupan y que nos ilusionan. Y si no podemos tomar acción es como estar muerto. El sentimiento que crea la hipocresía generalizada en las personas, en las organizaciones y en los países es de parálisis, de temor, de muerte”.

-En tus obras algunos encuentran elementos autobiográficos ¿qué de cierto hay?
“Yo escribo sobre temas que me incumben o que me han tocado de alguna manera. Muchas veces uso los ambientes que conozco, también uso conflictos que me han llamado la atención. No son conflictos que necesariamente haya vivido, pero son aquellos con los que me puedo relacionar de manera cercana, que no me son extraños desde el punto de vista de la experiencia y esa experiencia puede ser de cualquier índole, psicológica, emocional, de lectura, de vida.
“Por ejemplo, cuando escribí “La razón de los amantes”, estaba pasando por una situación en que el futuro se me había vuelto una idea inminente. El nervio central de la novela es la idea de futuro, que por una parte produce grandes expectativas y esperanzas y a la vez temor, ansiedad. A medida que se hace más inminente, esas expectativas se vuelven desaforadas y los temores irracionales. Ese estado de ánimo es el que está plasmado en el libro”.

-Pero, por lo general, preguntan por personajes específicos…
“Lo que ocurre al escribir una novela es que te conviertes en un medio de cultivo, con un PH, una cierta cantidad de glucosa, una serie de condiciones que fijan la vida que ahí se va a reproducir. Ese estado interior del autor es el que finalmente habla. Terminada la novela me doy cuenta que con todos los personajes estoy hablando de lo mismo, desde un lugar psíquico, desde un estado del espíritu y eso es lo verdaderamente biográfico”.

-Con la “Razón de los amantes” está el proyecto de hacer una película ¿En qué va eso?
“Está en manos del guionista Luis Emilio Guzmán y la productora Procine. Tenemos un contrato firmado. Sólo tengo la función de asesor del guionista. No quiero participar del proyecto por conservar la sanidad mental.
“En la novela imaginé cada uno de esos lugares, la expresión física de esos personajes en cada momento, yo tengo la película hecha en la cabeza. Pero no tengo ni el tiempo ni el interés ni el arte ni las herramientas para hacer yo mismo la película. Ellos saben cómo hacerlo. Yo voy a tratar que no se traicione el sentido de la historia, pero estoy tan entusiasmado con mi nueva novela que volver a “La razón de los amantes” sería muy aburrido”.

-¿No te da susto que te pase algo así como le pasó a Isabel Allende, que cuando vio “La casa de los espíritus” hecha película le gustó, pero no sintió que fuera su libro?
“Sí, puede suceder, pero son las reglas del juego y para uno es un privilegio que hagan una película de tu novela. Yo me preocupé que los interesados fueran gente con experiencia y sentido artístico. Es todo lo que puedo hacer: confiar”.


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