Uno de los últimos estudios de psiquiatría en América Latina, arrojó que la depresión es la primera causa de consulta mental en la región. De ellos, el 46% son en quienes alcanzaron un nivel primario de educación, un 40% los que realizaron estudios secundarios y un 12% los profesionales.
Esa misma investigación, publicada en junio de 2014 en el XVIII
Congreso Centroamericano de Psiquiatría, alertó sobre un aumento en el diagnostico de depresión en niños y adolescentes, pese a que en la mayoría de los casos se suele calificar en personas adultas.
En este contexto, el trastorno afectivo bipolar (TAB) es uno de los tipos de depresión que más ha preocupado al mundo de la psiquiatría y psicología ya que ha habido un gran aumento en el diagnóstico de los niños.
“A pesar de que ha habido un gran aumento en el diagnóstico de bipolaridad en niños, resulta delicado hacer el diagnóstico antes de los seis años de edad debido a que los niños pequeños suelen presentar cuadros atípicos, siendo difícil predecir si los síntomas que presentan evolucionarán posteriormente hacia bipolaridad o hacia otro trastorno psiquiátrico”, indica la psiquiatra infanto-juvenil del centro de tratamiento de conductas adictivas
Nevería, Paula Zomosa.
Este trastorno puede debutar con un cuadro de depresión y presentar en la adolescencia o adultez un cuadro de exaltación del ánimo y existen indicadores que permiten predecir qué niños y/o adolescentes con depresión tendrán mayor riesgo de ser bipolares.
Sus causas se deben a factores de tipo genético, biológico, psicológico y ambiental. Un niño hijo de un padre bipolar tiene un 25% de riesgo de presentar la enfermedad. Si ambos padres son bipolares, el riesgo aumenta entre un 50 y 70%. De acuerdo a factores externos, hay ciertos hechos que podrían ser desencadenantes en el trastorno como la separación de los padres, problemas escolares o abuso sexual y físico.
La bipolaridad es un trastorno que se caracteriza por tener cambios rápidos de ánimo con periodos de exaltación (manías) que se pueden manifestar por expansividad o altos niveles de irritabilidad. Estos cambios de conducta hacen al niño mostrarse muy omnipotente, egocéntrico, eufórico o excesivamente optimista y contento, sin causa aparente y con disminución de la necesidad de dormir.
“Se pueden percibir como niños impredecibles, beligerantes, impulsivos, con explosiones agresivas en forma de “pataletas” severas, frecuentes y desproporcionadas, en relación a temas triviales, como lavarse los dientes o ir a acostarse”, explica la especialista.
Otro de los rasgos que tienen estos niños son la desinhibición e involucramiento excesiva en actividades riesgosas o placenteras, que pueden convertirse en la adolescencia en una serie de conductas peligrosas como promiscuidad, escaparse de la casa y hasta consumir drogas.
A diferencia de los adultos, cuyos cuadros clásicos se manifiestan de forma cíclica a los largo de la vida, los más pequeños suelen tener estos síntomas en forma más continua y crónica que episódica.
En este punto, la psiquiatra advierte que estos síntomas se pueden confundir con el déficit atencional y trastornos conductuales ya que éstos son frecuentes en ambos casos, producto de la hiperactividad, dificultad para concentrarse, baja tolerancia a la frustración y tendencia a no medir los riesgos.
“Es frecuente que el TAB de inicio en la niñez y coexista junto a los mismos trastornos mencionados previamente, lo que hace más compleja la distinción”, comenta la psiquiatra.
La función de los padresEl rol de los padres es fundamental para que un niño conlleve esta enfermedad, que no tiene cura, de la mejor manera.
La recomendación de los especialistas es solicitar una evaluación por un psiquiatra infanto-juvenil para realizar el diagnóstico donde previamente evaluará los síntomas actuales y remotos, los antecedentes del desarrollo, antecedentes psiquiátricos de la familia e información recopilada del colegio o institución donde se encuentre respecto a su edad.
La psiquiatra enfatiza en que antes de realizar cualquier diagnóstico se debe descartar el uso de medicamentos, drogas y patología médica pudiendo solicitar exámenes complementarios.
Es importante destacar que no existe ningún examen que permita diagnosticar la bipolaridad, éstos se pueden realizar solamente para descartar otras patologías y como complemento a la evaluación.
Una vez realizado el estudio diagnóstico, el médico puede orientar a los padres sobre modificaciones que se deban realizar en cuánto a los hábitos del niño, dinámicas en la familia y en el colegio, además de indicar tratamiento farmacológico y dependiendo del caso, psicoterapia individual y/o familiar, afirma la psiquiatra.