ATENAS.- Hand, una siria de 40 años, espera con su familia en el centro de Atenas el autobús que los llevará a Macedonia. Han tenido que dejarlo todo, huir de las autoridades y someterse a la suerte del mar. Pero dispuesta a luchar, incluso contra su cansancio, Hand, como muchas sirias que se ven obligadas a huir de su país, solo tiene un objetivo: poner a sus dos hijos a salvo y comenzar una nueva vida en Alemania, donde vive un hermano desde hace tres años.
Ella y su familia se suman a los más de 380.000 refugiados y migrantes, que según la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR), han entrado en lo que va de año en Europa, en busca de seguridad y protección, 230.000 de ellos a través de Grecia. "Son sobre todo hombres jóvenes que llegan en muy buenas condiciones físicas, pero cada vez hay más familias con niños, embarazadas y bebés", relata Oscar Velasco, delegado de comunicación de la Cruz Roja Internacional, quien ha pasado varios días en la isla de Kos, una de las más afectadas por la llegada masiva de refugiados.
El marido de Hand ha tenido que quedarse atrás. Está enfermo del corazón, así que no pudo acompañar a su familia en esta dura travesía. Así que Hand se apoya en su hermano, su cuñada y sus dos sobrinos para no sentirse tan desprotegida en el trayecto. De todas formas, parece que cualquier cosa es mejor que quedarse en su país. "(Allá) las bombas estallan a diario", cuenta, apretando los ojos. "Nosotros cerrábamos las ventanas y las puertas, y nos quedábamos quietos hasta que cesara el ataque. Vivíamos aterrorizados". Ese recuerdo, que se hace imborrable en su memoria, evoca instantáneamente uno anterior: "Antes de la guerra teníamos una vida confortable. Yo, por ejemplo, trabajaba como profesora de inglés, mis hijos iban al colegio y nos movilizábamos en auto".
Con los enfrentamientos entre el denominado Estado Islámico y las fuerzas del Gobierno de Bachar al Asad, esa cotidianeidad que extraña Hand, se esfumó. Y como ella, cientos de mujeres, en compañía de sus hijos, desembarcan a diario en las costas de las islas griegas, especialmente en Kos y Lesbos.
"La ruta -cuenta Hand- es arriesgada y problemática. Cruzar el Mediterráneo y llegar con vida es puro azar". Según ella, el destino del pequeño Aylan que apreció muerto en una playa turca, es el de muchos niños que viajan desde Siria. "Vivir depende de la suerte", dice.
Dispuestos a cruzar caminando países enteros Hace tres semanas, Hand se despidió de su esposo y con un par de mudas de ropa, algo de comida y una tienda de campaña, cruzó junto a los familiares que la acompañan la frontera hasta llegar a Turquía. "Hemos caminado muchos kilómetros", dice su hijo Abdela, de 14 años.
En Esmirna, el segundo puerto más grande de Turquía después de Estambul, abordaron una lancha neumática, junto a otras 45 personas, y cruzaron el Egeo hasta la isla de Kos, localizada a diez kilómetros de distancia. "Durante esas tres horas sentimos mucho miedo. El mar estaba tan agitado, que sentí que podía morir en cualquier momento", relata esta mujer, que agradece la amabilidad con la que fueron recibidos en la isla.
No todos han tenido la misma experiencia. En las últimas semanas, la llegada masiva de refugiados ha desbordado a Kos y Lesbos, dos idílicas islas turísticas.
Ni Hand, ni ningún miembro de su familia dispone de un certificado que los reconozca como refugiados. Esto, si bien les ocasiona dificultades con las autoridades, no les impide querer continuar su periplo hasta llegar al norte de Europa. Están dispuestos a cruzar caminando países enteros, con tal de llegar a Alemania. Allí, dice ella, espera encontrar un nuevo hogar, aprender alemán, inscribir a sus hijos en el colegio y, si puede, volver a enseñar inglés.
Su hermano, que se había ausentado por unos minutos, vuelve con una botella de agua, una bolsa de papas y unas zapatillas rojas para su esposa, quien no tarda en estrenarlas. Por los gestos que hace, parece no estar a gusto con su nuevo aspecto. Suhat, como se llama, mira a Hand y, juntas, sueltan una carcajada que contagia.
Inesperadamente aparece un ciudadano con uno vasos de agua fría. Yannis se presenta y les pregunta si necesitan algo más. Los adultos le responden que no y le dan las gracias. La conversación se corta abruptamente, cuando se dan cuenta de que la policía se acerca. Agarran con rapidez sus bolsas y demás pertenencias y comienzan a caminar sin pausa, no sin despedirse antes. Pronto, desaparecen entre la multitud. El espacio, ahora, parece vacío.
"Si yo estuviera en su lugar, quisiera que otros me ayudaran. Estas familias vienen con sus hijos y necesitan un soporte, no son criminales. Espero que Europa encuentre pronto una solución". Sus anhelos y los de Hand coinciden. "Solo quieren paz", dice Yannis.