REVISTA VIERNES DE LA SEGUNDA
GONZALO ZAPATA (37)
“El día que decidí salir a correr no sabía nada de running. Me desperté a cualquier hora, era verano, enero de 2012, y hacía un calor horrendo. Me puse los shorts de tenis que tenía en mi casa, cualquier polera y lo único que pensaba era en correr lo más rápido posible, como esa instrucción del profesor de educación física cuando haces el test de Cooper. Me di unas vueltas y corrí más de 20 kilómetros, pero fue un entrenamiento desastroso. Llegué reventado, deshidratado y lo único que podía pensar cuando terminé fue ‘esta cuestión no la hago nunca más’. Pero recién comenzaba a prepararme para correr una maratón, era la primera vez que el profesor del gimnasio me mandaba a correr solo y no iba a arrugar.
Siempre me gustó el deporte. En el colegio, en Viña del Mar, hice bastante, pero cuando entré a la universidad a estudiar Ingeniería Comercial me pasó lo que yo creo que le pasa a muchos: lo dejé bien botado. Dejó de ser prioridad entre el estudio, el carrete y la buena vida. En un momento determinado llegué a pesar cerca de 13 kilos más que ahora, que es como un 20 por ciento del total de mi peso, y eso continuó cuando entré a trabajar. Lo único que hacía, con suerte, era jugar pichanga con los compañeros de pega, y como coincidió con que me vine a vivir a Santiago, los hábitos también eran terribles: no tomaba desayuno; me levantaba lo más tarde posible para llegar a la pega justo a tiempo; mi primera comida, un chocolate, era recién a las 11 de la mañana; el almuerzo era un sándwich, y como vivía solo, la facilidad de la comida preparada era muy interesante. Cuando se trataba de juntarse con los amigos, era bueno para la piscola y además para el carrete. Mantuve esta rutina cerca de cuatro años, pero poco a poco me empezó a pasar la cuenta. No me sentía bien, estaba incómodo con mi peso e intenté de todo para cambiarlo. Volví a jugar tenis, pero me fallaba el compañero con el que iba a jugar; para un partido de fútbol era imposible juntar a 10 personas; probé el golf, un deporte solitario, pero implicaba coordinarse, y como los fines de semana me iba a viña, no era fácil. Entonces decidí meterme al gimnasio.
Esto coincidió con que me casé. Mi señora me incentivó a que nos inscribiéramos juntos y me dijo que ella sólo iría si lo hacíamos en las mañanas. Ahí descubrí que podía levantarme a hacer deporte temprano no obligado, tres veces a la semana, y que el desayuno era indispensable. Me estabilicé un poco, y desarrollé una disciplina, aunque nunca me sentí realmente enganchado. Fue en ese mismo periodo que me atreví a probar un par de carreras. Corrí dos veces 10K, pero las dos veces llegué reventado, con esa misma sensación de no querer hacerlo nunca más. Pero también fue en esa época que un amigo que recién había corrido la Maratón de Nueva York llegó a contarnos lo increíble que era la experiencia. Justo me había independizado, necesitaba hacer algo distinto y ahora, en retrospectiva, entiendo que necesitaba espacios para pensar, tomar decisiones. Así, con un amigo, nos inscribimos para correr en 2012. Total, pensé, esta cuestión es fácil, es sólo correr”.
DANIELA CARRASCO (28)
“La primera vez que decidí salir a correr fue hace dos años. Una amiga que iba al Parque Bustamante me había motivado a probarlo. Así que un día, sola, con un buzo de colegio, una polera que usaba de pijama y unas zapatillas cualquiera que tenía en la casa, me atreví. Como no cachaba nada, lo hice en la tarde, en verano, y con mucho calor. No logré correr ni una sola canción, duré menos de tres minutos. No podía creer lo mala que era y esa sensación me quedó dando vueltas. Desde chica hice deporte en el colegio, me gustaba harto el básquetbol y voleibol. Pero siempre fue de forma muy amateur. Cuando entré a la universidad a estudiar Periodismo, dejé toda actividad. No hacía absolutamente nada. En esa época pensaba que correr era para personas atléticas, que se pueden levantar temprano.
Sin embargo, la decepción de no haber sido capaz hizo que lo siguiera intentando. Con mi amiga salíamos al parque de noche, y por un buen rato me costó cumplir con esa vuelta al Bustamante, que hoy sé que es sólo 1.5 kilómetros. Por otro lado, en ese tiempo vivía en un lugar lleno de posibilidades para hacer deporte, bajaba de mi casa y tenía el Parque Forestal. Creo que eso fue fundamental para motivarme, además de ver a mi amiga. Cómo si ella corría 10K, yo no iba a poder hacer ni 2K. Ese cambio de mentalidad me hizo darme cuenta de que el running es un deporte para cualquier persona.
Seguí saliendo sola, de a poco. Al principio me propuse llegar a 2K, después 3K, que con suerte lograba hacerlos en media hora. Pero no me importaba, salía, me moría y volvía a mi casa sintiéndome demasiado bien. Con el tiempo noté que cumplo mis metas. Si digo que voy a salir dos veces a la semana, lo hago, pase lo que pase. Esa constancia me ayudó a ir subiendo, y estar inmersa en un entorno deportivo lo hizo mejor. Hay un libro de Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, en que dice que cuando partió corriendo no había nadie con él. Yo pienso que jamás lo haría si no viera a un montón de gente alrededor.
A los pocos meses de esa primera y nefasta salida, dije: ya, puedo llegar a los 5K. Y me atreví a exigirme un poco más allá. Y eso es lo bueno de correr, que uno ve los avances, entonces te pones full ambiciosa. Sin embargo, no estaba pensando en una maratón o en una corrida. Eso no pasó hasta que ya llevaba seis meses y un amigo me entusiasmó para inscribirme en la corrida Costa Pacífico, en Viña, y probar los 10K.
Para lograrlo, decidí que tenía que entrenarme mejor. Ahí bajé la aplicación Nike+, que tiene un sistema de coach en el que te pones una fecha y la distancia que quieres alcanzar como meta. Y decidí que seguiría entrenando con la polera de pijama, porque no me compraría ropa deportiva hasta mi meta de los 10K.
Fueron tres meses en los que practiqué como loca, siempre sola, aunque la carrera la hice con dos amigos, en noviembre de 2014. Ese día nos dieron una polera súper fea, pero no me importó, me la puse igual y, aunque llegué agotada a la meta, fue muy emocionante. Me demoré como 1h10m, pero mi idea era llegar, pasarlo bien y que mi primera corrida fuera divertida. Sin embargo, esos 10K también me hicieron pensar que nunca podría hacer los 21K. Jamás, si era el doble”.