REVISTA VIERNES DE LA SEGUNDA
En Maleducados queda la sensación de que la situación en Chile no es tan mala como muchas veces se pinta en el debate público.
He estado leyendo al filósofo Byung-Chul Han, quien plantea que lamentablemente estamos viviendo en una sociedad que se mueve por lo que él llama “la cultura del escándalo”, esta idea de que uno no puede hacer ruido sin decir que algo está malo. Es el caso de Donald Trump o de Boris Johnson en Inglaterra. Pero cuando uno ve las cosas con detención, se da cuenta de que nada es tan escandaloso. Evidentemente hay un montón de problemas en la educación, pero yo tengo una postura más optimista, porque uno ve el esfuerzo que hace la gente que compone este sistema y la sensación es que todo el mundo está haciendo un esfuerzo, algo que pocas veces se toma en cuenta. Siempre se dice: los datos son malos. Sí, pero cuando uno los mira desde otra perspectiva o cómo evolucionan en el tiempo, no lo son tanto. Por supuesto que vende más y tiene más cobertura cuando uno dice que todo está mal, pero yo quise ponerle paños fríos.
Finlandia, en un momento, se transformó en una especie de faro a seguir, pero en tu libro queda claro que su educación es la mejor del mundo porque también es un país equitativo. En Chile, ¿somos desiguales por nuestra mala educación o ella es mala a causa de la desigualdad?
Lo que pasa en Finlandia es un círculo virtuoso, pues allá la educación ayuda a que las personas tengan más capacidades, lo que a su vez les permite tener una vida más satisfactoria. En Chile es al revés: tenemos un sistema donde los recursos de los padres determinan los colegios a los que van sus hijos. Familias con buena situación económica envían a sus hijos a colegios de más alta exigencia y terminan yendo a universidades o tomando carreras que los mantienen en ese mismo grupo social. ¿Cómo se revierte eso? No es tan fácil. Claramente vivimos en una sociedad extraordinariamente desigual, y en el sistema escolar eso es mucho más marcado todavía. Ese es un mal del sistema que no veo por dónde pueda resolverse.
¿La gratuidad ayudaría a corregirlo?
Hace un par de semanas leí el proyecto de la reforma universitaria y uno ve que hay nuevas cosas que discutir. Cuando estaba escribiendo el libro, el tema de la gratuidad era una gran promesa, pero ahora, por ejemplo, el CRUCh ha tenido muchos reparos en cómo se ha postulado la gratuidad en el proyecto. En eso no soy experto, pero tiendo a creerle al CRUCh y la sensación es que la gratuidad finalmente parece chocar con la realidad económica, llegando a una especie de punto muerto. Eso me parece grave, porque la cuestión no puede avanzar. Hay una demanda para que la educación sea un servicio público, pero parece que no están las condiciones para que sea así. Tanto la regulación, la aparición de distintas superintendencias y de agentes controladores del sistema, está bien. Pero, por otro lado, no veo que haya un énfasis en definir qué es la educación. Eso se necesita y ahí está al debe.
Mencionaste a Byung-Chul Han, que también define a nuestra civilización como “la sociedad del cansancio”. Eso se relaciona mucho con tu descripción de los profesores de hoy, agotados y estresados.
Tengo la impresión de que existe algo que yo llamaría la sociedad educacional del cansancio. El esfuerzo porque el sistema funcione, por participar de él, demanda una energía enorme que muchas veces sobrepasa lo que las personas pueden dar en condiciones normales de estrés. Y eso se refleja primero en el profesor de colegio, que tiene que corregir pruebas de las doce a las dos de la mañana y que no puede hacerlo en su horario habitual porque está sobredemandado en horas aula. Ese profesor está en la sociedad del cansancio. El docente universitario, que tiene que correr por tres universidades, a veces el mismo día, a veces cambiando hasta de ciudad, también está en la sociedad del cansancio. Lo mismo el estudiante que tiene que trabajar veinte horas a la semana para financiarse la carrera o el tipo que hace un magister en el poco tiempo que no tiene. El sistema está estresando a todos los agentes, todo el mundo se está esforzando y todo el mundo está sobredemandado. La sociedad del cansancio es una clave para leer lo que está pasando en el sistema y creo que a ese aspecto en particular se le ha dado poco espacio dentro de la discusión pública. Toda la cuestión sobre eliminar las tareas escolares tiene que ver con lo mismo. Hay una jornada escolar completa, pero a pesar de eso los alumnos tienen que llevarse a sus casas más cosas para hacer.
Hay una pregunta en el libro que tiene que ver con los posgrados. ¿Corre peligro la promesa de que educándonos más conseguiremos mejor condiciones de vida?
En algún momento los posgrados, y ya lo están siendo, comenzarán a ser un asunto de preocupación nacional. He visto muchas cartas abiertas, sobre todo desde principios de año, en las que se hace un fuerte énfasis en el problema de los posgrados. ¿Por qué? Porque las personas tienen la sensación de que necesitan estar lo más formadas posible para acceder a mejores condiciones laborales. Muchos toman los posgrados por esos motivos y no necesariamente por razones académicas. Da la impresión de que es una burbuja que en algún momento va a explotar, porque la oferta para las personas que se capacitan académicamente es mucho más baja. Se estima que en los últimos años aparecerán algo así como siete mil doctores más. Está empezando a generarse una sobre calificación extra, o sea: la persona termina el doctorado, pero no puede insertarse en una universidad, entonces postula a un posdoctorado, que retarda tres años más su ingreso al sistema académico, después hacen otro posdoctorado, y así. Tenemos más personas capacitadas en el mundo académico y de la investigación que las que el sistema puede sustentar. Esto sólo se resuelve aumentando los recursos en las universidades, eso es inevitable. En Chile se ocupa un 0,4% del PIB y los países más desarrollados superan por diez veces esa cantidad.
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