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Un severo ataque de fiebre amarilla

Lento, suave, letal. Un pinchazo a los cuatro minutos bastó para adormilar a los chilenos y para que explotara el manoseado baile de los brasileños con la pelota en los pies. Una goleada que deja a Chile con espasmos anímicos y una tremenda cuota de goles en contra de la que se enterará sólo cuando despierte.

24 de Enero de 2001 | 19:49 | Patricio Corvalán C., emol.com
MACHALA.- Ni Héctor Pinto había alcanzado a sentarse en el banco chileno cuando Brasil ya festejaba el 1-0 en la primera inocente llegada. Bastó que a los 4' Ewerthon aprovechara a dos metros del arco una "peinada" de Eduardo para que los amarillos se tranquilizaran en la cancha, apagaran los tímidos destellos de Droguett por la izquierda y machacaran, machacaran, machacaran, hasta construir un juego monstruoso, incontrolable, que terminó por apabullar por 6-0 a Chile, en la primera fecha de la fase final del Sudamericano de fútbol Sub-20.

En los primeros veinte minutos, la pelota se deshizo en los habilidosos pies de los brasileños. Sin hacer nada del otro mundo, salvo hacer rotar la pelota entre los mediocampistas, los eternos campeones comenzaron a adormecer cualquier intento de Chile, impreciso y siempre en desventaja en el mano a mano.

El único que escapó de la modorra fue Sebastián Pardo, quien tras farrearse un tiro libre dejó solo a Salgado para que empatara, pero nuevamente la impericia de los atacantes chilenos se sembró en el pasto ecuatoriano y el delantero estrelló la pelota en el arquero Rubinho.

La modorra chilena no fue capaz de sacudirse ni siquiera con el testazo de Adriano, que a los 31' definió impecablemente por arriba un centro desde la derecha, que dejó parado al arquero Herrera.

De ahí para adelante impotencia. Pardo buscando cambiar tímidamente el libreto del partido, pero el cuadrado que Brasil formó en el mediocampo tuvo mucho peso.

Se suponía que la charla del entretiempo remecería en algo -al menos- el amor propio de los rojos. Tal vez fue así, pero en un calco perfecto, Brasil salió a adormecer, a golear y a no permitir la más mínima reacción roja. A los 4' y a los 7' Adriano liquidó con tanta facilidad que era nada de iluso pedir a la Fifa que los partidos de juveniles terminaran antes, por nocáut.

Hasta los quince fue un temporal. Un masoquismo de espectador privilegiado ante la masacre de cristianos, porque Brasil apabulló, acelerando el lento ritmo de la primera etapa, y si el fútbol fuera justo y no cosa de hombres tres veces más Herrera debió haberse metido agachado a su propio arco.

A estas alturas era poco lo que se podía hacer tácticamente para cerrar las compuertas. Los famosos cuatro mosqueteros que Brasil puso en el medio impedían tanto la salida chilena con tanta facilidad como desdoblarse y generar de fútbol agresivo de tres cuartos de cancha en adelante.

La constante presión por la izquierda desniveló aún más el partido y dejó a Adriano -a los 19'- con una nueva opción solitaria para marcar el 5-0.

Ni siquiera se pudo apelar a la suerte. Cuando Droguett estuvo a punto de fusilar por bajo a Rubinho, en el contraataque Everthon terminó la jugada con un toque suave. A Herrera le faltó aplaudirlo.

A los 31' y 42 segundos, Brasil equivocó la primera pelota del partido, cuando a un defensa se le escapó el balón y se fue al lateral. El resto, perfecto, con esa insoportable sensación de que más encima pueden dar más y hacer más daño.

Afortunadamente se conformaron.

Pudo haber sido más vergonzoso.
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