GUAYAQUIL.- No hay caso. Parece que nunca va a haber caso. Como nunca Chile le daba un baile a Argentina, un baile que más encima no tenía por dónde terminar, porque tras un primer tiempo planteado tácticamente impecable por el técnico nacional Héctor Pinto, los rojos se iban al descanso con un 2-0 en el bolsillo y parecía que por fin todo iba a ser distinto.
Agrupados ordenadamente atrás, Chile fue poco a poco soltando las amarras ante una Argentina que no se tomaba el partido tan de vida o muerte. Con escasa transpiración, los albicelestes martillaban sobre el área roja, hasta que Droguett, definiendo la primera gran pincelada de Valdés, que se deshizo de dos defensas cerca del área y abrió a la derecha, para batir al portero Caballero con un remate alto.
Argentina, extrañamente, no encontró los argumentos para igualar el juego. Peckerman estaba tan desesperado que mandó a la cancha a Rosales por De Muner, el único que inquietaba en algo a la zaga chilena.
Pareció error del estratega. Más encima, a los 43', Burdisso se va afuera por pegarle un manotazo a Salgado y de esa infracción Valdés anotó un golazo de tiro libre que parecía la última palada de tierra para los trasandinos.
Fútbol tácticamente impecable. Una lección y un sueño.
Sin embargo, y contra lo que planteó Héctor Pinto, la segunda etapa comenzó con Chile tirado atrás, esperando a un Argentina que apenas se levantaba de su letargo y que de verdad no veía por dónde cambiar la humillación.
Ni Zubeldía, recién ingresado, tenía argumentos para desarticular el castillo armado por la Roja en los primeros grandes 45 minutos. Incluso a los 5' Lequi se va a las duchas por golpear a Pardo.
2-0 con dos hombres más. Sigue el sueño.
Pero algo pasó. ¿Qué? Ni Pinto lo sabe.
Chile se fue echando atrás, echando atrás, echando atrás, lentamente, pensando en que el triunfo estaba en el bolsillo. La mala espina se presintió cuando Valdés, saliendo tranquilo en contraataque, prefirió devolverse y darle un pase de 50 metros a Herrera.
Presagio de lo que se venía. Si a Argentina le dejan la puerta abierta se mete. Y se metió. Entre Rosales y Rivero (impresionantes en el despliegue) se las arreglaron para descompaginar a Chile.
Por eso, no extrañó que a los 21' Rosales definiera ante tres defensas y acortara distancias que definitivamente desaparecieron a los 30' cuando Rivero, su socio, se llevó hasta a la barra chilena por la punta izquierda, metió un centro y Berríos la mandó contra el arco rojo.
El empate no se movió. Con nueve, eso sí, fueron los argentinos los que estuvieron a punto de ganar. Pinto jamás lo entendió y jamás lo entenderá. ¿Qué pasó? ¿Por qué los once se fueron atrás? ¿Por qué todo volvió a ser pesadilla?
A estas alturas ya da lo mismo. No vale la pena siquiera enojarse.