Los del "ambiente" -porque curtido de amigos y otros no tanto entendí que el mundo deportivo se divide entre los que giran dentro del "ambiente" y los que se mueren por estar en él- me miran con compasión y alevosía cuando les pregunto seriamente para qué sirven los programas radiales.
"Este tonto ya empezó", me dicen con esa misma mirada y me tratan de explicar que la hora de almuerzo permite un estilo más suelto y coloquial, capaz de entretener con la información.
Lo siento. No entiendo.
No me entra que coloquial sea igual que estúpido, que en vez de entregar media hora de información alarguen un programa comentando los platos que probó el reportero en su corto viaje a Coquimbo o que al entrevistado le pregunten cómo anda la familia.
Tampoco me cabe el estilo de ciertos medios de poner a las fuentes con sus dos nombres y sus dos apellidos simulando un reporte policial.
Soy un tonto, lo sé. Más vende Mauricio Israel hablando de cebiches con Chumpitaz que algún comentarista explicando por qué un técnico debería ser chileno y no extranjero.
A nadie parece interesarle lo que de verdad opina Chumpitaz ni mucho menos se pregunta para qué diablos lo llamaron.
Nadie reclama por los minutos robados. Lo peor es que si uno se cambia de dial, el asunto no mejora y en un festival de tallas internas -divertidas a veces, pero internas siempre- se pasa la hora en que supuestamente uno se enterará de lo que está pasando.
Sí, puede ser que recién volví de vacaciones y ando medio susceptible, pero hay que hacer algo para evitar que, por ejemplo, vuelva a la tele ese sujeto que se acercaba al doliente futbolista al borde de la cancha y le metía un micrófono entre los quejidos con una diminuta frase. "El golpe", y eso debía bastar para que el pobre explicara la patada que acababa de recibir.
No estamos tan lejos. Alvaro Sanhueza tiene un esplendor de tribuna el domingo en la noche y el lunes en la mañana y nadie dice nada. Patricio Oñate amenaza con volver descansado y nadie dice nada. Mauricio Israel se florea de sus gustos culinarios en pleno programa y nadie dice nada.
Hay que hacer algo. Alegar por último, aunque sea tonto y esté solo.
El Sr. Sapo