A René Orozco, el presidente de la Universidad de Chile, le entregan un micrófono y es como pasarle una bandeja con copas a un cabro chico. El peligro es tan latente que los responsables no tienen perdón ni miran las consecuencias.
A un niño uno puede pedirle buenas notas, que llame por teléfono a la abuela una vez a la semana y que se coma toda la comida. A Orozco, en su calidad de dirigente, se le debe pedir, en forma proporcional, que hable de los planes de su club, que comente lo que hizo o no hizo para pagarle a los jugadores o por último que opine si le gusta cómo juega su equipo.
Si uno le pasa la bandeja al cabro no puede después venir a pegarle por los pedazos esparcidos por el piso. Si a los comentaristas deportivos les da por ofrecerle un micrófono a Orozco, no pueden después quejarse por sus dichos ni por los pedazos de justos y pecadores que también quedan en el piso.
¿A quién le puede importar lo que él opine de la selección chilena? ¿Le interesará a él lo que Pedro García pueda opinar de la "U"? ¿Sinceramente alguien podría ampliar su modo de sentir, actuar u opinar sobre el futuro de Chile tras el partido con Perú por lo que le escuchó a Orozco?
El presidente de la Universidad de Chile no tiene la culpa. Le piden que hable y habla. Si alguien no queda parado no es su culpa, es su forma de ser, pero eso no se mide.
Si Orozco quiere hablar, que lo haga, pero de su feudo, su equipo, su camiseta. De medicina, por último. Ahí puede dar recetas.
Pero que a nadie se le ocurra pasarle una bandeja.
Por favor.
El Sr. Sapo