Hace siete años, el cine se llevó a mi mejor amigo a vivir a Londres. Me costó mucho asumir su partida, acostumbrarme a que no estaba en la Navidad para darle su regalo y que pusiera cara de alucinado; me costó que no me llamara tres dias después de mi cumpleaños; me costó que no me llamara a las tres de la mañana para contarme algo y preguntarme con su voz de despistado si me había despertado.
Me costó porque es de esos amigos que uno aprovecha a concho, pero igual lo empujé para que se fuera a estudiar cine y que no se quedara a soñar acá... Nunca pensé que esa frase lo marcaría tanto.
Nuestra vida juntos era la de dos cómplices. Mucho deporte en el Parque Intercomunal, en donde jugábamos pichangas, vóleibol, lo que fuera, y donde nuestras parejas -cuando las teníamos- no se entretenían mucho, aunque eso, sabiendo que jamás íbamos a transar, no nos importara tanto.
Tal vez por eso estábamos solterones, pero lo pasábamos bien así.
Pero las cosas cambian. Ahora Marco está lejos, vive hace dos años con su polola francesa, y de ser hincha de la "U" y de River ahora -en esa manía por seguir a Salas- debe dormir con la albinegra de la Juventus. Yo también he cambiado, porque ya no voy a La Reina y estoy hace esos exactos dos años juntando plata para ir a verlo.
En este tiempo estuve una vez en Europa, pero mi apretado viaje y su período de exámenes hizo que no nos encontráramos. Reconozco que no verlo me amargó el viaje, pero los dos sabíamos que ninguno podía, así que preferí ni pasar por Londres.
Tanto estudio, en todo caso, le hizo bien. Con el tiempo, Marco se tituló de director de cine y, como buen artista, está cesante buscando financiamiento para el montón de películas que rueda por su cabeza. La modernidad nos deja chatear muy de vez en cuando, donde le cuento que la que sueña ahora soy yo, porque quiero ver su nombre al final de los créditos.
Hace como un mes, Jorge, un buen amigo de él, me llamó para invitarme al cine. Bah, pensé qué raro, pero acepté por esa fórmula matemática que convierte a sus amigos en los míos.
Me pasó a buscar a las nueve, vestido como para ir a un matrimonio. Me sentí un poco incómoda, así que le pedí un minuto para cambiarme la blusa. Llegamos al cine, repleto, donde se estrenaba "Intentémoslo de nuevo". De tanta pega, casi no había leído sobre ella, sólo sabía que era europea y que contaba la vida de dos amigos unidos por el deporte...
Una suave canción de Radiohead acompañó la repentina oscuridad del cine. De la pantalla negra que daba inicio a la película brotaron unas letras doradas:
"Quien no sueña no vive ni logra nada. Nosotros seguimos soñando, ¿cierto Amanda?
(Marco Rodríguez)"
No tuve que despertar, era real, era su primer largometraje, recién estrenado en Chile. Marco se había guardado por un año este silencio para darme la mejor y mas grande sorpresa que he recibido en mi vida. No sabía qué hacer... Miré a Jorge, iluminado por las letras doradas que se empezaban a apagar.
No dijo nada, no había para qué. Ya estaba todo dicho.
Amanda Kiran