Y empezó el temblor.
Mi amiga, que era una de las relacionadoras públicas de la UC, me había invitado con mis hermanos a ver a la "U" al Nacional, donde los cruzados hacían de local porque "Los de Abajo" no pueden entrar a San Carlos.
La Pao nos había reservado asientos de esos preferenciales, que vienen con piscola incluida, ideal para esa tarde de invierno. La "U" iba un gol arriba cuando de repente se empezó a mover el suelo.
Yo no estaba tomando piscola, así que sentí ese temor infinito que deja escapar la mayor adrenalina del cuerpo y que me dejaba sin saber qué hacer. Todo el estadio se movía lento, ondulado, y columnas de tierra se elevaban detrás de las tribunas.
Era un temblor. De los fuertes.
Los jugadores de ambos equipos pararon de jugar y miraron tambalearse de lado a lado los inmensos focos del estadio. El tobogán gigante que se formaba en el pasto, un mar cada vez más furioso, jugaba con los pobres futbolistas que apenas se mantenían en pie, metidos en un taca-taca sin dueño.
Mis hermanos aún no se preocupaban, pero como el vaivén se hacía más intenso empezamos a bajar a la cancha, como lo pedían por los parlantes. Yo no quería bajar sin saber dónde se había metido la Pao, pero no podía aguantar mucho rato en la escalera, porque la masa me apretujaba y me llevaba consigo hasta la reja.
En la cancha estaba pasando algo que sólo el miedo y tal vez alguna Teletón había logrado. Había una unión total, todos ayudando a bajar gente hasta el pasto, no importaba si eras "De Abajo" o "Del Este". Nos sentíamos casi, casi hermanos.
Yo seguía sin encontrar a la Pao, y eso me tenía mal. Como pude, me zafé de la masa y llegué a la caseta, donde estaba el locutor del estadio, sentado, muy tranquilo, que según supe después se llamaba Angel.
-Hola, soy amiga de la Paola Domínguez, la relacionado...
-Sí, supe que la andabas buscando. Anda tranquila Amanda hasta la cancha. Yo le aviso que tú estás bien.
No sabía qué contestarle ni cómo se había enterado de mi nombre, pero le pedí que le dijera que iba a estar en el arco sur, esperándola.
El temblor estaba pasando, pero la muchedumbre estaba copando casi toda la cancha, como si hubiese un recital. Entre que bajaba y que ayudaba a algunos heridos leves, logré llegar al arco donde me esperaban mis hermanos. La Pao no aparecía.
El temblor ya había pasado. Futbolistas, entrenadores, hinchas, todo era un mar tan distinto ayudándose unos a otros, descubriendo que esta vez el equipo era el mismo.
¡Pero la Pao no aparecía!
No sé por dónde escuché una voz que me llamó por mi nombre, una suave voz de hombre que venía como del cielo.
-Amanda...
Eso ya era como una burla, o yo me estaba volviendo más loca que nunca. Qué nervio, pensé...
-Amanda, mira...
Y sentí que me tomaban suavemente el hombro. Era Angel, que había bajado a la cancha y me señalaba hacia la caseta donde lo había visto hacía unos minutos. Detrás del vidrio, la sonrisa inconfundible de la Pao me regalaba saludos.
La miré con la misma cara de ojos empapados que creí ver en ella a la distancia. Fue un minuto de alegría inmensa, donde no había miedo, frío, hambre ni calor. Ella estaba bien.
-Gracias, Angel- le dije mientras me daba vuelta para abrazarlo.
-¿Angel? ¿Con quién estás hablando, Amanda?- me dijeron mis hermanos, creyéndome loca por hablar con alguien que ya no estaba detrás mio y que nunca más volvería a ver.
Amanda Kiran