NACIONES UNIDAS.- Sus colaboradores aseguran que emana carisma, sus detractores que no se enfrenta a los poderosos. Kofi Annan, reelegido hoy para un nuevo mandato al frente de la ONU, es ante todo un diplomático perfecto, que sabe nadar y guardar la ropa.
"Cuando estás con él en la sala se nota una presencia, llena la habitación, tiene una aura y una calidez especial", cuenta una funcionaria que suele tomar notas en las entrevistas de Annan con otros líderes mundiales.
Quizá ese carisma es el que ha borrado errores que en otros hubieran motivado graves recriminaciones, como no calibrar suficientemente la información que recibió sobre la preparación del genocidio de Ruanda.
Nacido en Ghana, Annan es el primer secretario general africano negro elegido y el primero escogido dentro del seno de la propia organización.
Annan, de quien un admirador en la organización dice que "tiene una mirada lejana, casi futura, que capta el pulso del mundo", ha dedicado cerca de cuarenta años a una única empresa: las Naciones Unidas.
Una empresa en la que cree como exponente de la "familia humana".
Sus largos años en la organización le han procurado un conocimiento profundo de su engranaje, suma de los defectos de los 189 Estados miembros, según un comentario generalizado en la institución.
Ese conocimiento le ha permitido realizar una reforma para limar el aparato burocrático y hacer que la ONU sea más ágil.
Annan preparó así la institución para cruzar el milenio, aunque hay quien opina que la reforma era obligada por la crisis financiera que padecía la ONU, casi en bancarrota cuando asumió la secretaria general, motivada sobre todo por la negativa de Washington a pagar sus cuotas.
Gran defensor de los derechos de la mujer, Annan es uno de los pocos políticos que predican con el ejemplo y ahora la organización cuenta con un gran número de ellas en puestos clave, empezando por la número dos, la vicesecretaria general Louise Frechette.
Además de la reforma, otro de sus triunfos es haber mejorado la imagen de las Naciones Unidas, especialmente de sus operaciones de paz, tras los fracasos de Ruanda y Bosnia.
Aunque ambos ocurrieron cuando él capitaneaba el departamento que las administró, Annan supo salir de ellos de una forma digna cuando entonó públicamente un "mea culpa" por no haber sido capaz de detener las matanzas de Srebrenica y Ruanda, algo que todavía no han hecho otros con mayor responsabilidad, los Estados miembros del Consejo de Seguridad, en especial los Estados Unidos.
Annan ha logrado además que la ONU vuelva a asumir ese papel de mantenimiento de la paz, con el éxito en Timor Oriental y la gestión territorial de Kosovo, al tiempo que ha recuperado la buena imagen de las Cumbres de la organización, como la del Milenio o la recién clausurada sobre el sida.
Escarmentado en cabeza ajena -tomó el relevo de Butros Gali en 1997 después de que los Estados Unidos impusieran su veto a la reelección del egipcio-, Annan ha evitado el enfrentamiento directo con los grandes y no suele criticar las decisiones de éstos ni para excusar los fallos de la organización.
Los más críticos llegan incluso a acusarle de sumisión, como cuando subió al podio de la Asamblea General en el otoño de 1999 para justificar las intervenciones humanitarias, justo unos meses después del bombardeo de la OTAN en Yugoslavia, operación en la que la ONU quedó completamente marginada.
Sus defensores rechazan la crítica al asegurar que un discurso así requiere "mucho coraje" en una organización no acostumbrada a esas ideas y sostienen que, además, es el resultado de la experiencia de Ruanda y Bosnia.
Otra de sus iniciativas fue la invitación que hizo en Davos, Suiza, para que el sector privado participara en los proyectos de la ONU.
Pero, una vez más, lo que unos ven como "el coraje de abrir la ONU a la sociedad civil y motivarles para que acepten los principios de la organización", otros lo critican porque muchas de esas corporaciones tienen un historial de violación de los derechos laborales y humanos.
Conocido en su instituto de Ghana como "señor Demo" (por señor Democracia), Annan tiene uno de sus grandes retos inmediatos en el Sahara Occidental, donde tiene pendiente el referéndum de autodeterminación, ahora puesto en duda por algunos.
Observadores y diplomáticos coinciden en afirmar que este segundo mandato permitirá a Annan dar todo lo mejor de sí y demostrar que es un gran político, ya que ahora no tendrá las manos atadas porque no podrá presentarse a la siguiente reelección.