CIUDAD DEL VATICANO.- El Papa Juan Pablo II hizo esta noche un esfuerzo más en su Semana Santa de pasión y celebró, soportando los fuertes dolores de artrosis en la rodilla, la Vigilia Pascual, rito que ofició desde un altar más bajo colocado especialmente delante del altar mayor de la Basílica de San Pedro para permitirle movilidad.
Juan Pablo II, que ya tuvo que renunciar a oficiar los ritos del Jueves Santo y a lavar los pies de los 12 presbíteros debido a su precaria salud, no quiso renunciar hoy a la Vigilia, considerada la "madre de todas las vigilias", en la que se revive la resurrección de Cristo.
Dado que la artrosis le impide subir los escalones del Altar Mayor levantado bajo el baldaquino de Bernini, el Vaticano colocó delante de ese altar, a ras de suelo, otro más pequeño, provisional, que evitó al Papa subir los peldaños y le permitió oficiar la ceremonia.
El rito lo celebró ayudado por los cardenales Angelo Sodano (secretario de Estado vaticano) y Joseph Ratzinger, prefecto de la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio).
La Vigilia Pascual o "Lucernario" es uno de los ritos más antiguos de la liturgia y se celebra en la noche que San Agustín llamó "madre de todas las vigilias", en alusión a la espera de la Resurrección del Hijo de Dios.
La ceremonia comenzó en el atrio de la Basílica de San Pedro, en medio del más hondo de los silencios, con la bendición del fuego nuevo y el encendido del Cirio Pascual, símbolo de Cristo, "Luz del Mundo".
Juan Pablo II realizó con un punzón una incisión sobre el cirio pascual, grabando una cruz y la cifra del año 2002, mientras pronunciaba en latín: "Christus heri et hodie, Principium et Finis, Alpha et Omega, ipsius sunt tempora et saecula. Ipsi gloria et imperium per universa aeternitatis saecula" ("Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A El pertenece el tiempo y los siglos, a El la gloria y el poder por los siglos de los siglos").
Posteriormente comenzó la procesión hacia el altar mayor, en medio de una total oscuridad en el templo, iluminado poco a poco con las velas de las miles de personas que lo abarrotaban, que fueron encendidas una a una con la llama procedente del Cirio Pascual.
Juan Pablo II hizo el recorrido subido en la peana móvil que utiliza para desplazarse por la Basílica.
Una vez llegado al altar se encendieron todas las luces, que dejaron al descubierto las maravillas que encierra el templo, y comenzó el canto del Exultet, o pregón pascual, especie de recorrido sintético de la historia de la salvación.
Siguiendo una tradición de la Iglesia primitiva, en la que los catecúmenos (adultos que aspiran al bautismo) eran bautizados en la noche de la Vigilia Pascual, el Obispo de Roma, revestido con ornamentos blancos, bautizó a nueve catecúmenos, siete adultos y dos niños (un japonés y un chino).
Los nuevos cristianos proceden de Albania, Italia, Japón, Polonia, República Democrática del Congo y China.
En la homilía, Juan Pablo II dijo, con voz fuerte, que en esta noche de gracia, en la que Cristo resucitó entre los muertos se realiza en los hombres un "éxodo" espiritual: "Dejáis atrás la vieja existencia y entráis en la tierra de los vivos".
"Esta es la noche por excelencia de la fe y la esperanza. Mientras todo está sumido en la oscuridad, Dios -la luz- vela. Con El velan todos los que confían y esperan en El", agregó el Papa.
Las lecturas y salmos de la ceremonia fueron hechos en seis idiomas: español, latín, francés, alemán, italiano e inglés.
Juan Pablo II, de 81 años, ya demostró anoche, durante el Vía Crucis celebrado en el Coliseo de Roma que no está dispuesto a renunciar a oficiar los ritos más importantes de la Semana Santa.
El Pontífice, sin hacer caso a la enfermedad y a los consejos de los médicos, llevó la Cruz durante toda la última estación.
Agarrado a la Cruz con una mano y con la otra a una barandilla de hierro para poder mantenerse de pie, el Obispo de Roma mantuvo el símbolo de los cristianos durante varios minutos, mientras los presentes pudieron notar en su cara de dolor el esfuerzo que estaba haciendo.
El Papa siempre ha dicho que está dispuesto "gastarse hasta el final" por la causa de Dios. Y en ello está.
Mañana tiene previsto presidir en la Plaza de San Pedro la misa solemne del Domingo de Resurrección y después leerá el esperado Mensaje Pascual e impartirá la bendición Urbi et Orbi en más de medio centenar de idiomas.
Los médicos le han aconsejado más reposo. Otros años tras la Pascua marchaba a la residencia de Castel Gandodolfo para descansar unos días. Este año no tiene -de momento- previsto marcharse. A sus colaboradores ha dicho que tiene mucho trabajo en el Vaticano.