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Blair se enfrenta a caída de popularidad y a una rebelión en sus filas

El descontento de los votantes con el rumbo que ha impreso a la política exterior el líder laborista desde su decisión de invadir Irak con el falso pretexto de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein es cada vez mayor.

26 de Agosto de 2006 | 06:35 | EFE

Foto: EFE.
LONDRES.- El Primer Ministro británico, Tony Blair, se ha encontrado al regreso de sus vacaciones caribeñas con un claro anticipo de lo que le espera: una caída en picado de los laboristas en las encuestas y una rebelión en sus propias filas.

Según un sondeo que publica hoy el diario conservador "The Daily Telegraph", de celebrarse ahora elecciones, los conservadores de David Cameron obtendrían un 38 por ciento de los votos, frente a sólo un 31 por ciento los laboristas y un 18 por ciento los liberales demócratas.

Otro sondeo anterior, del diario "The Observer", próximo al Gobierno, daba incluso mayor ventaja a los "tories": un 40 por ciento frente al 31 por ciento que atribuía a los laboristas y un 22 por ciento para el tercer partido.

El descontento de los votantes con el rumbo que ha impreso a la política exterior el líder laborista desde su decisión de invadir Irak con el falso pretexto de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein es cada vez mayor, y crece con cada amenaza terrorista.

Una manifestación clara de la creciente inquietud de muchos laboristas con la política del Gobierno es la defección, anunciada este viernes, de cerca de cuarenta militantes del partido de Blair que se pasaron en masa al liberal demócrata, la única de las grandes formaciones que se opuso desde el principio a la guerra de Irak.

Salida del Partido Laborista

Significativamente, los treinta y siete activistas del partido que expresaron así su hartazgo con la política del Gobierno pertenecen a la circunscripción de la nueva ministra de Asuntos Exteriores, Margaret Beckett, en Derby South, y la mayoría son musulmanes de origen paquistaní.

Mohammed Rawail Peeno, uno de los que se cambiaron, lo justificó así: "La guerra del Líbano me ha hecho cambiar de opinión y me ha hecho sentir que estoy en el partido equivocado".

La negativa de Blair a unirse a otros gobiernos europeos para exigir a Israel un alto el fuego inmediato en su conflicto armado con la milicia libanesa de Hizbulá, que hubiese ahorrado cientos de muertos, en su mayoría árabes, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de esos militantes.

Cada vez más laboristas expresan en voz alta su desesperación por el daño que está haciendo al partido la que ven como obcecación de Blair al alinearse totalmente con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en la crisis de Oriente Medio.

Medidas

La remoción, el pasado mayo, de Jack Straw de su puesto de ministro de Asuntos Exteriores y su sustitución por Margaret Beckett se ha atribuido a presiones del Gobierno estadounidense, al que disgustó supuestamente que aquél calificara de "inconcebible" un ataque militar contra Irán por su programa nuclear.

La comunidad musulmana, cuyos votos son muy importantes para el laborismo, está cada vez más enojada con el doble rasero que atribuye al Gobierno de Blair, de común acuerdo con el de Washington en todo lo relacionado con Israel y sus vecinos árabes.

Pero el descontento del electorado con su primer ministro no se limita, sin embargo, a la política exterior sino que afecta también a cuestiones relacionadas con el cortejo por Blair de ricos y poderosos y las resultantes corruptelas, como la supuesta venta de cargos y títulos honoríficos a cambio de generosas donaciones al partido.

Blair puede sufrir un nuevo golpe a su credibilidad, cada vez más en entredicho, según indican también los sondeos, cuando sea entrevistado por Scotland Yard en relación con ese escándalo, que llevó recientemente a la detención del recaudador-jefe de fondos para el Partido Laborista y amigo íntimo suyo, lord Levy.

Muchos se preguntan si con esta marejada de fondo, Blair puede continuar al frente del partido aún más de un año o se verá obligado a pasar el testigo, mejor antes que tarde, a su ministro de Finanzas, Gordon Brown, cada vez más impaciente por sucederle antes de que el barco laborista zozobre irremediablemente.
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