CRACOVIA.- Son las 12 de la noche y desde la ventana del hotel se ven arder en un parque, el Blonia, luces rojas y amarillas dejadas por cerca de un millón de personas. Un millón de personas que vinieron a darle un último adiós a Juan Pablo II, acá desde Polonia, antes que sea enterrado mañana en Roma.
Toda esa gente ya se hacía sentir en la ciudad durante el día y en la medida que se acercaba las cinco de la tarde se comenzó a reunir en Rynek Glowny, la plaza mayor de Cracovia, para iniciar desde ahí, la marcha hasta el parque donde se iba a oficiar la misa a partir de las siete de la tarde.
Con mochila al hombro y junto a otros de sus amigos de Byton Silesia llegó Kathrine Biel de 22 años para participar en este acto en honor al Papa. "Es un momento importante y queremos estar juntos para vivirlo. El ambiente es muy especial. Se siente el espíritu", trataba de describir la estudiante lo que estaba viviendo.
"Es eso, en este momento nadie está solo. Estamos juntos para recordar lo que nos dio el Santo Padre y cómo nos mostró amar". Sólo de su curso calcula que van a llegar como 15 amigos, "y lo más probable es que me encuentre con más compañeros acá".
La cantidad de gente superó las calles prevista para la marcha y la mayoría tuvo que llegar hasta el parque por otras vías. Por todos lados se veían adolescentes tomadas de la manos para no extraviarse entre la multitud; familias, niños y coches, mochileros, ancianos y boy scouts que llegaba hasta el campo grande donde ya esperaban pantallas gigantes a la gran cantidad de público.
La organización fue perfecta y la misa se escuchó clara y fuerte hasta el último rincón. Ahí, donde esta ceremonia fue quizás más íntima. Ahí, donde todos se encontraban con la cara iluminada sólo por las velas que tenían entre las manos, callados escuchando lo que decía el obispo.
Un coro fuerte, palabras emotivas y mensajes dejados por el Santo Padre marcaron la misa que finalizó con la lectura de pasajes de seis cartas que había escrito Juan Pablo II: a los niños, adolescentes, familia, ancianos, curas y monjas.
Emoción irrepetible
Un representante de cada uno de estos grupos los fue leyendo mientras en el fondo se proyectaban diferentes gigantografías que retrataban al Papa en diferentes momentos.
A las 10 de la noche comenzó a retirarse lentamente el público, mientras atrás aún se escuchaban los cantos del coro. "No puedo describir lo que fue este momento. Es muy difícil de explicar, soy de Cracovia y nunca lo he vivido. Y tampoco creo que se vuelva a repetir", dice visiblemente emocionado Jancisz Felus que vino con su mujer e hijo de 10 años.
Cracovia tendrá que acostumbrarse a que "su" Papa ya no se encuentre entre ellos. Pero como dijo Kathrine Biel, "siento que ahora tengo un amigo en el cielo al cual le puedo rezar". Por un buen rato arderán todavía acá en Cracovia las miles de luces que se ven desde la ventana.