Cromañón abre sus puertas
SANTIAGO.- A las 22:00 horas del 30 de diciembre de 2004, Buenos Aires hacía gala de sus noches pegajosas y la banda de rock argentina Callejeros, ofrecería el último de tres conciertos en la discoteque República Cromañón. Querían despedir el año en grande.
Por la cantidad de personas no se podía respirar en el local. Vos entrabas y te sentías asfixiado. No podías caminar adentro. Estaba desbordado", recuerda Romina Mellado, entonces de 22 años. Ella estaba a los pies del escenario. Era su banda favorita. Algo parecido sentía Nicolás Landoni, de la misma edad, que había llegado al lugar junto a un primo y un amigo.
Antes de que el show comenzara, las cerca de tres mil personas que estaban apiñadas en el local (habilitado para mil) escucharon un anuncio que salía por los parlantes. Que el lugar estaba lleno, que había que portarse bien, que no querían que se repitiera lo que semanas atrás había pasado en Paraguay, decía Omar Chabán, administrador de Cromañón. Hablaba de una tragedia, ocurrida el mismo año, en la que fueron víctimas más de un centenar de personas.
Tras el cese del anuncio, subió Callejeros. Y vino la segunda recomendación de la noche. Pato Fontanet, líder de la banda, pidió que no prendieran artefactos pirotécnicos porque era un recinto cerrado.
Comenzó la primera canción. Pero nunca terminó. Un muchacho del centro del recinto encendió una bengala. "En dos segundos se prendió todo el techo y empezaron a caer pedazos prendidos de fuego", dice Romina, hoy de 28 años y licenciada en RR.PP.
"Más o menos a las 22:55 me llamaron avisando que había un incendio en República Cromañón. Inmediatamente salimos y llegamos a las once diez de la noche. El incendio se produjo a las 22:50", recuerda Cristina Bernasconi, madre de Nicolás Landoni.
"Nos encontramos con un panorama desolador porque no pensamos que era de la magnitud de lo que estábamos viendo. Mi hijo estaba en una condición especial, estaba en silla de ruedas, y cuando llegué a la puerta de Cromañón, encontré junto al carro de bomberos su silla", continúa con la voz débil.
“Se cortó la luz inmediatamente y comenzaron a escucharse gritos, llantos, pedidos de auxilio, desesperación total. Alcancé a ver que las salidas estaban cerradas con candado, que no había forma de escapar. En la puerta principal se aglomeró toda la gente, las otras estaban todas cerradas", dice Romina.
"A vos te explican cómo es el infierno... bueno, era así, tal cual. Un ambiente de llanto, de gritos, de dolor, de fuego, calor. Era desesperante. Yo estaba con una mochila y lo que hice fue ponérmela en el pecho y abrazarla porque yo pensaba que me moría. Entonces dije 'bueno, si encuentran mi cuerpo, que lo encuentren junto a mis pertenencias y me puedan reconocer’".
A pesar de su temor, Romina logró salir gracias a la ayuda de un muchacho anónimo. Muchos de los que lograron escapar entraron para sacar a otro. Muchos, no volvieron a salir. "El 40% de la lista de los 194 muertos está compuesta por chicos que entraron a buscar a otros (N. de la R: en realidad fueron 80 los que murieron intentando rescatar gente)", dice Cristina Bernasconi, quien no tuvo la suerte de los padres de Romina.
"(Cuando llegamos) empezó una búsqueda tremenda, entre tantos chicos, todos tiznados por el humo tóxico y empezó la larga travesía de tantos padres de venir a buscar hospital por hospital, porque el gobierno no se hizo presente, como no se hizo presente la policía, y las ambulancias demoraron treinta minutos en llegar. Muchos de los chicos fallecieron en la calle", repasa la madre de Nicolás.
"Creo que Cromañón fue una masacre porque cerraron las puertas para que no entrara ningún chico más. El material era todo combustible y cuando se produce el incendio, empezó a bajar un humo negro, denso, no sólo con monóxido de carbono, sino también cianuro. Nuestros chicos, prácticamente, fueron encerrados en una cámara de gas”, concluye.
Esta tarde (14:00 horas en Chile), el Tribunal Oral Criminal Nª24 de Buenos Aires dictará la sentencia en contra de los 15 imputados por la tragedia. Entre ellos están Omar Chabán, el administrador, la banda Callejeros y algunos policías y funcionarios públicos a los que se acusa de recibir coimas. Afuera, estará Romina y Cristina, esperando, como lo han hecho durante casi cinco años. "Que se haga justicia", concuerdan.
Son 15 los imputados por el incendio de Cromañón. Pero, para muchos argentinos, las culpas van mucho más allá de los que esa noche particular jugaron un rol directo.
El recinto estaba habilitado para mil y entraron tres mil personas. Sólo una puerta estaba habilitada para circular, las otras tenían candados y alambres. No había alarma contra incendios. Tampoco extintores o mangueras suficientes. La policía y las ambulancias no llegaron a tiempo. El resultado de la suma: 194 muertos e incontables víctimas.
"Tengo mis dudas de que en esta investigación se haya encontrado a los responsables desde el punto de vista penal", dice Martín Gutiérrez, abogado de los músicos que tocaron esa noche.
El defensor se refiere a que hay una gran culpa estructural. La mayoría de los bonaerenses también piensan parecido. Dicen que no hay "Chabanes" sin "Ibarras", en referencia al administrador de la discoteque y al ex Intendente de Buenos Aires, Aníbal Ibarra. El sentimiento es de desamparo. Por un puñado de presos no va a cambiar el sistema que permitió que se dieran las condiciones de la tragedia.
Gutiérrez lanza una pregunta al aire: "Cómo las autoridades argentinas han podido plantearse con respecto al hecho de Cromañón desde otro punto de vista y no sólo penal". Ese cómo –o su ausencia- es lo que más asusta en Argentina.