SANTIAGO.- Enemigo público número uno de Estados Unidos, Osama Bin Laden, fue buscado sin éxito por casi 10 años, antes que se anunciara su muerte este 1 de mayo.
Su riqueza y su fiel red de seguidores hicieron que todos los intentos de captura fueran infructuosos, pese al enorme despliegue militar de Estados Unidos en Afganistán y sus fronteras.
Tras la caída de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, Bin Laden pasó a ser el terrorista más conocido del mundo y el más buscado el país norteamericano, cargando con una recompensa de US$ 25 millones por parte del FBI y US$ 2 millones por un programa de la asociación de pilotos y transporte aéreo de ese país.
Su cara estaba en todas partes y en ninguna a la vez. Miles de occidentales lo consideran el rostro del mal, mientras en los integristas enciende el fervor y la admiración del fundamentalismo islámico. Un asesino para unos y un héroe para otros.
Hijo de madre siria, con cuatro esposas, cerca de veinte hijos que son constantemente investigados y casi dos metros de altura, Bin Laden combatió en Afganistán durante la ocupación soviética (1979-1988), y aunque su máximo enemigo era Estados unidos, no siempre fue así.
Cientos de páginas documentan el apoyo indirecto que tanto la CIA como el propio Gobierno prestaron a la lucha afgana contra la invasión Soviética porque adhería a sus intereses durante la Guerra Fría. Incluso, algunos van más allá y sostienen que el grupo terrorista liderado por Osama fue financiado y entrenado por la CIA.
"Nuestros blancos son los infieles del mundo. Nuestro enemigo es la alianza cruzada liderada por EE.UU., Gran Bretaña e Israel", dijo Bin Laden a la revista Time en 1998, dejando claro que cualquier ayuda o confianza mutua con occidente quedaba completamente sepultada en el pasado.
Ese mismo año, a través de un diario árabe londinense, Bin Laden junto a un fugitivo físico egipcio, Ayman Al Zawahiri, emitieron una Fatwa (decreto religioso) en nombre del "Frente Islámico Mundial". En ella sostenían que Estados Unidos había declarado una guerra a Dios y a todos sus mensajeros, por lo que llamaron al asesinato de cualquier ciudadano de este país, sin importar donde se encontrase.
Pero antes de lanzar estas férreas amenazas contra el país ícono del mundo occidental, Bin Laden ya se había ganado el corazón y un amplio apoyo del mundo árabe por su participación en la lucha y expulsión de la URSS del territorio afgano. Sin embargo, su objeción a la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudita durante la Guerra del Golfo le llevó a una creciente desavenencia con los líderes de su país.
En 1994, y luego de que el gobierno saudita confiscara su pasaporte tras acusarlo de subversión, Bin Laden huyó a Sudán, donde se le acusó de haber organizado campos de entrenamiento terroristas, por lo que finalmente fue expulsado en 1996.
Expulsado de dos países, Osama decidió retirarse a Afganistán, donde recibió protección de los talibanes. En ese país se mantendría hasta los atentados del 11-S y posiblemente, donde habría permanecido en completa clandestinidad, pese a que fue muerto en las cercanías de Islamabad, Paquistán.
Pero fuera de sus golpes contra el mundo capitalista, Osama supo interpretar las angustias y frustraciones hacia Occidente que estaban tomando vuelo en el mundo islámico. Es así como también incluyó el tema de los palestinos dentro de sus críticas, un asunto que cala hondo entre los árabes y que probablemente le ganó muchos más adeptos, dice John Pike, director de la organización de seguridad GlobalSecurity.org.
Bin Laden se consideraba a sí mismo un patriota, una persona que debía combatir una guerra contra una sociedad insana y su lucha básicamente refleja la tensión entre la forma tradicional de la sociedad islámica y la visión moderna de la misma.