SANTIAGO.- Vino a Chile por unos días y, entre otras cosas, tuvo que recitar ("es una cosa terrible"), hablar de su poesía y ensayo -acaba de publicarse
Poemas de amor y
Magias de la escritura-, juntarse con amigos que dejó hace 27 años, tras irse a vivir y trabajar a Iowa, Estados Unidos, "comer humitas que me encantan" y ver a su madre, que cumple 91 años y reside en San Bernardo.
Fue parte de la carta de navegación de Oscar Hahn (Iquique, 1938), un ícono entre la élite poética ajena al circuito comercial, y que hoy se desempeña como profesor titular de Literatura en la Universidad de Iowa y mantiene una dieta alimenticia basada en sopas Campbell. "Tengo torpeza total en la cocina, tengo problemas hasta para freír un huevo. Literalmente se me quema, soy un desastre, entonces para mí lo más cómodo han sido las sopas Campbell".
Sobre este reencuentro con Chile y su gente, la sensación en el autor de
Arte de morir y
Versos robados es ambivalente: "Es como andar en bicicleta, y después no andar por mucho tiempo, cuesta volver, entonces uno se sube, tiene problemas, se mueve, y finalmente termina pedaleando. Lo triste es que justo en el momento en que me estoy reencontrando, me tengo que ir, entonces se produce un desgarramiento. Debo instalarme en otro espacio".
La Universidad de Iowa es reconocida como cuna literaria, ¿ayuda estar ahí para la producción literaria?
"Es una universidad realmente increíble. Algo que mucha gente aquí no sabe: la idea de taller literario salió de la Universidad de Iowa, fue la primera en el mundo, después se difundió a otros países. Cuando se dice que la Guerra del Golfo es la madre de todas las batallas, bueno Iowa es la madre de todos los talleres literarios".
¿Cómo se vive y respira la literatura allá?
Esa universidad tiene dos talleres importantes. Uno, el internacional, en que todos los años se invita a veinte, treinta escritores de todo el mundo, por un semestre para que escriban, enseñen, se comuniquen con los alumnos. Y hay otro curso que forma parte del currículo de la Universidad de Iowa, en que te dan un título, y por ahí han pasado como alumnos o como profesores toda la plana mayor de la literatura norteamericana".
Algunos escritores prefieren la soledad, ¿puede trabajar en medio de ese mundo tan literario?
"Es una buena pregunta. En un momento me produjo lo negativo, pues como profesor y escritor estoy todo el tiempo metido en la literatura, entonces llegué a un punto crítico: en un momento, casi angustiante, no quería saber nada de literatura, estuve cerca, incluso cerquísima de retirarme, de dejar la poesía, los ensayos, porque ya estaba en edad de poder retirarme de la universidad con un sueldo decente...".
¿Esta crisis coincidió con su enfermedad también?
"No. Fue un proceso de una larga vida hablando de literatura que llegué al hartazgo. No quería saber más y estuve cerca de buscarme un trabajo nada que ver con nada, no sé me ocurre qué... Estaba en eso, buscando una salida, y la encontré en el jazz, porque su música -la cual nunca le había prestado ninguna atención- ¡increíble, estando en Estados Unidos! De repente tuve esa especie de revelación de que esto era algo distinto, que me expresaba, que me llenaba de vida, que no es literatura pero me producía un efecto estético semejante".
Y no se detiene Hahn en esta revelación musical-poética: "Me metí en eso, no como estudioso, porque no quise entrar en la misma cosa del profesional, del erudito en jazz. Sólo compraba discos por aquí, por allá, pedía discos de jazz y punto. Descubrí melodías, arreglos, mirando la carátula atrás de los cedés, donde ponen la biografía del autor y comentarios, descubrí otro mundo".
Descubrió la espontaneidad que, a ratos, no se condice con la estrictez y estructuración de los poemas...
"Te cuento una historia: había un trompetista fantástico con un grupo, eran los años 50, necesitaban un músico para el conjunto. No recuerdo quien, un pianista creo, probaron con varios pero estaban todos ocupados, entonces buscaron a un pianista de música clásica, muy bueno, perfecto. Lo traen, lo sientan y comienzan, pero el tipo miraba como tonto y preguntó
¿Y la partitura?. Le dijeron que no usaban, entonces preguntó qué cómo tocaría, y le respondieron:
¡Usa la cabeza! (se ríe). La creación ahí, me apasionó, las variaciones, ¡pum, pum, pum! Adiós a ese esquema de las notas a pie de página, que las comillas, los paréntesis... todo eso me tenía harto".
Lo profano y vívido de la poética de Hahn